Capitulo 11

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—Tenéis mi consentimiento Sarocha. Mi escriba ahora mismo hará el documento necesario para que la niña pase a perteneceros. Espero que mires bien por su futuro y la trates como se merece. —Sin duda majestad, eso mismo haré. Sarocha se marchó del palacio con el papel que le otorgaba el poder de tener la vida de esa muchacha en sus manos. Le extrañó que le rey se la diera sin más problemas, era un hombre muy desconfiado, aunque si pensaba que se trataba de una niña a laque había que educar y criar, supuso que el rey no tendría ganas.... 

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Rebeccase levantó de la cama cuando el sol ya estaba alto. Nunca había sido dormilona, pero el viaje había sido realmente agotador. Se lavó la cara y se peinó. Rebuscó en su bolsa y se dio cuenta de que no tenía ningún vestido limpio, suspiró con frustración. Deslizó el vestido que había llevado el día anterior por su cuerpo y bajó con el resto de la ropa, lista para lavarlo todo. Lo cierto es que la casa no era muy grande, pero ella no tenía intención de ir abriendo puerta por puerta hasta llegar a la cocina, así que se guio por su instinto. Unos minutos más tarde se encontraba frente a la cocina de la cual salía un maravilloso olor a pan recién hecho. El estómago de Rebecca se quejó. Ella no se había dado cuenta del hambre que tenía, pero ahora se sentía desfallecer. Entró en la habitación, no era muy grande, pero estaba muy limpia y organizada. —Buenos días —saludó la muchacha. La cocinera se giró dando un respingo. —Oh... buenos días tengáis vos, mi señora. —Lo siento, no quería asustarla. —No os preocupéis, ¿deseáis alguna cosa? —Lo cierto es que tengo algo de hambre... La cocinera se quedó perpleja mirándola como si fuera un bicho raro. Rebecca comenzó a sonrojarse y no sabía muy bien qué había hecho mal. De pronto atravesó la puerta el señor Smith, al verla allí de pie se quedó petrificado durante unos segundos. —Buenos días, mi señora. ¿En qué puedo ayudarla? —Lo cierto, señor Smith, es que aún no he desayunado y tengo hambre. —Oh... bien, bien, venga conmigo por favor, la acompañaré hasta el comedor. Rebecca, algo disgustada, le siguió. Entraron en la sala más grande de la casa, la única que tenía una mesa lo suficientemente grande como para poder comer y cenar varios comensales. El señor Smith apartó una silla y le indicó que se sentara. —Esto no es necesario, señor Smith, puedo comer cualquier cosa en la cocina, no quiero molestar. El hombre abrió mucho los ojos ante ese comentario, pero simplemente dijo: —No esmolestia. Ella obedeció y se sentó, dejando la bolsa de su ropa sucia escondida bajo la mesa, cerca de sus pies. El hombre se marchó y a los poco minutos apareció con una bandeja llena de ricos manjares, el olor provocó que Rebecca casi se desmayara de placer.  Cuando ya había terminado, Sarocha entró por la puerta. —Buenos días, Rebecca. —Buenos días, mi señora. —¿Habéis descansado? —Sí, gracias. —Me alegro. —¿Cómo fue vuestra entrevista con el Rey? —Bueno, no fue mal, me ha dado permiso para ir a casa. —Esa es una buena noticia ¿verdad? Ella sonrió mientras se sentaba en la mesa. —La mejor, pero tengo otra noticia que darte. Rebecca le miró fijamente a los ojos y esperó. —Le he hablado a su majestad de ti, y él ha accedido a que yo sea tu... no sé muy bien cómo llamarlo. —¿Tutora? —Tutora, bueno sí, tutora está bien. Ahora soy tu tutora legal —extendió el documento que le diera el rey sobre la mesa— Este documento me acredita legalmente como tu tutora, ahora nadie se atreverá a acercarse a ti con malas intenciones, yo te protegeré y te cuidaré, debes creerme cuando te digo que intentaré que tu vida sea agradable, no te obligaré a nada que no quieras hacer si no creo que es absolutamente necesario. Ahora bien, necesito de ti que seas obediente, respetuosa y leal, no cuestiones mis órdenes ni me lleves la contraria, mucho menos delante de mis hombres, si deseas decirme alguna cosa que te moleste o que no