Capítulo 21.2: El Abismo Interior

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Rafael

La música suave llenaba el salón, los invitados conversaban y reían, mientras las luces de las lámparas de araña se reflejaban en las máscaras elegantes. Todo estaba dispuesto para la velada que, en otros tiempos, hubiese sido la ocasión ideal para relajarse y disfrutar de la compañía de la corte. Pero en esta noche, mis ojos no se apartaban de una figura en particular.

Dalia, la mujer que había aprendido a reconocer incluso en la distancia, se movía por el salón con una serenidad que solo alguien como ella podría lograr. Mientras otros caminaban con torpeza, ella parecía flotar. Me acerqué por detrás, sin hacer ruido, y cuando estuve lo suficientemente cerca, pronuncié en voz baja:

—Te prometí que siempre te reconocería —murmuré.

Dalia soltó una risa suave, sin siquiera voltear la cabeza. Sabía que era yo. Esa conexión tácita que habíamos desarrollado con el tiempo era innegable.

—Cumples tus promesas, Rafael —respondió mientras giraba lentamente para mirarme a los ojos.

Le ofrecí mi mano, y ella, con su habitual gracia, la aceptó. Estábamos a punto de comenzar el baile cuando una presencia nos interrumpió. Oliver. No hizo falta que hablara. Solo con su mirada quedó claro lo que quería.

—El primer baile es mío —dijo Oliver con una sonrisa tranquila, aunque la tensión en sus ojos lo delataba.

Pude haberme negado, pero eso no habría sido prudente. Así que asentí, dando un paso atrás mientras ellos tomaban el centro de la pista. No pronunciaron palabra alguna durante el baile, pero sus miradas decían mucho más que cualquier conversación. Oliver y Dalia se comunicaban en un lenguaje silencioso, una danza de emociones reprimidas y heridas no sanadas.

El final del baile llegó, y fue en ese momento cuando Oliver posó su frente contra la de Dalia. Un gesto íntimo, como si fuera una despedida. Esa conexión entre ellos era evidente, pero ya no podía dejarlo pasar.

—Recuerda, Dalia, yo soy tu pareja esta noche —dije, interviniendo con suavidad, pero con firmeza. No estaba dispuesto a dejar que Oliver acaparara más tiempo.

Dalia me miró, sorprendida, pero asintió ligeramente antes de volver a mi lado. Sin embargo, durante los primeros compases del siguiente baile, podía notar que algo en ella había cambiado. Estaba distraída, distante, como si aquella despedida silenciosa con Oliver la hubiera afectado más de lo que quería admitir.

A medida que avanzaba la noche, lentamente la sentí relajarse en mis brazos. Y fue entonces cuando, para mi sorpresa, se recostó ligeramente contra mi pecho. Su voz, suave y casi íntima, rompió el silencio:

—Te ves realmente apuesto esta noche, Rafael. El perfume, La mascara que resalta con tus brillantes ojos de ámbar, el traje... Es justo como a mí me gusta.

Sonreí ante su comentario, sorprendido por la genuina calidez en sus palabras. A pesar de la máscara que cubría su rostro, reconocí en ella a la verdadera Dalia, la que muy pocos llegaban a ver. No la fría y distante que todos creían conocer, sino la mujer con la que había compartido tantas confidencias.

—Siempre lo hago por ti —respondí, sin perder el ritmo del baile.

Pero, aunque su actitud cambiara, una parte de mí no podía dejar de observar el impacto que Oliver había tenido en ella esa noche. ¿Qué tanto quedaba del antiguo vínculo entre ellos?

Seguí bailando con Dalia, moviéndonos al ritmo lento de la música, pero noté que su mente seguía atrapada en el recuerdo de lo que había pasado con Oliver. No podía permitir que esa sombra se interpusiera entre nosotros esta noche. Así que, con una sonrisa juguetona, decidí hacer lo que mejor sabía: distraerla.

Los Orígenes del PoderDonde viven las historias. Descúbrelo ahora