Capitulo 7

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Las mesas estaban dispuestas y llenas de ricos manjares. Sir Jirawat se sentó a la cabecera, mientras que a su derecha se sentó el padre de Rebecca, a su izquierda, estaban sus hijas y seguidamente todos los demás. Sin saber muy bien cómo, Rebecca terminó sentada entre Billy y Sarocha, y de frente Jim y algunos de los soldados de Sarocha. Las mujeres estaban intercaladas entre algunos hombres. A su alrededor, la más cercana era sumadre, que estaba al lado de su esposo, pero no lo suficientemente cerca como para poder conversar, aun así, la cena fue muy entretenida. Los caballeros de Sarochano pararon de hablar y de bromear todo el tiempo. Earth, comenzó a contar historias sobre las batallas vividas junto a Sarocha. La gente escuchaba con gran entusiasmo mientras la protagonista no dejaba de interrumpir para que el soldado callase. —¿Cuál es tu nombre, hijo? —le preguntó James desde el otro lado de la mesa. —Mi nombre es Earth, mi señor. —Earth, dime, ¿es cierta la historia que cuentan acerca de que tu señora entró sola a una iglesia en llamas y salvó a todos lo que estaban dentro? A Earth le brillaron los ojos, Sarocha soltó un gemido y negó con la cabeza. —Vaya si es cierto, mi señor—contestó el soldado con una energía inusitada— yo estaba presente cuando sucedió y doy fe de la realidad de la hazaña. James miró a Sarocha. —Señora, sin duda podría entretenernos contando esa aventura en especial. Rebecca la miraba con fijeza y le pareció ver como se sonrojaba Sarocha. —Señor... creo que esta velada es muy agradable y no deberíamos empañarla con historias de guerras pasadas. James clavó su afilada mirada en su rostro. —Es posible, pero me atrevo a preguntar a los presentes ¿desean escuchar la historia? Un griterío contestó al unísono. Sin duda una buena batalla era un excelente entretenimiento. —Al parecer a la gente no le molestaría escuchar a lord Sarocha. Ella sin levantar la mirada contestó: —No, al parecer no. —¡Yo la contaré! —anunció Earth entusiasmado. —Mi señora Sarocha y nosotros acabábamos de llegar de defender los dominios de nuestro rey en las altas tierras del norte. Fue un gran alivio cuando nuestro Rey dio por concluida nuestra presencia en aquellas tierras de paganos y nos ordenó volvera casa. No habíamos hecho más que pisar el centro de nuestra capital cuando el Rey convocó a nuestra señora Sarocha, que después de dos horas volvió a nosotros con fuego en la mirada y un humor de mil demonios. Sin dejarnos descansar nos encomendaba otra misión, la de proteger el Castillode Canterbury, el castillo había sido tomado por el Conde de Hertford, antiguo enemigo de nuestro Rey. A pesar de nuestro agotamiento, nos dirigimos hacia la frontera, para defender el castillo que el conde había invadido. Éramos menos, pues todos los hombres heridos y demasiado débiles habían sido enviados a sus casas, y estábamos cansados, pero nuestro deber es obedecer las órdenes de nuestro Rey. Lord Sarocha se dirigió presta a hablar con sus iguales y ponerse al día de la situación, mientras los demás, preparábamos nuestro campamento y nos poníamos lo más cómodos posibles, Sarocha se presentó en el campamento con peor humor, se le veía muy enfadada, se metió en su tienda y no permitió visitas Sarocha salía todas las noches y se daba una vuelta por los campamentos, paseaba alrededor del castillo, miraba, observaba, pensaba... al sexto día de nuestra llegada el conde comenzaba a experimentar el hambre de sus hombres y el ánimo de sus guerreros comenzaba a decaer por lo que intentó parlamentar. No pensaba rendirse, pero amenazaba con que matar a los aldeanos si no recibía comida y agua pronto. Nuestros señores se reunieron y al parecer decidieron que no les darían nada, eso hizo enfurecer a mi señora Sarocha, que no soporta las