te guste, siempre puedes hacerlo en privado... Lo cierto es que no tengo ni idea de lo que debo hacer contigo, nunca he tenido a mi cargo a nadie que no fuera un soldado. Eres un nuevo reto para mí... —¿Y si tanto os molesta, por qué me habéis traído? Yo no os lo pedí, estoy segurade que me las habría arreglado bastante bien yo sola. Sarocha alzó la miradadel documento y la clavó en los ojos de Rebecca, ella sintió la fuerza de sumirada en su interior y estuvo a punto de encogerse de miedo, pero se mantuvo quieta. —Yo no he dicho que me moleste ocuparme de ti, digo que es la primera vez que tengo a mi cargo alguien y que intentaré hacerlo bien. —Oh vamos lord Sarocha, No soy más que la hija de un granjero, ni más ni menos, no debe tratarme demanera diferente al resto de las muchachas que viven en su feudo. Sarocha se puso en pie y se dirigió hacia la chimenea. No sabía muy bien cuánto debía contarle a la muchacha, pero no le parecía bien mantenerla en la ignorancia. Ahora ella era su tutora y le tocaba decidir lo mejor. Se apoyó en la repisa de la chimenea y fijó la mirada en las llamas, después de un rato, cuando Rebecca pensaba que ya no iba a decir nada más, ella comenzó: —Lo cierto es que no eres la hija de un simple granjero. No entiendo por qué tu padre no te lo dijo, supongo que tendría sus razones, pero él ya no está... —se dio la vuelta y la miró fijamente— Tú padre era un lord del Rey —observó cómo Rebecca abría mucho los ojos ante esa revelación y la dejó unos segundos para que lo asimilara.... —James entrenó con ahínco y pasión, convirtiéndose en uno de los mejores soldados del país. Estuvo con su señor hasta que tuvo la edad suficiente y comenzó a trabajar para el mismísimo Rey, el padre de nuestro rey actual. Comenzó así una carrera impresionante, llegando a ser el hombre fuerte y de más confianza del Rey. En pago por sus servicios el Rey le fue concediendo tierras y posesiones, y ya al final de su vida le concedió el título de marqués. Tu padre nunca lo aceptó, pues estaba sumamente decepcionado por las decisiones tomadas por su Rey, referentes a él mismo, y decidió vivir una vida tranquila en el campo, lejos de todo lo conocido y del bullicio y maquinaciones de la alta sociedad. Se retiró siendo aún el mejor de los guerreros. Tú no eres la hija de un granjero, eres la hija del más grande comandante que las tropas del Rey jamás pudieron tener, una heredera de una considerable fortuna cuando llegues a cumplir los veintidós años.  Rebecca sintió un nudo en su estómago. Agradeció, en su inconsciencia, el haber terminado de comer, porque ahora no creía ser capaz de llevarse nada a la boca. Sus ojos se llenaron de lágrimas que intentó contener, pero fue inútil el esfuerzo, pues salieron de sus ojos como si del caudal de un rio se tratara. —No puede ser... —murmuró. —Pues lo es. Rebecca se puso en pie, sentía como si una mano invisible le oprimiese el pecho y el corazón, impidiéndola respirar. Necesitaba aire, con urgencia, o perdería el conocimiento allí mismo. Salió de la sala como alma que lleva el diablo. Corriendo alcanzó la puerta que daba acceso al jardín. Sarocha iba detrás de ella, preocupada. Rebecca se detuvo frente al jardín, no podía salir de ahí, ¿a dónde iría? No conocía la ciudad, ni la gente, no sabía dónde estaba... miró al frente sin saber que hacer o que pensar. Sarocha estaba a tan solo unos metros de ella, pero no se acercó. Ella se volvió y la enfrentó. —¿Por qué nunca me dijo nada? Ella se encogió de hombros. —Realmente no lo sé Rebecca, supongo que tendría sus motivos. Rebecca bajó su mirada al suelo. —¿Dónde está Billy? Esa pregunta le dolió, no sabía por qué, pero se sintió herida al ver que ella prefería la compañía de Billy en este momento antes que la suya. —Voy a buscarlo. Sin decir nada más y dejando a una llorosa Rebecca se marchó. Entró en la casa y ordenó al señor Smith que mandara buscar al muchacho y que lo llevara al lado de Rebecca.... Sarocha entró en la estancia que hacía las veces de sala de estar y comedor. Estaba nerviosa y disgustada, sin saber muy bien que hacer se acercó a la ventana y vio a la muchacha. Estaba parada, quieta, mirando el cielo sin saber muy bien que hacer. Notó su dolor, reflejado en su mirada y en sus ojos llorosos, de pronto ante ella apareció Billy, extendió los brazos y Rebecca corrió a refugiarse en ellos. Una punzada se le clavó en el corazón, algo que ella jamás había sentido y que reconoció como celos. Pero eso era una tontería, ¿por qué una mujer como ella iba a tener celos de un pobre muchacho imberbe? Dejó de mirar la enternecedora escena y se sentó frente al fuego, tal vez se debiera a que deseaba que Rebecca corriera a refugiarse en sus brazos de la misma manera confiada que había aceptado los de Billy. Estaba empezando a darse cuenta del error que había cometido al decidir ocuparse de Rebecca. El sonido de pasos acercándose lo alejó de sus pensamientos. —¿Qué le pasa a la muchacha? —preguntó Jim nada más poner un pie en la sala. Sarocha suspiró. —Le he contado lo que sé sobre su padre, al parecer está afectada... —¿Por qué has hecho eso? —Porque ayer el Rey me concedió la tutoría de la muchacha, ahora está bajo mi cargo y ella estaba decidida a no ser más que una criada cualquiera, no puedo tratarla como a una moza que está a mi servicio. Así que opté por decirle la verdad. Jim tomó asiento cerca de su amiga. —¿Y su majestad no te ha puesto inconveniente? —No.—¿Ningún, pero? —No. —¿Ninguna condición o petición? —No. —Es de lo más extraño... —Eso pensé yo, pero creo que su majestad piensa que Rebecca no es más que una niña y eso supondría que al no tener más familiares cercanos, el Rey tendría que ocuparse de la muchacha o encontrar una tutora mejor que yo.... —¿No le corregiste de su error? —No, él no me preguntó la edad y yo no creí necesario comentárselo. Estoy segura de que si sabe la edad de Rebecca el resultado de mi petición hubiese sido otro bien distinto... —Creo que has hecho bien, hermana. Sarocha levantó la mirada hacia Jim. —Eso espero... Despuésde un buen rato desde que Billy se marchó y la dejó sola en el jardín, Rebecca entró en la casa, dispuesta a seguir adelante con su vida. Entró rápidamente, cogió su ropa sucia, que seguía debajo de la mesa y se marchó al lavadero. Cuando ya estaba a punto determinar de lavar toda su ropa, alguien entró. —¿Se puede saber que estás haciendo, Rebecca? —preguntó Sarocha, con un tono que pretendió sonar diferente. Rebecca se giró y la vio apoyado despreocupadamente en el marco de la puerta, los brazos cruzados en el pecho y la camisa abierta, dejando a la vista una buena porción de su pecho. —Lavando mi ropa. —Ya veo... ¿Sabes que le pago a una mujer para que haga ese trabajo? —Yo no necesito sirvientes, mi señora. —Bien... está bien Rebecca —dijo mientras se acercaba lentamente hacia ella, Rebecca se puso tensa al notar la cercanía de Sarocha— Dejaré que las cosas, de momento, se hagan a tu manera. Pero solo de momento, deberás aceptar quién eres y tu procedencia y luego, actuar en consecuencia. Cuando lleguemos a mi castillo y te presente por tu nombre verdadero y el título que heredarás, no podrás comportarte como una criada cualquiera. —¿Y por qué deberéis presentarme por mi nombre y título? ¿Por qué no simplemente por mi nombre? Vos me prometisteis que intentaríais que yo fuera feliz, no podré serlo si no me comporto como yo soy, no podré estar fingiendo constantemente y comportarme como lo haría una dama de mi posición si siempre he sido simplemente Rebecca... Sarocha suspiró. —¿Cómo crees que se comporta una dama de tu posición? —No lo sé, las únicas damas que conozco son las hijas de sir Jirawat. —Yo estuve con ellas y me parecieron unas damas muy agradables y muy educadas. —Apuesto a que sí —rio Rebecca. —¿A qué viene eso? ¿Sarcasmo, señorita? —No mi señora, para nada. —Rebecca, no os pido nada raro, simplemente hay cosas que no podéis hacer y espero que me obedezcáis. Rebecca suspiró, derrotada. —Haré lo que pueda, mi señora....

Coraje OcultoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora