Capítulo 5: Fe Ciega

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Sariel

La noche caía lentamente sobre las calles de Roma, mientras las luces parpadeantes de la ciudad ocultaban la oscuridad que realmente se cernía sobre el mundo. Caminaba en silencio, pero no estaba solo. Las sombras de mi pasado me seguían de cerca, junto con las consecuencias de mis acciones más recientes. Italia se había convertido en un campo de batalla silencioso, y yo estaba en el centro de esa tormenta. No había vuelta atrás; estaba atrapado.

Nunca me vi como un asesino, no al menos al principio. Pero ahora, bajo el control de la reina consorte Emilia, había tenido que ensuciar mis manos de formas que jamás imaginé. Emilia me tenía bajo su dominio, y lo sabía bien. Había jugado sus cartas con precisión, descubriendo un secreto sobre mí que me ataba a su voluntad. Ahora, cada paso que daba en este juego de poder me hundía más en el abismo.

Desde lo alto de la terraza, observé los coches que circulaban por las avenidas, conscientes de que en uno de ellos estaba el caos esperando. En cuestión de minutos, uno de los coches bomba que Emilia había ordenado detonar, acabaría con vidas inocentes. Cerré los ojos por un momento, tratando de calmar el latido desbocado de mi corazón, pero las imágenes de la última semana volvieron a mí sin piedad.

Los cuerpos despedazados en las calles. Las facciones menores matándose entre ellas con una brutalidad que parecía sacada de una pesadilla. Y yo... yo era parte de ese ciclo infernal. Recordaba la primera vez que me vi obligado a actuar para Emilia. Me había convocado a su despacho, con esa mirada fría y calculadora que tan bien manejaba. Su voz, suave pero cargada de veneno, me dejó claro que no tenía elección.

—Sariel, necesito que actúes por mí —me dijo sin rodeos—. Sabes que no tienes opción.

Su sonrisa apenas se formó, pero el mensaje era claro. Si no lo hacía, mi secreto sería revelado. Y con él, mi reputación, mi lugar entre los Monarcas, todo por lo que había trabajado, se desmoronaría en un instante.

Desde entonces, había habido explosiones en Milán, en Nápoles, y ahora Roma era el siguiente objetivo. Cada ataque debilitaba a las facciones menores, eliminando amenazas antes de que pudieran consolidarse. Emilia orquestaba todo desde las sombras, mientras me obligaba a ejecutar sus planes. Yo era su herramienta, su marioneta en este teatro de violencia. Y aunque me consumía el desprecio hacia ella, no podía romper sus cadenas.

Una explosión resonó a lo lejos, sacudiendo el suelo bajo mis pies. Abrí los ojos y observé cómo el fuego devoraba el coche en la avenida. Los gritos de pánico llenaban el aire, mientras la multitud huía despavorida. No podía hacer nada para detenerlo. Esta vez tampoco. Con cada muerte, la culpa se acumulaba sobre mis hombros, más pesada que cualquier otra carga que hubiera tenido como Monarca.

Mientras descendía de la terraza, las luces intermitentes de las sirenas ya iluminaban las calles. Sabía que esto era solo el comienzo. Emilia no se detendría hasta consolidar su poder, y yo sería el instrumento de su destrucción. Pero, ¿Qué opción tenía? Si me rebelaba, perdería todo lo que aún me quedaba. Y aunque mis manos estaban cubiertas de sangre, mi instinto de supervivencia era lo único que me mantenía atado a esa despiadada mujer.

"¿Cómo llegamos hasta aquí?", pensé, alejándome del caos. Sabía la respuesta, aunque me rehusaba a admitirla. Desde el momento en que Emilia descubrió mi debilidad, todo cambió.

El zumbido del teléfono me sacó de mis pensamientos. El nombre de Emilia apareció en la pantalla.

—¿Está hecho? —preguntó sin un saludo.

—Sí —respondí, tratando de mantener la frialdad en mi voz—. Todo salió según lo planeado.

—Excelente. Sigue así, y tu pequeño secreto seguirá a salvo.

Los Orígenes del PoderDonde viven las historias. Descúbrelo ahora