Sariel
Caminé al ritmo del soldado que, casi sin aliento, había llegado a comunicarme que el consejo de la academia militar requería la presencia de Oliver con urgencia. Sabía bien que estas llamadas no eran precisamente para compartir noticias agradables, y menos aún si Oliver estaba involucrado. Cuando llegamos a la sala, me di cuenta de que Rafael ya estaba allí, de pie, con esa expresión indolente que parecía hecha a medida para molestar a cualquiera en un rango superior.
Rafael parecía disfrutar de la incomodidad que provocaba su presencia, y no pude evitar compararlo en silencio con Dalia, quien también tenía el don —o tal vez el defecto— de hacer perder la paciencia a los miembros del consejo en tiempo récord. La escena era, en cierto sentido, algo nostálgica. Los consejeros estaban visiblemente irritados, con rostros tensos y miradas cargadas de frustración, hasta que uno de ellos notó mi entrada. A diferencia de sus expresiones hacia Rafael y Oliver, conmigo parecían tener un destello de esperanza, como si por fin hubieran encontrado a alguien dispuesto a escuchar sus preocupaciones con seriedad.
Uno de los concejales se adelantó y comenzó a hablar, lanzándome una mirada exasperada que no pudo contener por más tiempo.
—Consejero Sariel, me alegra que esté aquí. Necesitamos discutir algo serio. Verá, el príncipe Oliver y el teniente coronel Rafael están oficialmente prohibidos de volver a participar en cualquier tipo de combate con armas en nuestras instalaciones, incluso en situaciones de entrenamiento.
El concejal respiró hondo, como si se esforzara por contener una indignación contenida desde hace tiempo.
—Después de su... ¿Cómo decirlo? Demostración reciente, varios soldados han intentado imitarlos, sin tener ni de cerca el control o la habilidad necesaria. En los años que lleva existiendo la academia militar, jamás nos habíamos visto obligados a realizar reformas a las reglas de combate por la falta de juicio de dos altos mandos. La primera vez fue hace poco, debido a la sargento Dalia, y ahora... nuevamente, gracias al príncipe Oliver y al teniente coronel Rafael.
No pude evitar sonreír con un toque de ironía mientras miraba a Rafael, quien escuchaba el discurso con un aire de aburrimiento absoluto. Sin embargo, él no dejó pasar la oportunidad de añadir su propia contribución al caos.
—Oh, ahora recuerdo por qué me retiré la primera vez —murmuró Rafael, cruzando los brazos y mirando al concejal con un falso interés—. La moral militar nunca ha sido lo mío.
El concejal suspiró profundamente, y pude ver cómo luchaba por no perder la calma.
—Consejero Sariel, por favor, comprenda que no solo está en juego el respeto hacia nuestras reglas, sino la seguridad y el ejemplo que deben proyectar estos dos... caballeros.
Miré a Rafael, divertido, y luego al concejal.
—Entiendo su preocupación. Oliver y Rafael tienden a... inspirar de forma intensa, —le respondí, intentando ser diplomático—. Lo transmitiré, aunque me temo que uno de ellos necesita escucharlo de primera mano para que surta efecto.
Rafael soltó una risa breve, sarcástica.
—Sería un desperdicio que Oliver se perdiera este regaño.
—El príncipe Oliver está con Su Majestad y la sargento en una reunión privada —expliqué con calma al consejo, que, aunque no del todo satisfecho, asintió con resignación—. Desconozco cuánto tardarán, pero comprendo las preocupaciones de la academia y se lo haré saber al príncipe como su consejero. Le diré que ha sido una decisión firme que no debe volver a combatir de esta manera.
Los concejales parecieron calmarse al menos lo suficiente para dejarnos ir. Rafael, por su parte, dejó escapar un suspiro de exasperación mientras caminábamos hacia la salida.
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Los Orígenes del Poder
Historical FictionEn un mundo donde el poder se oculta tras las sombras, los descendientes de la Nobleza Negra, los Monarcas, controlan todo lo que sucede desde las sombras, mientras los Gobernantes, líderes sin linaje noble, se enfrentan a la ilusoria promesa de aut...