Dalia
La luz del despacho del Rey Leander entraba a través de las amplias ventanas, bañando la sala con un resplandor suave. Sentada en el sofá, con una pierna cruzada, me mantenía tranquila, en total control de mis emociones, mientras él me observaba desde su escritorio. Su mirada intensa no me intimidaba; estaba acostumbrada a la forma en que intentaba desmenuzar mis pensamientos, aunque jamás lo conseguía.
—¿Hasta cuándo dejarás de ser tan caprichosa? —preguntó finalmente, rompiendo el silencio. Su tono era el de un hombre cansado, pero conocía bien la falsa severidad detrás de sus palabras.
Sonreí, una sonrisa llena de ironía que sabía que lo divertía. Inclinándome ligeramente hacia adelante, dejé que mi voz rezumara una suavidad que sabía lo molestaría.
—Soy caprichosa porque Su Majestad lo quiere así —respondí, jugando con una de las puntas sueltas de mi trenza, como si el tema fuera lo más trivial del mundo—. Pero estoy muy agradecida por el encierro que me impuso. Gracias a ese "aislamiento absoluto" pude resolver ciertos problemas que requerían mi atención.
Leander levantó una ceja, divertido y un tanto escéptico.
—¿Qué problemas? —inquirió.
—Problemas que no son dignos de mencionar en su majestuosa presencia —respondí, sonriéndole con malicia—. Pero también debo agradecerle por enviarme a la academia. Fue todo un placer destrozar a los idiotas que pensaron que podían molestarme.
El rey soltó una risa contenida, apoyando ambos codos sobre el escritorio, con esa expresión entre jocosa y calculadora que tanto lo caracterizaba.
—Sí, lo escuché —dijo, entrecerrando los ojos—. También escuché sobre tus... demostraciones de poder. Aunque me pregunté si estabas aprovechando un poco demasiado la situación. Incluso fui a ver a Renato me lo pidió. No pareces alguien con muchos límites, Dalia.
—¿Desde cuándo los caprichos son un defecto en la corte? —le pregunté, guiñando un ojo—. ¿No es eso lo que siempre han valorado en sus favoritos?
Leander soltó una carcajada.
—Eres un caso único, lo admito. Ahora entiendo por qué Oliver está encandilado contigo. Si yo hubiera tenido la edad de Oliver y me hubiera cruzado con una mujer como tú... te habría obligado a casarte conmigo.
—Gracias a los cielos que no fue así —respondí con una sonrisa fingidamente dulce—. Tener una suegra como la Reina Madre Catalina sería la peor de las torturas.
El rey se río a carcajadas ante mi comentario, y por un momento el ambiente ligero que había creado me permitió relajarme, pero solo por un instante. Enderecé mi postura, dejando la sonrisa irónica atrás, para mirarlo a los ojos con firmeza.
—Hablemos claro, Leander —le dije, dejando que la formalidad se deslizara de mis palabras. Sabía que podía hacerlo con él; nuestra relación siempre había sido más pragmática que de respeto reverencial—. Si crees que lo mío son solo caprichos, no has estado prestando atención. Todo lo que hago, cada paso que doy, está calculado. Si parezco caprichosa, es porque es lo que esperas de mí, y me permito el lujo de complacer a Su Majestad en sus expectativas. Pero no confundas mis juegos con inactividad. He hecho más por tu reino en las sombras de lo que otros harían con todo el poder y los títulos.
El rey me observó en silencio por unos segundos, sus ojos analizando cada palabra que había dicho. Sabía que entendía perfectamente de lo que hablaba, pero siempre le gustaba ponerme a prueba, ver hasta dónde podía llegar antes de que me quebrara. Lo divertido era que nunca me quebraba.
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Los Orígenes del Poder
Historical FictionEn un mundo donde el poder se oculta tras las sombras, los descendientes de la Nobleza Negra, los Monarcas, controlan todo lo que sucede desde las sombras, mientras los Gobernantes, líderes sin linaje noble, se enfrentan a la ilusoria promesa de aut...