Sariel
Las sombras del palacio parecían más densas mientras deambulaba por los pasillos, con la mente atrapada en una maraña de pensamientos. La explosión en el ala oeste seguía grabada en mi memoria, pero no era lo que más pesaba en mí. El recuerdo de Oliver, de sus ojos fríos y llenos de rabia mientras sostenía aquella arma apuntándome, seguía siendo un eco amargo. Por un momento pensé que ese sería mi final.
Y, en cierto modo, lo fue. Lo que había entre nosotros ya no sería lo mismo.
Había confesado todo, y aunque el alivio de no llevar más esas mentiras a cuestas era palpable, sabía que no bastaría. Recuperar la confianza de Oliver, después de haber sido un peón de su madre, sería un camino largo, si es que alguna vez lo conseguía.
"Arregla lo que arruinaste", había dicho. La orden era clara, como la espada de un verdugo. Pero no era solo por mí, o por Amelia... era por todo lo que había destrozado. Las mentiras, el complot para romper los lazos entre Dalia y sus amigas, para aislar a Amelia. Había permitido que la red de apoyo que las mantenía unidas se desmoronara. Lo peor era que lo había hecho consciente, bajo las órdenes de Catalina y Emilia.
Amelia... sería yo quien tendría que contarle todo. Ella era inocente de todo esto, ajena al juego de poder en el que la habían arrastrado. Pero, ¿cómo encontrar el valor para decirle que fui cómplice de su dolor? ¿Cómo mirarla a los ojos después de todo lo que hice?
El eco de mis pasos resonaba en el mármol mientras avanzaba por el ala dañada del palacio. El olor a pólvora todavía flotaba en el aire, mezclado con el de piedra quemada y madera astillada. Los obreros trabajaban sin descanso para reparar los destrozos, pero había algo más profundo que no se podía arreglar con clavos y cemento.
Llegué hasta una ventana rota que daba al jardín, y por un momento, me quedé observando el caos en el horizonte. Las reparaciones continuaban, pero el daño ya estaba hecho. Igual que con Oliver. Igual que con Amelia. Igual que con Dalia.
Suspiré y apreté los puños. Sabía que las Sombras no habían encontrado rastro de Dalia desde el ataque. Eso solo empeoraba la situación. Oliver estaba ansioso por respuestas, y yo no podía darle ninguna.
Decidí no demorarlo más. Me dirigí al despacho de Oliver. Cada paso se sentía como un preludio a algo inevitable. Tenía que ser yo quien enfrentara las consecuencias, porque esta vez no podía escapar de lo que había hecho.
Al llegar frente a la puerta del despacho, toqué suavemente antes de entrar. Oliver estaba allí, sentado detrás de su escritorio, su mirada fija en los documentos frente a él. Me acerqué despacio, con el informe de las reparaciones en la mano, pero era evidente que los ladrillos y el concreto no eran lo único que debía reportar.
—Las reparaciones en el ala oeste avanzan más rápido de lo esperado —dije, intentando mantener la voz neutral—. En cuanto a Dalia, las Sombras no han encontrado movimientos significativos desde el ataque.
Oliver levantó la mirada, sus ojos seguían fríos, calculadores. Sabía que estaba esperando más que un simple informe. Sabía que esperaba que empezara a arreglar lo que arruiné.
Y así debía ser.
Las palabras salían de mi boca con esfuerzo, como si cada una pesara una tonelada. Mientras hablaba, sentía cómo la tensión en la sala aumentaba con cada segundo que pasaba. Oliver no apartaba su mirada de mí, como si intentara medir el peso de cada una de mis palabras, buscando cualquier indicio de mentira o traición. Pero ya no quedaba nada más que ocultar.
—Las Sombras han estado rastreando cada movimiento desde que Dalia salió del palacio —continué, intentando mantener la calma—. Han seguido a cada contacto, cada rumor, pero no han encontrado nada concluyente. Es como si se hubiera desvanecido tras el ataque. No hay rastro de ella en la ciudad, ni siquiera una señal de su paradero.
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Los Orígenes del Poder
Historische RomaneEn un mundo donde el poder se oculta tras las sombras, los descendientes de la Nobleza Negra, los Monarcas, controlan todo lo que sucede desde las sombras, mientras los Gobernantes, líderes sin linaje noble, se enfrentan a la ilusoria promesa de aut...