Capitulo 8

18 2 0
                                    

Mientras veía como Billy se llevaba a la muchacha, un sentimiento extraño invadió su pecho. No entendía muy bien que le estaba pasando, pero estaba segura de que jamás permitiría que ningún hombre volviera a hacer daño a Rebecca. Movió la cabeza para despejarse y prestó atención a los hombres que estaban reunidos. Heng se había puesto de pie y miraba a los presentes con odio y desprecio.—Lo que has hecho hoy no tiene nombre Heng, llevo tiempo advirtiéndote, pero no has hecho caso, ahora queda en manos del Rey. Llevadlo a las mazmorras. Sarocha, tú serás la encargada de llevarlo y contar lo que aquí sucede. Su majestad decidirá. —¡No! ¡No padre! ¡No podéis abandonarme así! —Yo no te abandono muchacho, tú te has encargado de obligarme a tomar esta decisión, ya eres un hombre y soportarás las consecuencias de tus actos, como lo hacemos todos los hombres... James, ¿quedas satisfecho? a regañadientes aceptó. —Así sea Jirawat, pero si lo vuelvo a ver acercarse a mi hija lo mataré. Heng no dejó de maldecir y suplicar durante el trayecto. El corazón de Jirawat, roto, lloraba por su descarriado hijo, pero la decisión tomada era la correcta, para todos. —¿Cuándo partiréis Sarocha? —Pasadomañana, al amanecer. —Bien, el muchacho permanecerá encerrado hasta entonces, después será todo tuyo, y que Dios proteja su alma.

