Capítulo 15: Límites de la Fe

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Amelia

El aire en el departamento de Dalia estaba cargado, casi irrespirable, como si el silencio que lo envolvía fuera un grito mudo de todo lo que no habíamos querido ver. Oliver, de pie junto a mí, había dado la orden de buscarla. Las Sombras ya estaban en movimiento, pero no podía sacudirme la sensación de vacío que llenaba el lugar. Belial, quien solía comportarse manso conmigo y con las demás, ahora era una sombra arisca de lo que una vez fue. Intenté acercarme, pero el pequeño felino me lanzó una mirada oscura antes de apartarse, mostrando los colmillos. Era como si también él estuviera herido, atrapado en el mismo ciclo de dolor que todos aquí parecían compartir.

Mis pensamientos fueron interrumpidos por la presencia imponente de Razzel y Dazzel. Se mantenían firmes, con la rigurosa etiqueta que siempre mostraban ante Oliver, pero esta vez sus rostros eran una mezcla de ira contenida y respeto obligado.

—Con el debido respeto, su alteza —empezó Razzel, su voz baja, aunque vibraba con la tensión—, ¿por qué hasta ahora se digna a aparecer? —El tono de sus palabras hizo que el aire se volviera aún más denso.

Nosotras, las chicas, intercambiamos miradas confusas. ¿Se conocían?

Micaela fue la primera en preguntar lo que todas pensábamos.

—¿Se conocen? —Su tono estaba cargado de incredulidad.

Oliver respiró hondo, como si las palabras que estaba a punto de decirle pesaran más de lo que deseaba admitir.

—Sí —respondió con franqueza, su mirada distante, sumida en recuerdos dolorosos—. Fui amigo de su hermano mayor, antes de que muriera.

El silencio que siguió fue denso, como si cada uno de nosotros estuviera tratando de procesar esa nueva pieza de información. Dalia, la misteriosa, la inquebrantable, tenía lazos mucho más profundos de los que alguna vez imaginamos.

Oliver, en un movimiento calculado, se giró hacia los gemelos, su rostro ahora más duro, menos el príncipe y más el hombre que había venido a arreglar lo que estaba roto.

—Vine por ella porque quiero arreglar las cosas. —Su tono era firme, y por primera vez en mucho tiempo, vi a Oliver no como el príncipe distante, sino como alguien que de verdad se preocupaba—. Ahora díganme, ¿qué es todo esto? —Sus ojos buscaron respuestas en los gemelos—. ¿Qué ha pasado con ella estas semanas?

Razzel y Dazzel intercambiaron una mirada cargada de significado antes de que Razzel tomara la palabra, su voz solemne, casi dolorosa.

—Ella ha estado bebiendo... mucho —comenzó, con las manos entrelazadas a la espalda, intentando mantener la compostura mientras explicaba algo que claramente lo afectaba—. Se ha estado descuidando, apenas comiendo, durmiendo solo cuando el agotamiento la vencía.

Podía sentir a Oliver  junto a mí tensarse, como si cada palabra que salía de la boca de Razzel la golpeara directamente en el corazón. Yo misma luchaba por asimilarlo. Dalia, la fuerte, la invulnerable, estaba cayendo. Y nosotros ni siquiera habíamos estado cerca para ayudarla.

—Hace dos semanas y media —continuó Razzel, su voz apenas un murmullo ahora—, recibió una llamada de Renato. No sabemos qué le dijo, pero después de esa llamada... ella cambió. Nos ordenó que no la siguiéramos, ni la molestáramos.

—¿Renato? —preguntó Oliver, su mirada aguda clavándose en Razzel.

Dazzel asintió lentamente.

—Sí, Renato. Desde entonces no hemos sabido nada de ella. Han pasado casi tres semanas y no tenemos idea de dónde está.

Los Orígenes del PoderDonde viven las historias. Descúbrelo ahora