Capítulo 17: Los Primeros Ecos de Guerra

13 2 0
                                    

Oliver

Desde la primera fila de los observadores, me encontraba inmóvil, con los brazos cruzados, mientras contemplaba la ceremonia de inicio de ciclo en la academia militar. Este evento era una tradición en el reino, una de las más significativas para los futuros cadetes. Las familias de los alumnos se reunían con orgullo para colocarles la boina, marcando el inicio de su camino como militares. El ambiente estaba cargado de orgullo y emoción.

A mi alrededor, podía ver a los cadetes siendo rodeados por sus padres, hermanos y amigos, intercambiando sonrisas y palabras de aliento. Todos, menos ella.

Dalia estaba de pie, inmóvil, cumpliendo estrictamente con el protocolo. Su postura era perfecta, como siempre, pero había algo distinto en ella. Nadie de su familia estaba allí para colocarle la boina. Nadie se movía a su alrededor. Su soledad era palpable, casi sofocante. A la distancia, sus amigas la miraban, sus rostros llenos de preocupación y miedo, pero sin atreverse a acercarse. Estaba claro que Dalia se había retraído, se había encerrado en su propio sufrimiento, en su propia guerra.

La última vez que la había visto, su rostro aún conservaba una chispa de orgullo y desafío. Pero ahora, después de un mes de encierro, lo único que quedaba era una sombra de lo que fue. Dalia estaba más delgada, su piel pálida, y sus ojos, normalmente llenos de vida, ahora reflejaban un cansancio abrumador. Y esa cicatriz... Apenas visible, pero presente, marcaba su frente, el recordatorio de la brutalidad del pueblo hacia ella, una roca lanzada en el calor del descontento.

Mi padre, el rey Leander, estaba a mi lado, rodeado de periodistas y cámaras que intentaban captar su atención para alguna entrevista. Los flashes brillaban mientras intentaban registrar cada segundo de su presencia. Sin embargo, el rey no les prestaba atención. Él también observaba a Dalia, y aunque no podía ver la expresión de su rostro, pude notar la tensión en sus gestos. Había algo en el aire, una mezcla de compasión y obligación.

—Ve —me dijo en voz baja, señalando a Dalia con una leve inclinación de su cabeza.

Miré a mi padre, sorprendido por su orden. Sabía lo que implicaba. El gesto de colocarle la boina era simbólico, un acto de apoyo y reconocimiento. ¿Por qué yo? Mis sentimientos hacia Dalia eran complejos y confusos. Habíamos compartido tanto, pero el abismo entre nosotros parecía haberse agrandado con el tiempo. Aun así, no podía desobedecer.

Tomé una respiración profunda y comencé a caminar hacia ella. Cada paso que daba se sentía pesado, como si el aire estuviera cargado de expectativas. Cuando llegué a su lado, me encontré frente a una Dalia que no parecía reconocerme. Sus ojos apenas se desviaron hacia los míos, y su postura siguió rígida, impenetrable.

—Dalia —dije suavemente, colocándole la boina con cuidado, asegurándome de no rozar la cicatriz que ahora adornaba su frente.

Ella asintió brevemente, manteniéndose firme y apegada al protocolo. Apenas habló, y cuando lo hizo, fue con las palabras mínimas, las necesarias para cumplir con la formalidad.

—Gracias, su alteza —susurró, su tono neutral, carente de cualquier emoción.

Era como si me hablara a mí, pero también a una pared invisible que había construido entre nosotros. Algo se había roto en ella, y no sabía cómo repararlo. Mi corazón se apretó al verla tan... distante, tan vacía.

Sus manos temblaban ligeramente, aunque hacía lo posible por ocultarlo. Estaba claro que la situación la sobrepasaba. Quise decir algo más, algo que pudiera hacerla sentir menos sola, pero las palabras no llegaron. Las cámaras nos rodeaban, los medios no perdían detalle de la escena, y eso solo complicaba más las cosas.

Mientras me apartaba lentamente, mi mente no dejaba de girar en torno a cómo podríamos ayudarla. Dalia había sido una de las figuras más fuertes que había conocido, pero el último mes había hecho mella en ella de una forma aterradora. Ya no era la misma joven desafiante que se enfrentaba a todo y todos. El golpe de la roca, la soledad de su encierro, el peso de las decisiones que había tomado, todo eso la había cambiado. Y ahora, el mundo la estaba observando.

Los Orígenes del PoderDonde viven las historias. Descúbrelo ahora