**********

Sarocha se levantó con un terrible presentimiento. Se sentía intranquila y perturbada. Concluyó que quizá se debiera a que aquel sería su último día en aquellas tierras. Después de desayunar se preparó para entrenar con sus hombres. Jim la esperaba apoyado en una valla mientras afilaba su cuchillo. —¿Qué tal has descansado? —le preguntó nada más llegar hasta ella. —No muy bien amigo, algo perturba mis sueños y mi paz espiritual. —¡Bah! Eso es que te estás haciendo vieja Sarocha. Su amigo sonrió. —He hablado con Jirawat sobre Billy, y no tiene inconveniente en que se venga con nosotros. —Será un gran soldado, trabaja duro y le sobra el valor. —Sí, eso es lo que pienso. —¿Cuándo se lo dirás? —Tenía pensado comentárselo ahora, pero supongo que estará en casa de Rebecca. —Creo que se encuentra allí. Ayer la chica nos dio un buen susto. —Ya lo creo. Heng recibirá el castigo merecido. Jirawat está destrozado, aunque intenta disimularlo. —Sospecho que el rey Enrique optará por un castigo ejemplar, para compensar el agravio sufrido por sus aliados en la fiesta de cumpleaños, pero no creo que decida acabar con su vida, tal vez lo mande a defender las islas. Después del entrenamiento y una comida abundante con una tensión reinante en el salón, que se podía cortar con un cuchillo, Sarocha mandó a sus hombres prepararlo todo para partir al amanecer. Después, seguido por Jim, se adentró en el bosque para informar al muchacho Billy sobre su decisión y también ver como se encontraba Rebecca. Para su sorpresa, ambos estaban en el claro donde practicaban con la espada, sentados a la sombra de un árbol, hablando tranquilamente. Rebecca tenía un ojo hinchado y morado, marcas en el cuello, pero nada más. Al ver los moretones del cuello, Sarocha sintió como crecía su rabia. Se quedó un instante mirándola sin que ella se percatase de su presencia. Le parecía hermosa, incluso con ese ojo morado e hinchado, le parecía la mujer más hermosa que jamás había visto. Empezó a sentir un calor extrañó que invadió su pecho y se apoderó de su cuerpo. Los ojos de Rebecca se ensancharon de sorpresa al verlos. Un ligero rubor cubrió sus mejillas y Sarocha sintió deseos de abrazarla con mucha fuerza y besarla hasta dejarla sin sentido. Se quedó pasmado al darse cuenta de esos pensamientos y se maldijo por dentro. No tenía tiempo para sentimientos tiernos hacia una mujer, no ahora que su vida no estaba todo lo estable que ella deseaba. Lentamente se acercaron hasta ellos, Billycomenzó a incorporarse, pero Sarocha con un gesto de la mano le indicó que continuara sentado. —Buenas tardes tengáis. Jim y yo pensábamos que quizá estarías descansando y recuperándote. —Estoy bien. —Yo no lo creo, ayer sufristeis un terrible ataque. Rebecca suspiró. —Es mejor olvidarlo y continuar hacia delante. A Sarocha le sorprendió su valor, eso hizo que su pecho se llenara de orgullo por esa muchacha. Si la atacada hubiera sido cualquier mujer de la corte, hoy estaría rodeada de un montón de personas lloriqueando sus penas y suplicando por atención. Pero Rebecca no, Rebecca seguía su vida como si nada,aunque sabía que ella tenía que estar conmocionada y dolorida, seguía con su vida. Admirable. —Hemos venido a ver como os encontráis y a hablar con Billy sobre su futuro. Billy abrió mucho los ojos ante la sorpresa. —¿Sobre mi futuro? —Sí muchacho, —afirmó Sarocha— hemos estado hablando con sir Jirawat Wachirasarunpat sobre ti. Pensamos que tienes talento para las armas y llegarás a ser un gran soldado, pero aquí no tienes futuro, tal vez te apetezca venir con nosotros y ser uno de mis hombres. Billy se puso en pie de un brinco. —¿Ser uno de sus hombres? Mi señora, me honráis. —Se giró hacia Rebecca y le cogió las manos— ¿Te das cuenta Rebecca? Ser uno de los hombres de lord Sarocha...es lo mejor que me puede pasar en la vida. Rebecca tenía los ojos llenos de lágrimas, pero intentaba sonreír a su amigo, estaba feliz por él, pero a la vez muy triste. Si se iba, jamás volvería a verlo. Billy le cogió la cara con ambas manos y con sus pulgares secó sus lágrimas. —No llores, ya sabes que no puedo verte llorar. —Lloro de felicidad por ti Billy, te lo mereces. Billy abrazó a Rebecca,y esta apoyó su cara en su cuello dando rienda suelta a sus emociones. Sarocha se disgustó, no deseaba verla abrazada a nadie, ni siquiera a Billy, aunque sabía que lo que sentían era un amor fraternal. Pero los celos le estrujaron las tripas. Tenía que separarlos antes de que perdiera el control y le rompiera la nariz al pobre chico. —Entonces¿podemos saber cuál es tu respuesta? Billy se apartó de Rebecca y miró a Sarochaa los ojos. Estaban brillantes por la emoción y se le veía feliz. —No hay otra respuesta posible, mi señora, que un rotundo sí. Al verlos a una distancia prudencial, Sarocha se sintió mucho más tranquila. —Bienvenido al grupo entonces. Debes saber que ser un hombre de Sarocha requerirá mucho esfuerzo, trabajo y sobre todo lealtad. —Así será, mi señora. Un humo negro apareció en el cielo azul del claro. ¿Qué es eso? —preguntó Rebecca. Sarocha se levantó de un brinco. —¡Fuego! —¿Fuego? ¿A dónde? —preguntó Rebecca mientras Billy la ayudaba a incorporarse. Un escalofrío atravesó la espalda de Sarocha, miró a Jim y este a ella a su vez. Ambos tenían un