Capítulo 16: La Sombra de la Traición

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Sariel

El viento de la tarde soplaba débilmente por la ventana abierta de mi sala, mientras el silencio envolvía la casa. Mi madre descansaba en el sofá frente a mí, su rostro pálido y apagado tras meses de deterioro a causa del alcohol. A veces, se veía tan frágil que me costaba recordar que alguna vez fue una mujer fuerte. La que me crio. La que me enseñó a sobrevivir en un mundo de engaños.

Pensaba en todo lo que había sucedido. En cómo las piezas se movían en el tablero sin detenerse, cada una más afilada que la anterior. Amelia... ella seguía siendo el único rayo de luz en este mar de sombras, pero ni siquiera ella estaba a salvo. Todo había avanzado demasiado rápido, y el peso de mis decisiones me aplastaba un poco más cada día. Había jugado mi mano y, en el proceso, había perdido más de lo que estaba dispuesto a admitir.

Mi mirada vagaba por la habitación, deteniéndose en los detalles que siempre me habían dado una falsa sensación de control. La casa, los muebles, mi madre... Todo parecía tan frágil. Tan quebradizo.

De repente, escuché la puerta abrirse de golpe. Un par de tacones resonaron sobre el suelo de mármol, y antes de que pudiera levantarme para reaccionar, Susana apareció en el umbral de la sala. Sus ojos brillaban con malicia, y su boca se torció en una sonrisa venenosa que dejaba claro que no estaba allí por cortesía.

—Así que... ¿cuidando de la pobre bebedora? —dijo con desdén, su voz cargada de veneno mientras sus ojos se posaban en mi madre, quien ni siquiera se inmutó. El insulto me golpeó con fuerza, pero mantuve la calma.

—Susana —dije, levantándome lentamente del sillón, mi mirada fija en ella—. Este no es tu lugar. ¿Qué diablos estás haciendo aquí?

—Ah, querido Sariel, ya es demasiado tarde para fingir que puedes mantenerte al margen. —Susana avanzó, cada paso lleno de autoridad, como si fuera dueña de la situación—. Ya eres parte de esto. No puedes echarte atrás ahora, ni siquiera si quisieras.

—¿Parte de qué, exactamente? —pregunté, aunque conocía la respuesta. Los juegos de poder entre los Gobernantes y los Monarcas habían escalado, y yo estaba metido hasta el cuello.

—Parte del plan, por supuesto —dijo Susana con una sonrisa cínica—. Emilia y Catalina querían agradecerte por tan buen servicio. Después de todo, ¿Quién hubiera imaginado que un chico como tú podría ser tan útil? —Su mirada recorrió la sala, despectiva—. Aunque, claro, tu madre podría ser un problema. No querríamos que empezara a hablar de más, ¿cierto?

Mi sangre hirvió. Era una amenaza directa, y lo sabía. Mi madre, débil y frágil como estaba, era un blanco fácil para cualquiera que quisiera manipularme. Pero no permitiría que nadie la utilizara como arma contra mí.

—No te atrevas a amenazarla, Susana —respondí con una frialdad que apenas pude controlar.

—¿Amenazarla? —se rió ella, avanzando unos pasos más hasta quedar frente a mí—. No, Sariel. Solo advertirte. Has llegado demasiado lejos como para hacerte para atrás ahora. Emilia y Catalina te necesitan, y no aceptarían una traición. Y si crees que puedes... —se inclinó hacia mí, su aliento cálido contra mi piel— te destruirán. Como destruyen a todos los que se interponen en su camino.

Algo en mí se quebró en ese momento. Todos los sacrificios, todas las mentiras que había contado, los juegos que había jugado... todo para proteger a quienes amaba, y ahora estaban usando a mi propia madre contra mí. Sentí que la furia se apoderaba de mi cuerpo antes de poder controlarla.

—Lárgate de mi casa —gruñí, mi voz cargada de rabia contenida.

Susana sonrió, complacida, y entonces lo supe. Había venido buscando esto. Había venido buscando provocarme.

Los Orígenes del PoderDonde viven las historias. Descúbrelo ahora