Amelia
Había algo casi irónico en volver a esta mesa después de tanto tiempo. Aquella mesa antigua, en la esquina del café cerca de la universidad, había sido el lugar donde compartíamos nuestros éxitos y fracasos, y hasta donde veníamos a refugiarnos después de una semana de exámenes infernales. Mientras me acercaba, no pude evitar sonreír al recordar esos días; días donde el peso de nuestras decisiones no tenía consecuencias mortales, y los únicos enemigos eran los libros y el agotamiento. Elena y Micaela ya estaban ahí, sentadas con las manos cruzadas sobre la mesa, sonriéndome de esa manera tranquila que siempre parecía decir: "Todo va a estar bien, aunque no lo parezca."
Me senté junto a ellas, y en voz baja les expliqué el plan que Sariel, el príncipe Oliver y yo habíamos armado. Era una locura, pero teníamos que saber qué estaba haciendo Dalia. Sin perder el tiempo, les señalé el balcón que quedaba justo detrás de las cortinas; el ventanal y las decoraciones serían suficientes para camuflar a Sariel y Oliver, permitiéndoles escuchar sin que Dalia sospechara nada. Ayudamos a ocultarlos justo antes de que Camelia, que estaba vigilando la entrada, nos avisara que Dalia y ella estaban a punto de llegar.
Unos segundos después, Dalia apareció. Apenas verla me hizo contener el aliento; llevaba las manos vendadas y las profundas ojeras marcaban un agotamiento que me era difícil de ignorar. En la universidad, había días duros, pero nunca la había visto así. Elena, Micaela y yo nos pusimos de pie de golpe, incapaces de ocultar nuestra preocupación.
—Tranquilas, chicas —dijo Dalia en un tono suave, sentándose lentamente con nosotras. Sus manos descansaban sobre la mesa, y el peso de su mirada era suficiente para hacernos sentir que las palabras de consuelo eran solo una pantalla.
Decidí romper el hielo, tratando de averiguar más de lo que sucedía. Con un tono suave, le pregunté sobre los tatuajes en su brazo. Dalia sonrió, aunque parecía más un gesto mecánico que genuino.
—Las enredaderas... son cosa mía, ya sabes —explicó, mirando el diseño con una especie de nostalgia—. Pero la cadena negra... esa es por Rafael.
—¿Rafael? —intervino Elena, arqueando una ceja—. ¿Hay algo más que solo negocios entre ustedes?
Dalia negó con la cabeza y suspiró, como si estuviera recordando algo lejano y complicado.
—Es difícil, ¿sabes? Rafael no es... bueno, no es un hombre de una sola mujer. La idea de lidiar con queridas no es algo que me agrade. Pero no puedo negar que, cuando estoy con él, siento cosas que hace años no sentía. A pesar de eso... nuestra relación es tensa, no me da toda su confianza, y aunque trabajo para él, sé que no soy su prioridad.
Camelia soltó una risa amarga, negando con la cabeza y dirigiéndose a nosotras.
—Pues, déjenme contarles el espectáculo que presenciamos en el hospital. Las otras mujeres de Rafael le armaron a Dalia un escándalo de proporciones épicas. Por eso digo que no entiendo qué haces soportando tanto.
Dalia rodó los ojos y suspiró, con una mezcla de resignación y cansancio. Apreté suavemente su mano vendada y, con voz preocupada, le pregunté:
—¿Y las manos? ¿Por qué estás así de lastimada?
Ella soltó un suspiro, mirando sus nudillos y luego a nosotras.
—Fue... fue por varias cosas. La explosión en mi departamento fue solo el comienzo. Además, he estado peleando con algunos de los que aspiran a quedarse con el puesto de Rafael. Me rompí los nudillos en una pelea, y estoy en tratamiento, pero el cansancio me está pasando factura. Manejar la Cosa Nostra sin ayuda no es tarea fácil; tengo que revisar la refinería, controlar la venta y distribución, y encima renegociar con todos los contactos de Rafael, que no están muy contentos con el cambio.
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Los Orígenes del Poder
Tarihi KurguEn un mundo donde el poder se oculta tras las sombras, los descendientes de la Nobleza Negra, los Monarcas, controlan todo lo que sucede desde las sombras, mientras los Gobernantes, líderes sin linaje noble, se enfrentan a la ilusoria promesa de aut...