El caos era absoluto. Rayos caían desde el cielo como si los mismos dioses estuvieran desatando su furia sobre nosotros. La lluvia estaba empapando todo, convirtiendo el terreno en un lodazal traicionero. Pero lo peor de todo era el terremoto, que continuaba sacudiendo la tierra con una fuerza imparable. Sentía como si el mundo estuviera a punto de partirse en pedazos.
No hubo aviso, sólo un destello de movimiento en mi visión periférica. De repente, Xiekonix salió disparado hacia mí, transformando su brazo en una espada con una velocidad y precisión que me dejaron sin posibilidad de esquivar.
—¡Xieveeeeen!—rugió Xiekonix con rabia mientras me atravesaba con su espada. La hoja, si es que se le podía llamar así, era fría y afilada, penetrando mi carne y hueso como si no fueran más que papel.
Todo se volvió borroso. El dolor era tan intenso que mi visión comenzó a oscurecerse en los bordes. Sentí como si mi alma se estuviera separando de mi cuerpo. Apenas era consciente de Morvael, que corrió hacia mí con desesperación, envolviéndome en un abrazo protector justo antes de que todo explotara.
La explosión fue devastadora. Un destello de luz blanca estalló desde el epicentro del golpe, y en un instante, todo lo que me rodeaba desapareció. La tierra, los rayos, el rugido del terremoto... todo se desvaneció en una nada infinita. Cuando mis sentidos se recuperaron lo suficiente, me di cuenta de que flotaba en el vacío, con Morvael a mi lado.
El dolor en mi pecho seguía ahí, punzante y cruel. Me llevé una mano al lugar donde la espada de Xiekonix me había atravesado, sintiendo la herida abierta, la sangre fluyendo sin control. El frío comenzaba a apoderarse de mí, y supe en ese momento que mi tiempo se acababa.
—Al parecer, este es el fin, ¿no?—dije.
Aceptaba la realidad que se me presentaba. No había escapatoria esta vez. Morvael no decía una palabra, pero flotaba a mi alrededor, observándome con sus grandes ojos llenos de una tristeza inocente.
Los segundos parecían alargarse en esta nada infinita, estirándose en una eternidad silenciosa. Mi mente se nublaba, y por un momento, pensé que la muerte ya me había reclamado. Pero entonces, una voz, una voz que me era familiar, rompió el silencio.
—Psss, Xieven—dijo la voz, llamándome con una calma que parecía completamente fuera de lugar en este escenario.
Me giré con esfuerzo, y allí, en la distancia, vi un portal más. No podía creerlo.
—¿Zismodis? ¿Pero cómo?—murmuré, incrédulo.
—Intenta acercarte, te sacaremos de ahí—respondió Zismodis.
Luchando contra el dolor, extendí una mano hacia Morvael, que la tomó con la misma dulzura de siempre. Juntos, nos empujamos hacia el portal, cada movimiento era una agonía indescriptible. Al atravesarlo, caí al suelo, y mi cuerpo era apenas capaz de sostenerse.
Al levantar la vista, vi a Zismodis y, para mi sorpresa, a Woncrack.
—¿Ustedes juntos? Pensé que se odiaban—dije, con voz quebrada por el dolor y la incredulidad.
Zismodis asintió, sus ojos clavados en los míos.
—Lo odio—admitió con una media sonrisa—pero si estar juntos te salva a ti y a todo el mundo, lo haremos.
El agotamiento finalmente me venció, y caí al suelo, incapaz de mantenerme en pie. La sangre seguía brotando de la herida en mi pecho, empapando mi ropa y el suelo bajo mí. Woncrack se apresuró a mi lado, sus manos brillaban con una energía sanadora mientras intentaba cerrar la herida, pero no ocurrió nada.
La frustración se apoderó de su rostro.
—No funciona—dijo.
Zismodis lo intentó también, sus poderes invocados en un intento de salvarme, pero el resultado fue el mismo.
—Parece que los ataques de Xiekonix son inmunes a nuestra magia—dijo Zismodis.
Morvael, que había estado observando en silencio, se acercó a mí. Extendió una pequeña mano y la colocó sobre mi pecho herido. Una luz cálida y brillante emanó de su palma, envolviéndome en una sensación de paz y sanación. Sentí cómo la herida comenzaba a cerrarse, el dolor disminuía hasta desaparecer por completo.
—¡Morvael... lo lograste!—exclamé.
Pero antes de que pudiera decir más, Morvael cayó al suelo, agotado.
—No se preocupen—dijo con una sonrisa débil—me sanaré rápido.
—Gracias, Morvael—dije con una sinceridad profunda.
El pequeño ser asintió, su respiración era pesada pero constante. Me giré hacia Zismodis y Woncrack, la confusión aún latente en mi mente.
—¿Cómo es posible que estén aquí? El universo colapsó, todos desaparecieron—dije, buscando respuestas.
—¿Recuerdas ese día en que desaparecí?—preguntó Woncrack.
Asentí, recordando claramente la extraña desaparición de Woncrack. Había dejado muchas preguntas sin respuesta.
—Tuve una visión—continuó Woncrack—vi que todo esto pasaba, y supe que teníamos que hacer algo. Me contacté con Zismodis y juntos creamos esta cabaña, protegida contra cualquier magia.
Las palabras de Woncrack resonaron en mi mente mientras intentaba procesar la magnitud de lo que acababa de decir. Habían visto el futuro, habían previsto este colapso, y se habían preparado. Pero, a pesar de todo, la amenaza de Xiekonix aún estaba presente, y el universo, nuestro universo, seguía pendiendo de un hilo.
-Continuará...-
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Corazón de Brujo [TERMINADA]
FantasyEn el pequeño pueblo del clan Fischer, la vida de Xieven, un niño de diez años, transcurre en armonía y alegría. Sin embargo, una noche cambia su destino para siempre. Un grupo de templarios liderados por el despiadado Lord Faragus irrumpe en el pue...