presentimiento. Sin mediar palabra comenzaron a correr, sorteando árboles, ramas y zarzas. Sarocha podía oír el sonido de los pasos de Rebecca detrás de ella, pero no podía pararse a ayudarla, sentía que algo malo había sucedido, tenía el terrible presentimiento que le apretaba la boca del estómago. Jim corría a su lado. Salieron disparados del bosque en dirección a la casa de Rebecca, lo que vieron cuando los árboles desaparecieron de su campo de visión, les dejó pegados en el sitio debido al horror. Los establos del padre de Rebecca estaban ardiendo, junto con el granero Sarocha, desde la distancia, pudo distinguir un cuerpo en el suelo cerca de la casa de Rebecca. Miró a Jim que también se había percatado de la situación. —No puede ser... Sarocha no contestó a su amigo, desenfundó su arma e inició la carrera hasta la casa de Rebecca, aunque sabía, sentía muy dentro, que era demasiado tarde. Rebecca salió del bosque cogida de la mano de Billy, se quedó pasmada frente a lo que sus ojos veían, pero su cerebro no aceptaba. Sus ojos se llenaron de lágrimas. —Billy... Billy,a su lado, miraba desolado las llamas y el humo que salían de las construcciones. Podía oír el relincho de los caballos asustados por las llamas.—Rebecca, quédate aquí, voy a intentar salvar a los caballos. No te muevas de aquí. —Pero... Billy... —No te muevas, hazme caso. Y echó a correr a toda velocidad hacia los establos mientras veía como Sarocha y Jim se acercaban a la casa. De pronto se dio cuenta de una cosa y las garras frías del pánico apresaron su pecho. Su padre y su madre no estaban ahí. ¿Qué les había pasado? ¿Dónde estaban? Tal vez habían ido a pedir ayuda. Inmediatamente desechó esa idea, su padre jamás dejaría a los caballos encerrados, jamás se marcharía de sus tierras sin pelear, aunque fuera contra el fuego. Miró hacia su casa. Un cuerpo yacía en el suelo. El corazón de Rebecca comenzó a golpear en su pecho sin piedad, la sangre corría por sus venas a una velocidadde vértigo. Sintió que se mareaba. ¡No podía ser! Sin pensarlo dos veces echó a correr, rezando, suplicando, llorando. —¡Oh Dios mío, ayúdame! ¡Ten piedad! ¡Qué no les haya pasado nada, te lo suplico! Las lágrimas corrían por su cara y cegaban su visión, pero no dejó de correr, no podía parar. A medida que avanzaba pudo comprobar que había otro cuerpo en el suelo. Sarocha, parada frente a los cadáveres de James y de su adorada esposa, vio como Rebecca corría a toda velocidad hacia ellos, las lágrimas surcaban su cara y sus ojos mostraban pánico, un horror tan indescriptible que no lo pudo soportar. Se dirigió hacia ella y la abrazó sin permitirle que se acercara más.—No, quédate aquí. —Déjame ir, te lo suplico. Sarocha... dime que no son ellos, ¡dímelo!—le suplicó la muchacha mientras sus manos frías le apretaban con fuerza los brazos. De un golpe se apartó de Sarocha y se acercó a toda velocidad, —No, no, no, no, por Dios, no... —repetía y repetía Rebecca mientras más se acercaba. Cayó de rodillas rendida en el suelo frente al cadáver de su padre y de su madre. Un grito desgarrador salió de su pecho, un grito de dolor y de rabia que dejó helada a Sarocha. Se acercó más a sus padres y comenzó a tocarlos, a acariciarlos, a hablarles. Les suplicaba que abrieran los ojos, les rogaba que respirasen. Necesitaba verlos reír, oír sus voces una vez más, sentir el calor de su amor. Billy llegó corriendo al oír el grito de Rebecca. Se quedó petrificado al ver aquel terrible espectáculo. Él también amaba a aquella pareja como si de sus padres se tratara. Rebecca dejó de acariciar las caras de sus padres y se unió al abrazo consolador de su amigo Billy, el único que entendía el dolor que consumía su espíritu. —¿Por qué, Billy? ¿Quién ha podido hacer algo tan horrible? ¿Por qué a ellos? Billy le acariciaba el pelo y la abrazaba con fuerza. No tenía respuesta, no sabía que persona desalmada sería capaz de tal villanía. Jim agarró el brazo de Sarocha. —Iré a avisar al castillo, necesitamos toda la ayuda posible. —Sí... ve, yo me quedo aquí. Jim se acercó a uno de los caballos que Billy había liberado, montó en él e inició una carrera violenta hasta el castillo de sir Jirawat Wachirasarunpat. Sarocha no sabía qué hacer. Había convivido con la muerte desde que tenía catorce años, pero no era capaz de encontrar las palabras para aliviar la carga de las almas de esos pobres que seguían abrazados entre los cadáveres. La veía llorar, pedir respuestas, suplicar y maldecir, pero no era capaz ni de moverse. El dolor que sentía Rebecca la tenía paralizada, pero tenía que reaccionar, ella era una gran guerrera, había luchado en infinidad de batallas, había visto la muerte de cerca y la había vencido. Se acercó hasta los dos chicos. —Billy, tienes que llevarte a Rebecca de aquí. Billy le miró sin entender, cegado como estaba por el dolor. —Venga, levantaos. —Sarocha cogió entre sus brazos a Rebecca, que se abrazó a ella sin pensarlo y descargó en su pecho un millón de lágrimas. Sarocha podía sentir cómo la muchacha se estremecía entre sus brazos, su túnica estaba empapada por sus lágrimas. —Rebecca, te juro que encontraré a los que hicieron esto y los mataré con mis propias manos. Ella se apretó aún más a su pecho...

Coraje OcultoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora