Dalia
Había aprendido a observar en silencio. El murmullo entre los pasillos, las conversaciones susurradas entre las personas a mi alrededor... todo se delataba si sabías dónde mirar. Y yo había tenido la suerte de ver más allá de lo que los demás mostraban Últimamente.
El fiscal Alexander. El hombre que se jactaba de su impecable lealtad a la Corona, de ser el brazo ejecutor de la justicia en nombre del rey. Sin embargo, la información que había llegado a mis oídos decía otra cosa. Una reunión clandestina, no con nobles ni asesores reales, sino con el líder de una facción radicalista. No podía dejar pasar la oportunidad de seguirlo.
El aire frío de la noche se enredaba en mi cabello mientras me mantenía oculta en las sombras, a una distancia prudente del fiscal. Su andar era rápido, pero no el de alguien que estuviera huyendo; más bien, el de alguien que no quería ser visto. Sabía que me dirigía a algo importante, pero no esperaba encontrarme con lo que sucedió después.
Lo seguí hasta una iglesia abandonada, el tipo de lugar donde el eco de los rezos desaparecía hacía mucho tiempo. Las velas parpadeaban a través de las ventanas rotas, como si una antigua llama intentara aferrarse a lo poco que quedaba de fe. El sótano de esa iglesia, sin embargo, albergaba algo mucho más oscuro.
Me deslicé tras Alexander, manteniéndome en la penumbra mientras él descendía las escaleras de piedra. Lo que vi al llegar al fondo confirmó mis peores sospechas: Un hombre con una máscara blanca sin boca, el que supongo es el líder de la Orden del Fénix Sangriento, estaba allí, aguardándolo. El hombre tenía una presencia perturbadora, con una mirada intensa que parecía ver más allá de la carne, más allá del alma.
Me agaché detrás de unos pilares, lo suficientemente cerca para escuchar cada palabra. Sabía que cualquier movimiento en falso me delataría. Tenía que ser perfecta en mi sigilo.
—Me alegra ver que has decidido venir. — hablo el hombre, su voz suave, pero cargada de fanatismo. Desde mi posición, pude verlo moverse con una calma inquietante, como si controlara cada parte del espacio, incluso las sombras.
Alexander no mostró emoción alguna. Con su rostro rígido, se acercó al centro del sótano, donde una mesa estaba cubierta de documentos y mapas. —No estoy aquí para discutir filosofía. Tus acciones están atrayendo demasiada atención, y los Monarcas no son idiotas. Las Gobernantes tampoco.
Sus palabras fueron duras, pero había algo más profundo en su tono, algo que traicionaba una preocupación mayor. Desde aquí podía sentirlo, aunque él intentara esconderlo. Era claro que la situación estaba comenzando a escaparse de sus manos.
El Hombre dio un paso hacia él, su calma perturbadora contrastaba con la tensión en el aire. —Ah, pero esa atención es exactamente lo que necesitamos. El fuego purifica, Alexander. El caos que sembramos no es el fin, es solo el comienzo del renacimiento. El Fénix Sangriento debe elevarse sobre las cenizas de este mundo corrupto.
Mis manos se tensaron alrededor de la barandilla. ¿Renacimiento? ¿Fuego purificador? La retórica de este loco pirómano siempre había sido radical, pero verlo tan seguro de sus palabras, hablando de destruirlo todo, hacía que mi piel se erizara. El peligro que representaba no podía subestimarse.
Alexander frunció el ceño, sus ojos repasando los documentos dispersos sobre la mesa. —¿De qué servirá tu "renacimiento" si destruyes todo en el proceso? La violencia que tus seguidores están llevando a cabo en nombre de esa profecía solo está consolidando el poder de los Monarcas. Y si sospechan de tu verdadera conexión con el Vaticano, no solo ellos, sino toda la Iglesia estará en peligro.
ESTÁS LEYENDO
Los Orígenes del Poder
Historical FictionEn un mundo donde el poder se oculta tras las sombras, los descendientes de la Nobleza Negra, los Monarcas, controlan todo lo que sucede desde las sombras, mientras los Gobernantes, líderes sin linaje noble, se enfrentan a la ilusoria promesa de aut...