Christa

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Dos días después del acontecimiento en el río, mi amanecer fue interrumpido fuertemente por la típica voz autoritaria de Lord Faragus. Sus órdenes resonaban con una frialdad común en él, pero esta vez llevaban consigo una misión que me heló la sangre; debíamos masacrar otro clan. Me levanté de un salto, sintiendo un tipo de pánico y repulsión.

—No iré—me negué, parándome frente a él con más valentía de la que realmente sentía.

Faragus me miró, con sus ojos grises fijos en los míos, imperturbables.

—Irás, te guste o no—respondió, con su voz cargada de una furia implacable.

Tras esa respuesta, intenté una última súplica.

—¿Entonces puedo ir con Frieya?

—No. Frieya irá con otro escuadrón—respondió directamente.

Me obligaron a ponerme el uniforme templario, aquel uniforme que había llegado a detestar, recordando el horror de aquella noche de hace cuatro años. Sentí un nudo en la garganta al ajustarme las piezas de armadura, el mismo tipo de armadura que había usado el hombre que mató a mi madre. Respiré hondo, decidido a no seguir el mismo camino de sangre.

Al llegar al campo de batalla, Faragus me entregó mi espada con una sonrisa macabra.

—Sin piedad—me dijo, tocando la trompeta que daba la orden de atacar.

Mi corazón latía con fuerza cuando me adentré en el caos del combate. Los gritos y el sonido del acero de las espadas chocando llenaban el ambiente. El primer encuentro que tuve fue con un niño de aproximadamente ocho años, acurrucado detrás de una caja. La visión me congeló, recordándome a mí mismo en esa inolvidable noche.

—No tengas miedo, ¿dónde están tus padres?—le pregunté, intentando que mi voz sonara calmada y confiable.

El niño me miró con ojos llenos de lágrimas.

—Fueron a comprar fuera de la ciudad. Me quedé solo—respondió, con voz temblorosa y llena de tristeza y miedo.

Sin dudarlo un segundo, le entregué una capa de mi armadura y le susurré:

—Corre, encuentra a tus padres. Si crees que alguien te ha encontrado, escóndete y cúbrete con esta capa, es de mi grupo, así que no se acercarán, no puedo llevarte yo, nos encontrarían y sería peor para ti. Sé fuerte, sé que lo lograrás, confío en ti.

El niño asintió, y sin perder tiempo, salió corriendo, su pequeña figura desaparecía rápidamente en la distancia. Seguí avanzando, con el corazón pesado y la mente llena de dudas. Me encontré con una familia entera, tomados de las manos y temblando de miedo.

—No teman, vengo a ayudar—les dije, tratando de transmitir seguridad en medio del caos.

El padre de la familia me miró con desconfianza y dolor en sus ojos.

—No le des falsas esperanzas a mi familia, eres un templario, nos matarás.

Sacudí la cabeza de lado a lado, desesperado por hacerles entender.

—No soy como ellos. Síganme, los sacaré de aquí.

Guié a la familia a través de un laberinto de carpas y arbustos, asegurándome de que no nos vieran mis compañeros. Los llevé hasta un lugar seguro y les di indicaciones para salir del campamento. Los vi desaparecer también entre los árboles, agradecidos pero aún desconfiados.

Al volver, noté una carpa con huellas de sangre en la entrada. La abrí lentamente, con el corazón latiendo fuerte en mi pecho. Adentro, encontré a una joven con una espada en la mano y sangrando de una pierna. Abrió los ojos y quedó perpleja al verme.

—¿Xieven?—dijo aquella voz que conocía muy bien. Era mi hermana, una de las dos que se llevó mi papá esa noche hace cuatro años.

—¿Christa?—respondí, sintiendo una tormenta de emociones.

Sin pensarlo dos veces, nos abrazamos fuertemente. La sentí temblar en mis brazos, pero su abrazo era firme.

—¿Estás con ellos?—me preguntó, llena de incredulidad y dolor.

La miré a los ojos, sabiendo que tenía que ser honesto.

—Sí, pero no por elección. Estoy aquí porque Faragus me obligó. Intento ayudar a la gente, no herirla.

Christa me escuchó con atención, sus ojos estaban llenos de lágrimas. Sentí alivio y desesperación. Alivio porque mi hermana estaba viva y había encontrado un pequeño rayo de esperanza en medio de la oscuridad de esta misión, y desesperación por la incertidumbre de lo que vendría después.

El tiempo pareció detenerse mientras nos quedábamos allí, abrazados, encontrando consuelo en nuestra mutua presencia. Todo lo demás desapareció momentáneamente: los gritos, la violencia, la crueldad del mundo exterior. En ese instante, solo éramos Christa y yo, dos almas perdidas que se habían reencontrado en medio del caos.

—Nunca pensé que te volvería a ver—dijo Christa, con voz quebrada por la emoción—Creí que estabas muerto.

—Yo tampoco. Pero ahora estamos juntos, y no dejaré que te pase nada más—le aseguré, apretando su mano.

Nos quedamos así, abrazados, tratando de encontrar fuerza el uno en el otro. Sabía que no podíamos quedarnos allí mucho tiempo, pero en ese momento, nada más importaba. 

-Continuará...-

Corazón de Brujo [TERMINADA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora