𝐂𝐀𝐏Í𝐓𝐔𝐋𝐎 𝟏𝟏

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𝐄𝐋 𝐑𝐄𝐆𝐑𝐄𝐒𝐎 𝐀 𝐂𝐀𝐒𝐀

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Aitana

Después de semanas intensas en Estados Unidos, regresar a Barcelona fue como tomar una bocanada de aire fresco. No podía evitar una sonrisa cuando el avión comenzó su descenso, y las luces de la ciudad aparecieron por la ventana. Sentí que estábamos volviendo al lugar donde todo siempre tenía sentido.

-Casi en casa -dije, girándome para mirar a Lida, que estaba sumergida en un libro, como solía hacer en los vuelos largos.

Ella levantó la vista, sonriendo de esa manera que hacía que todo dentro de mí se calmara.

-He echado de menos nuestra cama -respondió, cerrando el libro y tomando mi mano. -No hay lugar como nuestro hogar.

Asentí, apretando su mano con suavidad.

-Y nuestro sofá, nuestras cenas caseras... nuestra vida.

El aterrizaje fue suave, y poco después, ya estábamos recogiendo nuestras maletas y caminando hacia la salida del aeropuerto. Barcelona nos recibió con una brisa suave, y el sol comenzaba a asomarse sobre la ciudad, anunciando un nuevo día. Era temprano, y las calles todavía estaban tranquilas, una de esas mañanas donde todo parecía estar en calma.

Tomamos un taxi hasta nuestro apartamento, disfrutando del silencio compartido. Había algo reconfortante en simplemente estar juntas, sin necesidad de hablar. Cuando llegamos a casa, Lidia y yo nos detuvimos por un momento frente a la puerta, como si estuviéramos saboreando el hecho de estar de vuelta.

-Es bueno estar de vuelta -dijo Lidia, mientras buscaba las llaves en su bolso.

-Lo es -coincidí, observando cómo la luz de la mañana caía sobre ella, realzando su belleza natural. -Nunca me había dado cuenta de cuánto extraño este lugar hasta que estoy lejos de él.

Finalmente, Lidia encontró las llaves y abrió la puerta. Entramos al apartamento, y una sensación de paz nos envolvió al instante. Todo estaba tal y como lo habíamos dejado, pero ahora, después de la distancia, cada rincón parecía más acogedor, más nuestro.

Dejé caer las maletas en la entrada y me dirigí directamente al sofá.

-Oh, sofá querido, cuánto te he extrañado -dije en broma, dejándome caer con un suspiro de satisfacción.

Lidia rió suavemente, dejando sus cosas a un lado antes de unirse a mí.

-Es bueno estar en casa -dijo, acomodándose a mi lado y apoyando su cabeza en mi hombro.

Nos quedamos en silencio un rato, simplemente disfrutando del momento. Había una tranquilidad que solo encontraba cuando estaba con ella, y en esos momentos, el mundo exterior parecía tan lejano.

-¿Te sientes bien de volver? -pregunté, girando un poco la cabeza para mirarla.

-Sí -respondió Lidia, su voz suave. -Fue increíble estar contigo durante el torneo, pero aquí es donde pertenezco. Aquí es donde pertenecemos.

Asentí, acariciando suavemente su brazo.

-Tienes razón. Nada se compara con estar en casa.

Decidimos no desempacar de inmediato. El cansancio del viaje y la necesidad de reconectar con nuestro espacio nos llevó a hacer algo que siempre nos encantaba: preparar un desayuno juntas. Nos dirigimos a la cocina, y mientras Lidia sacaba los ingredientes, yo preparaba la cafetera.

-¿Qué te apetece? -pregunté, abriendo la nevera y examinando su contenido.

Lidia se inclinó sobre la encimera, pensativa.

-Algo simple. Quizás unos huevos revueltos y tostadas con aguacate. Y café, mucho café.

Sonreí, asintiendo.

-Perfecto. Yo me encargo de los huevos.