injusticias ni el daño a los más débiles... —Earth, por favor... —interrumpió Sarocha. —Es la verdad mi señora. —Sarocha hija, no interrumpas a tu hombre ahora que el asunto se está poniendo interesante —gruñó James. Sarocha agachó la cabeza y dejó que su soldado continuase con la historia. —El caso es que ella ya tenía un plan. Había visto en uno de sus paseos que, por la parte trasera del muro, se hallaba un pequeño agujero muy bien camuflado, pero con el tamaño suficiente para que pudiera pasar un hombre holgadamente. —No puedes estar hablando en serio Sarocha —dijo Mathewde Chester— hemos decidido no intervenir. —Pues no intervengas Mathew, yo no te obligo a nada, simplemente os comunico cuales son mis planes, para que, llegado el momento, no entorpezcáis a mis hombres. —¡No os lo permitiré!—Boceó Thomas de Essex, un hombre avaricioso y malvado — ¡Debéis obedecer las decisiones del grupo! —¡Vos no me ordenéis nada Thomas! No soy uno de los vuestros y haré lo que me plazca, solo os digo que si no ayudáis tampoco perjudiquéis. —¡Me estáis amenazando Sarocha! —Tomáoslo como una advertencia Thomas. —Yo os ayudaré —anunció John de Carrick— decidme qué debo hacer. —Solamente esperar aque mis hombres abran el portón y luego entrar y eliminar a todo aquel que defienda la bandera de ese villano. —Así se hará —concordaron los demás a excepción de Thomas, que se removía en su asiento mientras la rabia le comía las entrañas. Nos preparamos para el ataque. Sarocha decidió que Jim organizara todo desde fuera elegimos la noche para nuestra incursión traspasar el muro no fue complicado, lo hicimos de uno en uno, y al entrar nos escondimos detrás de un granero a la espera. Dentro, el castillo bullía de actividad. Loshombres de Hertford iban y venían, llevaban a todos los aldeanos a la iglesia.Un mal presentimiento nos atravesó a todos. El villano estaba tramando algo. Nuestra señora Sarocha ordenó que se quedaran cerca del portón y a la mínima oportunidad, abrieran las puertas para que entraran los demás, cuando estuvimos lo más cerca posible sin ser descubiertos, pudimos ver cómo todos los aldeanos, mujeres, hombres y niños, sin distinción, eran introducidos a la fuerza en la iglesia. Una vez todos dentro, el conde de Hertford ordenó cerrar las puertas, dejándoles encerrados y sin la posibilidad de salir. Sarocha nos miró con preocupación. —No será capaz... —susurró. Pero nuestros peores temores se hicieron realidad. Hertford ordenó quemar la iglesia con todos dentro. El portón se abrió y los señores del Rey comenzaron a entrar seguidos de todas sus tropas. Los hombres que se ocupaban de proteger la entrada gritaron pidiendo refuerzos. —¡El portón se ha abierto! ¡No podemos contenerlos! El conde comenzó a echar fuego por los ojos y ordenó a todos sus soldados que acudieran a la muralla y protegieran la entrada. La iglesia quedó desprotegida y mi señora nos dio la orden de ayudar a esas pobres almas en pena que no paraban de gritar pidiendo auxilio. Abrimos la puerta y todas las personas que estaban apiladas al otro lado, salieron disparadas. Fue un caos terrible, la gente corría, se empujaban, se pisaban, la mayoría, desorientados y nerviosos, no sabían hacia dónde dirigirse. La iglesia ardía y el fuego calentaba nuestros rostros, las llamas habían alcanzado el tejado. —¿Han salido todos? —preguntó Sarocha al párroco. —No lo sé mi señora, no lo sé, eso es el mismísimo infierno...Sin pensárselo siquiera Sarocha mojó su capa en un abrevadero cercano y se adentró sin apenas darnos tiempo a los demás de protestar por su apresurada decisión. Jim llegó a nuestro lado, sofocado. —¿Y Sarocha? —Dentro. —Le contesté. —¿Dentro? ¿Dentro de dónde? Señalé con mi mano la iglesia, Jim palideció al instante y se dispuso a entrar por ella. Instantes después apareció Sarocha envuelta en la capa, con una