Zismodis

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Habían pasado cuatro años desde aquella fatídica noche, cuatro años de entrenamiento duro y de crecimiento en las sombras de los templarios. A los catorce años, ya no era el niño tembloroso y asustado que Faragus había encontrado escondido bajo unas mantas. Mi cuerpo se había vuelto fuerte y mi mente, astuta. Aunque cada día que pasaba, mi deseo de venganza crecía.

En mi cumpleaños catorce, Faragus me llamó a su tienda. Al llegar, me miró con una mezcla de orgullo y frialdad mientras sostenía una espada en sus manos. La hoja de la espada brillaba con un destello mortal.

—Xieven, esta es para ti—dijo, entregándome la espada. Su peso era perfecto, el equilibrio impecable—Eres mi mejor hombre, y pensar que cuando te recogí eras un baboso debilucho, te lo mereces.

No respondí, pero mis ojos se encontraron con los suyos por un momento. Sabía que mis habilidades habían crecido bajo su tutela, pero nunca olvidé el precio que había pagado por esa fuerza.

—Vamos a la taberna. Es hora de celebrar—dijo Faragus, dándome una palmada en la espalda.

La taberna estaba llena de ruido. Los templarios se reían y bebían, celebrando con una camaradería ruda. Mis ojos recorrieron la sala hasta que se detuvieron en un hombre que destacaba entre la multitud. Era musculoso, con una armadura que parecía hecha a medida para su enorme cuerpo. Su barba blanca y espesa caía sobre su pecho, dándole un aspecto imponente y misterioso.

—¿Quién es él?—le pregunté a Faragus, señalando al hombre.

—Él es Zismodis, el brujo de este pueblo. Mantente alejado de él, Xieven. No quiero que te metas en problemas.

Pero mi curiosidad era demasiado fuerte. Algo en la presencia de Zismodis me atraía como un imán. Ignorando la advertencia de Faragus, me acerqué al brujo. Zismodis levantó la vista y me recibió con una sonrisa cálida, sus ojos estaban llenos de sabiduría y, quizás, de secretos.

—De verdad eres brujo?—le pregunté, tratando de sonar casual, aunque la curiosidad llenaba mi voz.

Zismodis soltó una risa profunda y luego, con un simple soplido, encendió una vela que estaba en la mesa entre nosotros. La llama se levantó, brillando con una luz cálida que iluminaba su rostro.

—Sí, joven, soy un brujo—respondió.

Me senté frente a él, fascinado por lo que acababa de presenciar. Había algo en su manera de ser que me hacía sentir tranquilo, algo que no había sentido desde que mi vida había sido destrozada.

—¿Qué te trae aquí, muchacho?—preguntó Zismodis, entrelazando sus dedos y apoyando sus codos sobre la mesa.

Miré a mi alrededor para asegurarme de que Faragus no estubiera prestando atención.

—Estoy buscando respuestas, o ayuda—dije, manteniendo mi voz baja—Quiero saber cómo puedo hacer justicia por mi familia, por mi clan.

Zismodis le asintió lentamente, como si entendiera perfectamente lo que sentía.

—La venganza es un fuego poderoso, joven. Puede consumir todo a su paso, incluso al propio vengador. Pero también puede ser un camino hacia la redención y la justicia si se maneja con cuidado.

Sentí un escalofrío al escuchar mis pensamientos internos tan claramente por alguien más. Antes de que pudiera responder, Zismodis levantó una mano, indicándome que esperara.

—Permíteme mostrarte algo—dijo, sacando un pequeño saco de cuero de su cinturón. Lo abrió y sacó un polvo plateado que esparció en la mesa. Luego, con un movimiento fluido de sus manos, el polvo comenzó a brillar y a formar figuras.

Ante mis ojos, vi escenas de batallas, de poder y de magia. Las figuras se movían con una gracia sobrenatural, representando historias de brujos y guerreros. Era hipnótico.

—La magia no es sólo poder, Xieven. Es conocimiento, es comprensión. Si deseas venganza, necesitarás más que fuerza física. Necesitarás sabiduría y paciencia—dijo Zismodis.

—¿Puedes enseñarme?—pregunté con valentía.

—Quizás. Pero no será fácil. Tendrás que demostrarme que eres digno de aprender los secretos de la magia. Y más importante aún, tendrás que mantener esto en secreto. Faragus no debe saberlo.

Acepté, comprendiendo la gravedad de sus palabras. Si Faragus descubría que estaba aprendiendo magia, no solo mi vida estaría en peligro, sino también la de Zismodis. Pero estaba dispuesto a correr el riesgo. Necesitaba ese conocimiento, esa fuerza adicional para cumplir con mi destino.

—Vendré a verte cada vez que pueda—dije, sintiendo una nueva determinación en mi corazón.

Zismodis le dio una sonrisa que era a la vez cálida y misteriosa.

—Así será, joven. Así será.

Con esa promesa, me levanté y regresé a donde Faragus me esperaba, con la mente llena de nuevas posibilidades y el corazón latiendo con temor y esperanza. Sabía que mi camino hacia la venganza sería largo y arduo, pero ahora tenía una nueva arma en mi arsenal: el conocimiento de la magia.

Esa noche, mientras sostenía mi nueva espada y recordaba las palabras de Zismodis, me di cuenta de que mi vida estaba a punto de cambiar de maneras que nunca había imaginado. La venganza ya no era solo un deseo ardiente; era una misión, una que estaba dispuesto a seguir hasta el final, sin importar el costo.

-Continuará...-

Corazón de Brujo [TERMINADA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora