𝐂𝐀𝐏Í𝐓𝐔𝐋𝐎 𝟏𝟒

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𝐋𝐀 𝐏𝐑𝐔𝐄𝐁𝐀 𝐅𝐈𝐍𝐀𝐋

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Aitana

La final de la Champions. Las palabras resonaban en mi mente como un tambor constante, un recordatorio de la magnitud de lo que estaba por venir. No era la primera vez que me encontraba en esta situación, pero cada vez la presión era diferente. Las expectativas eran más altas, el margen de error más pequeño. Y esta vez, más que nunca, quería darlo todo.

Desde que supimos que nos habíamos clasificado, el ambiente en el equipo había cambiado. Cada entrenamiento era más intenso, cada sesión de video más detallada. Teníamos un objetivo claro, y nada podía desviarnos de él. El Barcelona merecía esa copa, y yo iba a asegurarme de que la consiguiéramos.

El día antes del partido, me desperté temprano, como de costumbre. Pero a diferencia de otros días, mi mente no podía dejar de repasar jugadas, estrategias, posibles escenarios. Miré a mi lado y vi a Lidia durmiendo tranquilamente. Había trabajado hasta tarde la noche anterior, pero aun así, sabía que estaría ahí para mí hoy. Siempre lo estaba.

Me levanté con cuidado, tratando de no despertarla, y me dirigí a la cocina para prepararme un café. Mientras el aroma del café recién hecho llenaba la habitación, mis pensamientos volvieron al partido. ¿Estábamos listas? ¿Estaba yo lista? Había hecho todo lo que estaba a mi alcance para prepararme, pero las dudas siempre se filtraban, como sombras que acechan en las esquinas de mi mente.

Mientras me perdía en mis pensamientos, escuché pasos suaves detrás de mí. Me giré para encontrar a Lidia, aún adormilada, envuelta en una manta, acercándose a mí.

-Buenos días -dijo con una sonrisa somnolienta, acercándose para darme un beso en la mejilla. -¿Cómo te sientes?

-Un poco nerviosa -admití, pasando una mano por mi cabello desordenado. -Es la final de la Champions, ya sabes... es imposible no estarlo.

Lidia se sentó en la barra, mirándome con esos ojos que siempre parecían ver más allá de lo que yo misma podía ver.

-Es normal que estés nerviosa, Aitana. Pero no puedes dejar que eso te consuma. Has trabajado duro para llegar hasta aquí. Confía en ti misma y en tu equipo.

Asentí, sabiendo que tenía razón, pero aún así, no podía evitar la tensión que se acumulaba en mi pecho.

-Lo sé, pero... siempre hay esa pequeña voz que te dice que podría salir mal, que podrías fallar.

Lidia tomó mi mano desde el otro lado de la barra, su toque cálido y reconfortante.

-Esa voz es solo el miedo hablando. Pero el miedo no es la realidad. La realidad es que eres una de las mejores jugadoras del mundo, Aitana. Y no estás sola en esto. Tienes a todo tu equipo contigo, y yo estaré en la grada, animándote en cada momento.

Sus palabras me dieron un poco de paz. Me incliné sobre la barra para besarla suavemente.

-Gracias por siempre creer en mí, Lidia. Realmente lo aprecio.

-Siempre lo haré -respondió, sus ojos brillando con una ternura que me hacía sentir invencible. -¿Por qué no te tomas un tiempo para relajarte antes del entrenamiento? Podríamos salir a dar un paseo, despejar un poco tu mente.

La idea era tentadora. Sabía que tenía que estar enfocada, pero también sabía que mantener la mente demasiado ocupada con lo mismo podía ser contraproducente.

-Me encantaría eso -respondí con una sonrisa. -Vamos a dar ese paseo.

Salimos un rato después, caminando por las tranquilas calles de Barcelona. El aire de la mañana era fresco, y el sol comenzaba a calentar la ciudad. Caminamos en silencio por un tiempo, disfrutando de la compañía de la otra, sin necesidad de palabras.

-¿Recuerdas la primera vez que jugaste una final? -preguntó Lidia, rompiendo el silencio mientras paseábamos por el parque.

-¿Cómo olvidarla? -respondí con una sonrisa suave. -Estaba tan nerviosa que apenas podía concentrarme en el partido. Pero cuando el pitido inicial sonó, todo se esfumó y me concentré en el juego. Ganamos esa vez, pero fue una locura.

Lidia sonrió, claramente recordando los nervios de aquel día también.

-Y mírate ahora, con toda esa experiencia bajo la manga. Has crecido tanto desde entonces, Aitana. Estoy muy orgullosa de ti.

Sus palabras me tocaron profundamente. Sentí cómo la tensión en mis hombros comenzaba a desvanecerse. A veces, lo único que necesitaba era alguien que me recordara lo lejos que había llegado, alguien que me viera con los ojos llenos de admiración y amor como lo hacía Lidia.

Después del paseo, volví a casa con una mente más despejada. Me preparé para el entrenamiento, esta vez con una nueva determinación. Antes de salir, Lidia me detuvo en la puerta.

-Espera -dijo, metiendo la mano en su bolsillo. Sacó un pequeño amuleto, una especie de medallón antiguo. -Esto lo llevaba mi abuela cuando se enfrentaba a situaciones difíciles. Siempre decía que le daba suerte. Quiero que lo lleves hoy.

Tomé el medallón con cuidado, observando los detalles delicados grabados en él.

-Lidia... no tienes idea de lo mucho que esto significa para mí. Gracias.

-Solo quiero que recuerdes que no importa lo que pase, estoy contigo -dijo, acariciando mi mejilla suavemente. -Ve y haz lo que mejor sabes hacer.

La besé una vez más antes de salir. Llevé el medallón en mi bolsillo, como un recordatorio constante de su apoyo.

El entrenamiento fue intenso, como esperaba. Pero esta vez, mi mente estaba enfocada, clara. Sentía que podía enfrentar cualquier cosa, y eso se reflejaba en mi rendimiento en el campo. Cada pase, cada movimiento, estaba calculado y preciso. La conexión con mis compañeras de equipo estaba en su punto más alto, y sabía que estábamos listas para lo que viniera.

Después del entrenamiento, nos reunimos para una última charla del entrenador. Las palabras que nos dijo fueron inspiradoras, pero la verdad es que yo ya había encontrado mi inspiración mucho antes. Sabía por qué y por quién estaba luchando.

Cuando regresé a casa esa noche, Lidia estaba esperándome con la cena lista. Había preparado algo ligero pero delicioso, sabiendo que tenía que cuidar mi cuerpo para el día siguiente. Cenamos juntas, hablando de cosas triviales, sin mencionar el partido. Fue un alivio desconectar por un rato, centrarme solo en estar con ella.

Antes de irnos a dormir, me acerqué a Lidia y la abracé con fuerza.

-Mañana, pase lo que pase, gracias por estar siempre a mi lado.

-Siempre estaré -susurró, devolviéndome el abrazo. -Mañana es tu día, Aitana. Ve y brilla.

Esa noche, dormí con el medallón debajo de la almohada, sintiendo que llevaba una parte de Lidia conmigo. Sabía que el día siguiente sería uno de los más importantes de mi vida, pero también sabía que, con ella a mi lado, podía enfrentar cualquier cosa. Estaba lista.

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𝐃𝐎𝐁𝐋𝐄 𝐉𝐔𝐄𝐆𝐎 • Aitana BonmatíDonde viven las historias. Descúbrelo ahora