Capítulo 8: Encuentros Inesperados

16 2 0
                                    

Sariel

El eco de las explosiones aún resonaba en mi cabeza. Cada grito, cada cuerpo que caía al suelo, todo como un recordatorio constante de lo que había hecho. Mi participación en los atentados me quemaba por dentro. No importaba cuántas veces me dijera que era necesario, que los fines justificaban los medios... No dejaba de sentir el peso de la culpa. Mi mente volvía a esos momentos una y otra vez, buscando una redención que sabía que no llegaría.

Caminaba por los pasillos del palacio, intentando alejarme de esos pensamientos, cuando la vi. Amelia deambulaba como un fantasma, con una expresión preocupada que rara vez mostraba. Mis pasos se ralentizaron al observarla, notando cómo sus ojos revisaban cada rincón, como si buscara desesperadamente a alguien. Sabía exactamente a quién buscaba.

—Sariel —me llamó, aliviada al verme—. ¿Has visto a Dalia?

Una parte de mí se alegró de que me buscara a mí, de que fuera yo a quien recurriera en ese momento. Pero, en cuanto pronunció el nombre de Dalia, sentí la irritación crecer en mi pecho. ¿Por qué siempre tenía que ser ella? No podía negar que Dalia había sido el centro de atención desde los atentados, con todos mirándola como si fuera la única víctima. Y ahora, Amelia también estaba preocupada por ella.

—No la he visto —respondí, ocultando mi malestar—, pero te ayudaré a buscarla.

Amelia me sonrió, agradecida. No podía evitar sentir una pequeña satisfacción al verla depender de mí, pero esa chispa se apagaba rápidamente al recordar por quién estábamos buscando.

Recorrimos varios pasillos en silencio hasta que, finalmente, la encontramos cerca de los jardines. Estaba de pie, con la brisa moviendo ligeramente su cabello, mirando hacia algún punto distante como si intentara mantener la fachada impenetrable que tanto me irritaba. Siempre tan perfecta, tan inquebrantable. Aunque en su postura se notaba cierta tensión, como si sostuviera con esfuerzo todo el peso que cargaba. No sabía si era genuino o simplemente otra parte de la actuación que siempre mantenía.

—Dalia —llamó Amelia, y pude ver cómo los labios de Dalia se curvaban en una sonrisa ligera, como si se sintiera aliviada al ser encontrada por su amiga.

Me quedé un par de pasos atrás, observando la escena, resistiendo el impulso de soltar algún comentario mordaz. No soportaba la forma en que Amelia la miraba, con esa admiración que, a mi parecer, Dalia no merecía.

Antes de que pudiera decir algo, escuchamos el llamado del rey. La irritación que ya sentía se intensificó al ver cómo Dalia recibía una mirada especial del monarca, una que estaba reservada solo para ella. El trato preferencial del rey hacia Dalia era algo que me resultaba imposible de ignorar, más aún con los rumores que circulaban entre la corte sobre la relación entre ambos.

Mientras caminábamos hacia la sala del trono, no pude evitar pensar en Oliver. Su lealtad inquebrantable al rey, su devoción, siempre quedaba relegada a un segundo plano cada vez que Dalia estaba cerca. Era evidente que, para el rey, Dalia siempre estaría por encima de Oliver, y eso solo incrementaba mi disgusto hacia ella.

Los rumores, los favores, las atenciones... Todo giraba alrededor de ella, como si fuera la pieza más importante de este juego. Y yo, en medio de todo, observando cómo cada movimiento de Dalia provocaba un caos en todos los que la rodeábamos.

El salón del trono estaba lleno de ecos, desde el retumbar de las puertas hasta el suave murmullo de las sirvientas que pasaban de un lado a otro. El rey estaba sentado en su trono, pero esta vez no había ni una pizca de la formalidad que usualmente lo acompañaba. La sala, que normalmente irradiaba un aire solemne y distante, se sentía extrañamente relajada. Al entrar, sentí como si hubiera sido arrastrado a una especie de teatro donde las protagonistas eran las chicas, y el rey se aseguraba de que todo se desarrollara a su favor.

Los Orígenes del PoderDonde viven las historias. Descúbrelo ahora