Mientras cocinábamos, la conversación fluía de manera natural. Hablamos de los momentos que habíamos disfrutado durante el torneo, de lo bien que se sintió estar juntas en un entorno tan diferente, y de cómo ambos trabajos, aunque exigentes, siempre nos llevaban de vuelta a este punto, donde podíamos ser simplemente nosotras.

-¿Sabes? Me di cuenta de algo mientras estábamos fuera -dijo Lidia de repente, mientras cortaba el aguacate con habilidad.

-¿De qué? -pregunté, integrada, mientras removía los huevos en la sartén.

-De que, por más lejos que vayamos, siempre encontraremos la manera de estar bien mientras estemos juntas -respondió, mirándome con esa intensidad que siempre lograba tocar mi corazón. -Puedo estar trabajando en un caso complicado, o tú puedes estar enfrentando la presión de un gran partido, pero mientras volvamos a esto -señaló a nuestro alrededor. -A nosotras, todo estará bien.

Me detuve por un momento, dejando que sus palabras se asentaran.

-Tienes toda la razón -dije finalmente, sintiendo una ola de gratitud. -No importa dónde estemos, siempre que nos tengamos.

El desayuno fue delicioso en su simplicidad, y lo disfrutamos sentadas en nuestra pequeña mesa de comedor, mirando la ciudad que comenzaba a despertarse. Después, nos recostamos en el sofá, dejando que el sueño nos envolviera nuevamente, esta vez sin la necesidad de alarmas ni de pensar en el próximo compromiso.

Desperté unas horas más tarde, con la luz del mediodía filtrándose a través de las cortinas. Lidia seguía dormida a mi lado, su respiración tranquila y su rostro relajado. Me quedé mirándola por un rato, admirando cómo, incluso en los momentos más simples, su presencia tenía el poder de llenar mi vida de significado.

Decidí levantarme con cuidado para no despertarla. Me dirigí a la terraza, que había sido testigo de tantas de nuestras conversaciones nocturnas y mañanas tranquilas. El aire fresco en Barcelona me recibió, y tomé una respiración profunda, sintiendo cómo todo dentro de mí se alineaba.

Minutos después, Lidia se unió a mí, todavía media dormida, pero con una sonrisa somnolienta que siempre me encantaba. Se acurrucó a mi lado en la hamaca, y por un momento, simplemente disfrutamos del silencio, con la ciudad extendiéndose ante nosotras.

-Gracias por acompañarme a Estados Unidos -dije en voz baja, rompiendo el silencio.

-No hay nada que agradecer -respondió, apoyando su cabeza en mi hombro. -Quería estar contigo, como siempre lo haré.

Pasamos el resto del día en casa, disfrutando de nuestra compañía, viendo algunas películas que teníamos pendientes y poniéndonos al día con la vida. Por la noche, decidimos salir a caminar por el barrio, disfrutando del aire fresco y de la sensación de normalidad que tanto habíamos echado de menos.

Caminamos de la mano, hablando de planes futuros, de los próximos partidos y casos, pero siempre volviendo a la misma conclusión: no importaba lo que viniera, mientras lo enfrentáramos juntas.

Al final de la noche, cuando volvimos a casa, sentí una paz profunda. Estábamos de vuelta donde pertenecíamos, y no había ningún lugar en el mundo que preferiría estar.

Lidia se volvió hacia mí mientras cerrábamos la puerta detrás de nosotras.

-Este es nuestro hogar -dijo, como si leyera mis pensamientos.

-Siempre lo será -respondí, abrazándola con fuerza, sintiendo su calidez y su amor envolverme. -Y siempre estaremos juntas, sin importar lo que pase.

Nos quedamos allí un momento, simplemente disfrutando de la certeza de que habíamos vuelto a casa, no solo en el sentido físico, sino también emocional. Y eso, más que cualquier logro o victoria, era lo que realmente importaba.

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𝐃𝐎𝐁𝐋𝐄 𝐉𝐔𝐄𝐆𝐎 • Aitana BonmatíDonde viven las historias. Descúbrelo ahora