Capítulo 13

105 10 0
                                    

— Olivia, nos ha dicho que Maximiliano que querías irte a casa. ¿No puedes aguantar un poco?

Mamá vino hacia mi con una copa de vino.

— Me iré a casa sola mamá, este no es mi lugar, yo...

— Olivia, eres una mujer fuerte, no puedes vivir con el miedo a que alguien te roce. Tienes que superarlo.— el alcohol había hecho estragos en mamá, y la sinceridad en sus palabras dolía, dolía mucho.

¿Los borrachos y los niños siempre dicen la verdad, no?

— Ojalá no sentir este miedo, ¿sabes? Odio ser así, odio que me haya pasado lo que me pasó, y odio tener esta fobia.— dije en un tono enfadado.

— Han pasado casi dos años, Liv.

— ¡Me da igual!.— grité notando las lágrimas amontonarse en mis ojos.— Tu no lo entiendes, no sabes lo que sentí, no sabes nada.

— Olivia, eso no es así, nosot-

— Vosotros no hicisteis nada.— escupí. Ella me miró con la boca un poco abierta y me giré dispuesta a irme. Salí de la casa sin decir nada y empecé a caminar hacia mi casa.

Ella sabía que no me gustaba hablar del tema, no cuando ellos tampoco se molestaron en buscar a los culpables.

Simplemente lo dejaron pasar.

Sentirte sola en una situación así era una de las peores cosas que te podían pasar. Mis amigas, mi novio, mis padres... nadie se molestó en buscar a los culpables o siquiera ayudarme.

Me vi sola, sin acordarme de nada, y sin ninguna ayuda que me hiciese hacerlo.

Y simplemente de pensar que esos cabrones estarían en la calle y yo no sabría quienes fueron, me daban ganas de vomitar. Podría estar en la misma habitación que ellos y jamás los reconocería, en cambio, ellos a mi si.

— ¡Hey chica!

Una voz de un hombre me hizo ponerme en alerta. Su voz sonaba grave y aparentemente de un hombre de mediana edad. Empecé a caminar más rápido notando sus pasos detrás de mi.

— Solo quiero charlar.— su voz se notaba más cerca. Me giré levemente para intentar verlo y vi que era un hombre bastante más grande que yo. Un hombre alto, robusto, y con muy malas pintas.

— Te voy a pillar...

Empecé a andar todo lo rápido que podía, ya que llevaba tacones, y sabía que podía caerme si corría con ellos, y también perdería tiempo intentando quitármelos.

Sin darme cuenta, tropecé en un adoquín levantado y caí al suelo de bruces. Oí su risa tras de mi cuando me intenté levantar y su mano atrapó mi cabello.

Grité intentando soltarme de ese cabrón, pero era inútil. Me triplicaba en fuerza y en peso.

— Déjame.— ordené. Su agarre me estampó contra una pared dura haciéndome sentir dolor en mi espalda.

— ¿Qué haces paseando solita por estas calles, eh? No sabes que aquí algunos tenemos falta de... necesidades.

Su risa me daba arcadas.

— Suéltame, por favor, puedo darte dinero si quieres.— empecé a temblar mientras sus ojos descendían por mi cuerpo.

— No quiero tu sucio dinero, preferiría... esto.— una de sus manos tocó mis pechos por encima a la vez que la otra me agarraba las manos por encima de la cabeza. Me removí empezando a llorar y notando mi corazón más rápido que nunca.

Su manos empezó a apretar mis pechos y su boca se acercó a mi cuello para besarlo. Me removí y levanté una rodilla la cual dio directa en sus huevos. Él soltó un gruñido de dolor y se encogió soltando mis manos. Intenté escurrirme por un lado pero me volvió a agarrar soltándome una bofetada.

Maldita sea que dolor.

— Maldita perra.— gruñó empujándome contra la pared de nuevo. De un momento a otro, sacó algo afilado de su bolsillo y me lo puso en el cuello.— Quietecita.

Una maldita navaja.

¿Por qué me pasaba todo a mi?

Empezó a pasear la navaja por mi vestido intentando rajarlo para abrirlo y ver más de mi. Sollocé sin poder moverme por miedo a que me matase. Este era mi fin, volvería a pasar, volverían a violarme.

Cerré los ojos mientras el cerdo que tenía delante rajaba parte de mi vestido y me dejaba con visibilidad a mis braguitas.

— Delicioso.— gimió tocando su polla debajo de los pantalones y mirándome.

Un sonido en secó me quitó al sujeto de encima y jadeé asustada. El sujeto había caído al suelo en un charco de sangre, la cual salía de su cabeza.

Dios mío, un disparo.

No me toques Donde viven las historias. Descúbrelo ahora