Capítulo 20.1: Bajo la Sombra de la Noche

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Dalia

La noche ya había caído cuando me encontré con Rafael. La oscuridad lo envolvía, pero, aun así, la chispa de diversión que siempre tenía en los ojos brillaba como un faro en la penumbra. Su figura estaba relajada, apoyada en la pared de la pequeña sala que habíamos elegido para esta reunión privada, un rincón escondido del palacio donde nadie nos molestaría.

Entré con una sonrisa que, estoy segura, le recordó el motivo de nuestra reunión. Lo primero que hizo fue inclinarse hacia adelante, dándome una mirada pícara.

—¿Y mi premio? —preguntó con un tono burlón, como si hubiera estado esperando este momento desde hacía horas—. Fui muy diligente, como me pediste. No toqué ni un solo cabello de nuestra querida Susana, aunque no te imaginas cuánto me costó.

Me eché a reír, sabiendo que en cada palabra había un trasfondo de verdad. Rafael siempre había sido impaciente y volátil, pero cuando se trataba de mis pedidos, sabía contenerse. Incluso cuando, según él, Susana "lo estaba sacando de quicio".

—¿Y qué es lo que quieres? —pregunté, sin dejar de sonreír—. Si te aguantaste las ganas de matarla, mereces una recompensa. Dime, ¿Qué es lo que quieres por ayudarme?

Rafael fingió pensarlo, pero ya sabía cuál sería su respuesta. Sus ojos se clavaron en los míos, llenos de esa intensidad juguetona que siempre había tenido conmigo.

—Me doy por servido con esa sonrisa —dijo, inclinando la cabeza con una exagerada reverencia. Siempre tenía que hacer un show de todo.

El ambiente entre nosotros era cómodo, como había sido desde esa cena, pero no estábamos solos. Al fondo de la sala, amarrada a una silla y con un labio roto, estaba Susana. Su cabello desordenado caía sobre su rostro, cubriendo parcialmente las marcas de la pelea que había intentado dar. No había sido fácil, pero la habíamos reducido y disfrute cada golpe que di para someterla fue la parte mas satisfactoria de la preparación del banquete. Y ahora, ahí estaba, impotente y furiosa.

Cuando escuchó a Rafael y a mí reír, levantó la cabeza, sus ojos encendidos de odio.

—Así que ahora dejaste de ser la zorra del rey y de Oliver para ser la de Rafael —escupió con desprecio, su voz teñida de veneno. Su labio hinchado y su respiración pesada no lograban ocultar su rabia.

Me acerqué lentamente a ella, mis pasos resonando en la pequeña habitación. Podía sentir el odio irradiando de Susana como una llama incontrolable. Le dediqué una mirada larga y fría antes de responder, mi sonrisa aún presente, pero más afilada que nunca.

—¿De verdad crees que puedes molestarme con eso? —le susurré, inclinándome hacia ella para que nuestras miradas se encontraran. Sus ojos, llenos de ira, chocaron con los míos, pero yo no me dejé intimidar—. No entiendes nada, ¿verdad?

Susana soltó una risa sarcástica, entrecortada por el dolor.

—No es difícil entenderlo. Sigues siendo la misma, buscando a quién arrastrar contigo al infierno. Lo que no entiendes es que tú, Dalia, ya estás perdida.

Rafael, que observaba la escena desde el fondo, levantó una ceja, divertido por la resistencia de Susana. Se acercó lentamente, cruzando los brazos mientras se detenía justo detrás de mí. Su presencia, imponente y calmada, era suficiente para hacer que Susana se encogiera un poco, aunque intentara mantener su fachada desafiante.

—Sabes —dijo Rafael, con su tono más tranquilo—, debo admirarte, Susana. Aguantaste más de lo que esperaba. Pero Dalia y yo tenemos algo que tú nunca entenderías. —Se inclinó un poco hacia ella, sus labios casi rozando su oreja mientras susurraba—: Ella no necesita arrastrarme al infierno. Ya estoy allí, y lo disfruto.

Los Orígenes del PoderDonde viven las historias. Descúbrelo ahora