Traición

9 3 2
                                    

Mientras intentábamos conversar para ponerlos al día, otro templario de mi equipo entró de repente a la carpa donde me encontraba yo con Christa. Al vernos juntos, su cara se puso roja de ira y sus ojos estaban llenos de furia.

—¡Traidor! ¡Hay un traidor por acá!—gritaba seguidamente, señalándome con su espada reluciente.

Me levanté rápidamente como primera reacción, levantando las manos en señal de paz.

—¡Espera! ¡No es lo que piensas! Es mi hermana—traté de explicar, sin encontrar las palabras adecuadas, pero mis palabras cayeron en oídos sordos.

—¡Lord Faragus dijo sin piedad! ¡Haz tu misión, si no lo haces tú, lo hago yo!—le dijo el templario, acercándose a Christa con su espada levantada.

El miedo me paralizó, viendo cómo la vida de mi hermana dependía de un hilo justo frente de mí. Cuando el templario estaba a punto de decapitar a Christa, mi cuerpo actuó por instinto, y con un grito ahogado, atravesé su pecho con mi espada. Sentí el calor de su sangre salpicándome y el peso de su cuerpo desplomándose en el piso.

Dejé caer la espada que Faragus me otorgó, temblando, y me desplomé junto a él.

—He matado a alguien...—murmuré con miedo y arrepentimiento, mi mente estaba totalmente inundada de horror.

Los gritos atrajeron a más templarios. Sabía que no tenía mucho tiempo. Miré a Christa, con mi corazón latiendo con desesperación.

—Vete, corre, te voy a encontrar, lo prometo, ¿está bien?—le dije, con mi voz y mi cuerpo temblando.

Ella asintió, con lágrimas en los ojos.

—Te quiero, hermano—respondió, y salió corriendo, desapareciendo en la distancia.

Pocos segundos después, Faragus llegó, con su rostro mostrando una expresión de decepción y furia.

—No lo creía. Tenía que verlo con mis propios ojos. Mi mejor súbdito me ha traicionado—dijo, acercándose lentamente con su espada en mano.

Sentí el frío del acero de su espada en mi cuello, y creí que ese sería mi destino, no cumpliría la promesa que le hice a mi hermana.

—Te lo advertí—dijo Faragus, con su voz helada.

De repente, Frieya apareció, corriendo hacia nosotros.

—¡Por favor, no lo mates!—suplicó, arrodillándose frente a Faragus—Haremos misiones extra o lo que sea, pero no mates a Xieven.

Faragus miró a Frieya, luego a mí. Parecía considerar sus palabras. Finalmente, aceptó.

—Aquí aún queda gente por matar. Llévenlos a la base—ordenó a su mano derecha, quien nos amarró y nos llevó de regreso.

En la base templaria, nos dejaron solos en una habitación oscura, atados y con las luces apagadas. Sentí la presencia de Frieya a mi lado, y supe que tenía que contarle.

—Frieya, encontré a mi hermana, mi hermana estaba conmigo ahí—dije con mucha emoción, con una sonrisa en mi voz a pesar de la situación—Tenemos que encontrarla, tienes que ayudarme.

—Eso es increíble, Xieven. Pero... ¿cómo vamos a hacerlo? No creo que salgamos ilesos de esta—respondió, preocupada.

—No lo sé, no tenga idea cómo pero lo haré. Le prometí que la encontraré, y cumpliré esa promesa.

El tiempo pasó lentamente en esa sala llena de oscuridad hasta que finalmente Faragus apareció, su figura imponente llenaba la habitación.

—No lo pensé de ti. Después de todo lo que he hecho por ti, ¿me traicionas así?—dijo, obviamente cargado de decepción.

Bajé la cabeza, sin decir una palabra, y Faragus nos miró con dureza.

—A partir de ahora, seréis torturados y podréis salir de la base sólo cuando hayan misiones activas. Ya no tenéis ningún privilegio—sentenció, dejando la habitación.

La tortura comenzó al día siguiente. Faragus no tuvo piedad. Primero, nos privaron de agua y comida, dejándonos en un estado de constante debilidad. Luego, vinieron los latigazos, cada golpe era un recordatorio de nuestra traición. Frieya y yo estábamos atados, espalda con espalda, sintiendo el dolor de cada azote. Los templarios disfrutaban viendo nuestro sufrimiento, riendo y burlándose de nuestra situación. Después, llegaron las torturas psicológicas, manteniéndonos despiertos durante días con ruidos constantes, voces que susurraban nuestras peores pesadillas.

—No cedas, Frieya. Mantente fuerte—le susurré entre gemidos de dolor.

—Lo mismo para ti, Xieven—respondió ella, con una fuerza que me dio esperanzas.

A pesar del dolor, nos manteníamos unidos, nuestra determinación inquebrantable. Sabíamos que teníamos que sobrevivir, por nosotros y por Christa.

-Continuará...-

Corazón de Brujo [TERMINADA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora