Capítulo 30: Acorde de Venganza

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Amelia

Estaba absorta revisando los expedientes en mi oficina, la pila de documentos sobre la Orden del Fénix Sangriento parecía crecer en lugar de disminuir. Firmaba órdenes de captura, revisaba los cargos, y daba la aprobación para las audiencias públicas con cada fiscal que entraba y salía con una precisión casi milimétrica. Mi rol ahora era coordinar todos estos aspectos legales y estratégicos para lograr un golpe contundente contra la Orden. Pero en el fondo, sentía la presión, no solo por la magnitud de la responsabilidad sino también por el temor de que cualquier error pudiera poner a mis amigas en peligro.

De repente, el teléfono vibró en mi escritorio. Camelia. Le indiqué con un gesto a los fiscales presentes que salieran, cerrando la puerta para tomar la llamada con tranquilidad.

—¿Amelia? —La voz de Camelia sonaba divertida, casi con una risa contenida—. No sabes lo que acabo de ver.

—¿Qué pasa, Camelia? —pregunté, dejando los documentos a un lado. Con el tono de ella, ya sabía que algo interesante venía en camino.

—Dalia ha salido del hospital —anunció con satisfacción.

Un alivio cálido recorrió mi pecho, y no pude evitar sonreír. Saber que Dalia estaba bien era todo un bálsamo. Sin embargo, antes de que pudiera responder, escuché risas de fondo y las voces inconfundibles de Elena y Micaela riéndose.

—¡Pero eso no es todo! —continuó Camelia entre risas—. Ha vuelto de muy buen humor, y, bueno... con algunas marcas extras en el cuello.

Las risas del otro lado aumentaron, y podía escuchar a Elena y Micaela bromeando y tratando de sacarle información a Dalia. "Anda, Dalia, dinos quién fue el afortunado", decía Elena. Mientras Dalia, en su tono despreocupado, respondía divertida:

—¿Y desde cuándo es pecado estar de buen humor?

Escuchar sus voces, sus risas, y a Dalia en un tono tan relajado me hizo reír también. El simple hecho de saber que ella estaba fuera del hospital y en buena compañía me llenaba de tranquilidad.

En medio de las risas y los chismes, de pronto fue la voz de Dalia la que se escuchó al teléfono, arrebatándole el aparato a Camelia.

—Felicidades por tu nombramiento, fiscal general —me dijo con una voz llena de complicidad. Pude notar en su tono algo que no solía oír a menudo en ella: una alegría desenfadada, un alivio sincero.

—Gracias, Dalia. Me alegra escuchar tu voz así... —respondí, y en mi cabeza pasaron muchas cosas en un instante. Si ella había vuelto tan "marcada" del hospital, no pude evitar pensar si habíamos tenido una experiencia similar. Sin darme cuenta, dejé escapar mis pensamientos en voz alta, aunque fuera en tono de broma—: ¿Serán las mismas marcas que tengo yo?

Se hizo un silencio breve, y de pronto escuché la risa de Dalia estallando al otro lado de la línea.

—Ohhhh, así que alguien ya se comió a su prometido —respondió ella en tono pícaro, divertida.

Sentí el calor subirme a las mejillas, intentando mantener la compostura, pero era inútil. Las demás habían escuchado y ahora querían saberlo todo. Micaela y Elena gritaban al otro lado, pidiéndome detalles, y yo, avergonzada, solo trataba de contener una sonrisa, aunque sabía que no podría escapar de sus preguntas.

—Vamos, Amelia, tenemos un público que exige detalles —me pinchó Dalia entre risas.

Era casi imposible no dejarme contagiar por sus bromas. Escucharla reír, genuina y feliz, me alegraba más de lo que podía admitir. Después de tantos días de tensión y peligro, el humor de Dalia era un soplo de aire fresco.

Los Orígenes del PoderDonde viven las historias. Descúbrelo ahora