Redención

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El Profeta me miraba con una calma inquietante, sus ojos eran los míos, pero en ellos ardía una oscuridad que reflejaba todo lo que podría haber sido. 

—Conozco cada uno de tus movimientos, pensamientos y miedos, ¿crees que puedes contra mí? Antes de empezar, quiero que veas esto—dijo.

De la nada, mi visión comenzó a distorsionarse. Las paredes a mi alrededor se desvanecieron, reemplazadas por escenas que me dejaron sin aliento. Vi a Faragus, brutal y despiadado, moliéndome a golpes sin misericordia, cada impacto resonaba en mi cuerpo como si fuera real. Luego, la imagen cambió y me encontré frente a Frieya, su cuerpo sin vida cayendo al suelo mientras un grito de dolor escapaba de mi garganta. Quise correr hacia ella, detener lo inevitable, pero estaba paralizado.

Entonces, las visiones cambiaron, y vi algo aún más aterrador: a mí mismo, pero no el hombre que soy, sino una versión oscura y tiránica, un ser que había sucumbido a la misma oscuridad que consumía al Profeta. Me vi gobernando con puño de hierro, arrastrando a todos a mi alrededor hacia la ruina. Una sombra de duda empezó a crecer dentro de mí. ¿Es esto lo que me esperaba si seguía este camino? ¿Merecía realmente la victoria? ¿O al derrotar al Profeta, me convertiría en él?

—Lo viste, ¿no?—la voz del Profeta me sacó de las visiones, devolviéndome a la realidad. Sabía que esas imágenes eran una táctica para desestabilizarme, para sembrar la duda en mi corazón. Pero no podía negar que habían dejado su marca. Tenía que intentar que esas visiones no me afectaran, pero la lucha interna era real.

Con un esfuerzo, volví a desenfundar mi espada, el metal frío en mis manos sirviendo como un ancla a la realidad. Pero cuando levanté la mirada, vi que el Profeta sostenía una espada idéntica. 

—También tengo la espada del abuelo—dijo—no sé cómo la conseguiste tú, pero para mí no fue nada fácil.

Nuestras espadas se cruzaron con un estallido que resonó como un trueno. Cada golpe que lanzaba era bloqueado con precisión perfecta, como si estuviera luchando contra mi reflejo. El Profeta se movía con la misma gracia, la misma fuerza, como si cada uno de mis movimientos hubiera sido ensayado mil veces antes. Cada ataque era respondido con un contraataque perfecto, nuestras espadas cantaban en un duelo coreografiado por fuerzas que nos superaban a ambos. Era como si el destino mismo nos hubiera preparado para este enfrentamiento final.

La ferocidad de nuestra lucha era asombrosa, cada uno de nosotros empujando al otro al límite de sus habilidades. No había tregua, no había espacio para respirar. Sabía que esta batalla no se decidiría con fuerza o habilidad, porque en eso éramos iguales.

Comencé a sentir el agotamiento pesando en mis músculos, y fue entonces cuando lo entendí. Luchar de la misma manera que el Profeta sólo nos llevaría a un empate eterno. Tenía que encontrar otra forma.

Dejé de pelear, bajando mi espada. El Profeta me miró, sin bajar la guardia, y fue en ese momento cuando decidí cambiar las reglas del juego. Utilizando la misma técnica que él había usado contra mí, proyecté mis pensamientos y recuerdos en su mente.

Ahora era él quien veía visiones. Lo vi congelarse cuando comenzó a ver imágenes de Frieya y yo entrenando juntos, su risa resonaba en su mente como un eco distante de lo que pudo haber sido. Luego, lo vi revivir las pocas veces en que Faragus me trató con verdadera bondad, como un mentor y no como un enemigo. Vi cómo los recuerdos de mi amistad con Ryker, de los tiempos felices antes de la guerra, comenzaban a ablandar su expresión.

Me di cuenta de que no podía derrotar al Profeta con fuerza o intelecto solo, porque éramos iguales en esos aspectos. Tenía que usar algo que él había olvidado, algo que él ya no poseía: la capacidad de perdonarse a sí mismo.

Tomé una respiración profunda y me abrí emocionalmente, mostrando arrepentimiento, aceptando los errores de mi pasado. 

—He cometido muchos errores, y he pagado por ellos—dije con sinceridad, bajando la espada—pero he aprendido a perdonarme, a aceptar que no soy perfecto, y a seguir adelante. No soy el hombre que tú crees que soy.

En parte, era honesto lo que decía, pero en realidad era una distracción, si él realmente era yo, tendría que redimirse con esas palabras.

-Continuará...-

Corazón de Brujo [TERMINADA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora