Capítulo 23.1: cisma

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Rafael

No podía dejar de pensar en ello. La imagen de Dalia, esa fiera indomable que rara vez mostraba debilidad, temblando por primera vez en mi presencia, me seguía rondando la mente. Durante la videollamada con sus amigas, vi cómo ese destello de miedo en sus ojos se hacía más visible, más palpable. No era algo que ella pudiera ocultar, aunque lo intentara con todas sus fuerzas.

Siempre había sido la persona más fuerte que conocía. Desde que la conocí, su valentía y su temeridad habían sido dos de las cosas que más me habían cautivado. Dalia enfrentaba el mundo con una intensidad que pocas personas podían manejar, y ahora... ver ese brillo de temor, esa vulnerabilidad, me encendía todas las alarmas. No podía quedarme de brazos cruzados.

La transmisión de Alessandro, el líder de la Orden del Fénix Sangriento no había ayudado. La amenaza que lanzó el día del baile de máscaras seguía pesando en mi mente. Su voz retorcida, la burla oculta en cada palabra, y luego... esa mención del arzobispo. Algo en Dalia cambió completamente cuando escuchó ese nombre. Y desde entonces, todo se había vuelto más tenso.

Durante días, traté de sacarle la verdad. Tratar de hablar con Dalia cuando no quería hablar era como golpear un muro de acero. O se cerraba por completo, o esquivaba las preguntas con una sonrisa irónica. Sin embargo, esta vez, su silencio no era altanero. No era que no quisiera contarme; era que no podía. Lo veía en sus ojos cafés cada vez que el tema salía a la superficie. Quería decirlo, quería confiarme lo que realmente estaba sucediendo, pero el terror que veía en su mirada la mantenía atrapada.

—Dalia, ¿qué pasó realmente? —le pregunté una vez más, mientras estábamos sentados en la oficina improvisada que había montado en mi departamento. Ella seguía tecleando algo en su computadora, haciendo como si mis palabras no la afectaran.

Suspiró, pero no alzó la mirada.

—Rafael, te lo he dicho. No es nada que no pueda manejar —respondió con ese tono monótono que me frustraba más de lo que podía admitir.

Me acerqué, apoyando las manos en el borde de su escritorio, obligándola a mirarme. No podía seguir evadiendo el tema.

—No te creo, Dalia. No puedes manejar esto sola, y lo sabes. ¿Qué tiene que ver ese arzobispo contigo? ¿Por qué temes tanto cuando lo mencionan?

Finalmente, levantó los ojos hacia mí, y lo que vi en ellos me partió el alma. Era puro terror. No el tipo de miedo que puedes disipar con palabras tranquilizadoras o promesas vacías. Este era profundo, enraizado en algo mucho más oscuro.

—No puedo... —susurró, y sus palabras temblaron. Vi cómo su mano apretaba el borde de la mesa, sus nudillos blanqueando por la presión—. Rafael, si te lo cuento, todo... todo podría cambiar. No solo para mí, para todos.

La miré fijamente, sin apartar la vista de sus ojos. No podía seguir permitiendo que ella cargara con esto sola. Ya era suficiente. El peso de lo que llevaba encima estaba afectándola de formas nunca vistas. Ella, la que siempre había sido fuerte, estaba al borde de romperse, y yo no podía seguir permitiendo que se aislara más.

—No tienes que enfrentarlo sola, Dalia —dije con firmeza, inclinándome un poco más cerca—. Sea lo que sea, te voy a ayudar. Pero necesito saber qué está pasando.

Por un momento, pareció que iba a abrirse. Sus labios se separaron, como si fuera a decir algo, pero luego los apretó de nuevo, desviando la mirada hacia la ventana. El silencio que siguió fue abrumador.

La presión en el reino estaba en su punto máximo. Las facciones comenzaban a dividirse de manera más evidente, y Dalia, bajo las órdenes del rey Leander, estaba presidiendo la más radical. Su grupo buscaba métodos más duros para enfrentarse a la Orden del Fénix Sangriento, mientras que otros, como Amelia y algunos ministros, abogaban por un enfoque más humano. El dilema moral era claro, pero Dalia... ella estaba dispuesta a hacer lo que fuera necesario, sin importar las consecuencias.

Los Orígenes del PoderDonde viven las historias. Descúbrelo ahora