mano arrastraba a una pobre mujer y en el brazo libre traía a un pequeño niño sin conocimiento. Y fue así cómo mi señora Sarocha salvó a toda la aldea del fuego. Un murmullo se extendió por toda la mesa. —Es una gran historia, si señor—afirmó James— una gran hazaña Sarocha. —No fue para tanto señor... Unas horas después se dio por concluida la cena y los criados comenzaron a retirar las mesas, se preparó el salón para que los invitados pudieran bailar sin estorbos. Rebecca bailó con todo aquel que se lo pidió, pero no pudo borrar de su mente ni por un instante, la imagen de Sarocha y el niño. La guerrera le pidió un baile y ella aceptó encantada. Pudo comprobar que Sarocha era una perfecta bailarina y se sabía los pasos de las danzas a la perfección. Cuando no estaban juntas, podía sentir su mirada fija en su espalda. La buscaba por el salón y la encontraba mirándola. Cada vez que sus miradas se encontraban, a Rebecca le daba un vuelco el corazón. Después de bailar la última tarantela con Billy, Rebecca decidió salir a tomar un poco el aire. Se notaba sofocada y cansada. Salió al patio lentamente, dejando atrás el bullicio de la música y las voces. El aire frío le golpeó con fuerza el cuerpo, pero ella lo agradeció. Miró a su alrededor, pudo ver algunos soldados dando vueltas por las almenas, tranquilos... Comenzó a caminar despacio sin ir a ningún lado. Le gustaba poder admirar el brillo de las estrellas y esa noche estaban magníficas. Sus pensamientos volaron a los acontecimientos anteriores, a la cena, la cercanía de Sarocha, su maravillosa sonrisa, sus ojos fijos en ella, el tacto de sus manos cuando se tocaban en el baile... De pronto unos brazos la sujetaron con fuerza por la espalda, con una mano la cogieron por la cintura y con la otra le taparon la boca y la arrastraron hacia la oscuridad. Rebecca comenzó a pelear para poder soltarse. El hombre la posó en el suelo cuando pensó que estaban lo bastante lejos de la entrada. La empujó hacia la pared del castillo. Las duras y frías piedras se le clavaron en la espalda. Sin apenas poder respirar le cogió por el cuello, y la inmovilizó. —Ni se te ocurra abrir la boca, ¿entendido? Le susurró Heng al oído. Ella afirmó con la cabeza. Heng aflojó su agarre. —¿Creías que no te encontraría? ¿Qué podías huir de mí? El corazón de Rebecca golpeaba fuertemente contra su pecho, un terror frío se apoderó de sus entrañas. Heng no dudaría en hacerle daño. Pero tenía que encontrar la manera de huir, si Heng conseguía sacarla del castillo, estaba perdida. Recordó lo que Billy le había enseñado sobre la lucha cuerpo a cuerpo, pero su atacante era mucho más fuerte que ella y más alto. Se acordó de su daga y maldijo para sus adentros por llevar esos horribles zapatitos. Estaba asustada y desarmada frente a un hombre que la odiaba. —Por favor Heng, déjame ir... Él apretó su agarre. Ella tuvo dificultades para respirar y cogió la mano de Heng para aflojar, pero sus intentos eran minimos, Heng apenas se movió. —¿Acaso te he dicho yo que podías hablar? Mantente calladita y saldrá todo bien. Rebecca afirmó con la cabeza de nuevo y Heng la soltó, pero se acercó aún más a ella. Sus cuerpos se tocaron. —Solo quiero un poquito de calor y tú tienes un hermoso cuerpo que, sin duda, me dará todo el placer que ansío. Le puso las manos en los pechos y comenzó a masajearlos. Ella sintió nauseas. Sin pensarlo dos veces levantó la rodilla y le pegó con todas sus fuerzas en sus partes. Heng se dobló en dos por el dolor. Echó a correr, pero su atacante se abalanzó sobre ella y cayeron los dos al suelo. Rebecca se retorció y luchó, pero Heng, más fuerte que ella, simplemente se sentó a horcajadas sobre su estómago y le cogió las dos manos. Rebecca gritó, pero él la golpeó con tal fuerza que estuvo a punto de perder el conocimiento.—¡Zorra! —Le gritó enfadado.

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—Billy, ¿has visto a Rebecca? —preguntó Sarocha, después de buscar con la mirada a la chica por todo el salón y no verla... —Me dijo que quería tomar el fresco. —Iré a ver dónde está. —Yo iré con vos. Salieron los dos al patio, pero allí no había nadie. Sarocha sintió un estremecimiento. Algo no andaba bien. —¿Dónde andará esa muchacha? —preguntó Billy que no dejaba de moverse y buscarla por los alrededores. —No sé... De pronto un grito los alarmó. —¡Es Rebecca! —¡Ve a buscar ayuda! —le ordenó y el muchacho echó a correr a toda velocidad, mientras Sarocha se dirigió hacia el lugar desde donde venían los gritos. Lo que encontró la dejó helada. Heng, sentado encima de Rebecca, la golpeaba sin piedad mientras ella intentaba liberarse sin conseguirlo. Una furia intensa se apoderó de ella, cogió al muchacho por el cuello y lo estrelló contra la pared. Heng cayó de rodillas al suelo y miró aterrorizado a su agresora. Sarocha, alta, fuerte, imponente y muy enojada lo miraba con una intensidad asesina y él sintió como un escalofrío de pánico le atravesaba la espalda. Heng intentó huir, pero fue imposible, la guerrera lo cogió por la túnica y le golpeó la cara con fuerza, una y otra vez. —¿Crees que podrás luchar conmigo? ¿O tal vez solo disfrutas golpeando a muchachas indefensas? Heng la miró con odio e intentó golpearla desesperado, pero Sarocha ya lo esperaba, paró el golpe y a su vez le dio con todas sus fuerzas en el estómago. Heng se dobló por la mitad. —Vamos, levanta, lucha como un hombre, ahora es tu oportunidad muchacho. No hizo caso de la provocación, le dolía todo el cuerpo debido a la paliza recibida. Sarocha se dirigió hacia Rebecca. —¿Estás bien? Ella, dolorida, solo movió la cabeza afirmando. Sarocha la sujetó por la cintura y la puso de pie, pero Rebecca no se sujetaba. Entonces la cogió en brazos mientras vio como los refuerzos llegaban. Jim, Billy, James, Earth, Jirawat y varios soldados. —¿Qué pasa aquí? —preguntó Jirawat al ver a su hijo hecho un ovillo en el suelo y a Rebecca en brazos de Sarocha. —Jirawat, tu hijo ha atacado a Rebecca. James, pálido se acercó lentamente a su hija, cuando vio el estado en el que estaba su rabia creció. Sacó su espada y se dirigió hacia Heng. Sarocha hizo un gesto a Jim para que no le permitiese herirlo cegado por el dolor y la rabia. —Maldito, maldito mil veces, ¡soltadme, haced el favor de soltarme que mataré a este desgraciado con mis propias manos! Jirawat se interpuso. —¡No James! —Aparta Jirawat, tu hijo es un malnacido, no consentiré tal agravio, lo mataré con mis propias manos. —No James, el muchacho queda en manos de nuestro Rey, él elegirá su castigo. —¡Pero padre! —gritó Heng desde el suelo.Jirawat se giró lentamente hacia su primogénito, lo miró con desprecio. —Tú ya no eres mi hijo... Todos se quedaron pasmados. Billy se acercó hasta Sarocha y esta le pasó a la muchacha.

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