𝐂𝐀𝐏Í𝐓𝐔𝐋𝐎 𝟏𝟐

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𝐔𝐍 𝐀𝐒𝐄𝐒𝐈𝐍𝐎 𝐄𝐍 𝐒𝐄𝐑𝐈𝐄

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Lidia

El sol apenas se asomaba por el horizonte cuando recibí la llamada. La voz al otro lado del teléfono era seca, casi desprovista de emoción, lo que solo aumentó el peso de las palabras que salieron de sus labios:

-Lidia, tenemos otro cuerpo.

Sentí cómo mi corazón se hundía en mi pecho, un escalofrío recorriéndome la espalda. Había algo aterradoramente familiar en todo esto, algo que no quería reconocer aún. Aitana seguía durmiendo a mi lado, su respiración tranquila, ajena al torbellino que ya empezaba a formarse en mi interior. Me levanté con cuidado de no despertarla, pero mientras me ponía de pie, una sensación de náusea me invadió. No podía ignorarlo: esto no era un caso aislado. Estaba lidiando con algo mucho más oscuro, mucho más retorcido.

-¿Dónde? -pregunté, tratando de mantener la calma, mientras recogía mi ropa del día anterior.

-El Barrio Gótico. Un callejón detrás de la Catedral -respondió la voz, y reconocí el tono contenido del comisario.

-Voy para allá -dije, colgando antes de que pudiera agregar algo más. No quería escuchar las palabras que seguramente seguían. No quería que las sospechas que empezaban a formarse en mi mente se confirmaran tan temprano.

Me vestí rápidamente, sintiendo el peso de la responsabilidad sobre mis hombros. Esto no era un caso cualquiera. El primero había sido una advertencia, el segundo una coincidencia macabra, pero ahora... ahora estaba claro que algo horrible estaba ocurriendo en mi ciudad.

Cuando terminé de vestirme, me giré hacia Aitana. No podía dejarla sin decirle algo, sin explicarle lo que estaba pasando, aunque sabía que la noticia le preocuparía tanto como a mí. Me acerqué a la cama y me arrodillé a su lado, tocando suavemente su hombro.

-Aitana -susurré, tratando de no alterarla. -Amor, tengo que irme.

Ella abrió los ojos lentamente, y al principio, su expresión fue de confusión. Pero al ver mi rostro, su semblante cambió de inmediato. Conocía esa mirada en mí, esa mezcla de concentración y miedo que no podía ocultar.

-¿Qué pasa, Lidia? -preguntó, su voz aún impregnada de sueño, pero con una clara preocupación.

-Han encontrado otro cuerpo -dije, el nudo en mi estómago apretándose más. -Es en el Barrio Gótico. Tengo que ir ahora.

Aitana se sentó en la cama, sus ojos ahora completamente despiertos, buscándome a mí.

-¿Estás bien? -preguntó, y su preocupación genuina fue como un bálsamo para mis nervios tensos.

-No lo sé -admití, sin querer ocultarle la verdad. -Esto... esto parece ser algo mucho más grande. Podría ser un asesino en serie.

Sus ojos se oscurecieron con la gravedad de mis palabras, pero no había miedo en ellos, solo una firme determinación. Ella me conocía demasiado bien como para dejar que me sumergiera en este abismo sola.

-Lidia, quiero que me prometas que vas a tener cuidado -dijo, tomando mi mano con fuerza. -No hagas nada imprudente. Sé que este trabajo es lo que amas, pero también te amo a ti y no puedo perderte.

Sus palabras fueron un ancla, algo que me sostuvo en un momento donde todo parecía tambalearse. Asentí, sintiendo la presión de su mano contra la mía.

-Te lo prometo -respondí, aunque sabía que en este tipo de casos, las promesas podían ser difíciles de mantener. Aun así, la sinceridad en sus ojos me dio fuerzas. No estaba sola, y aunque el día que se avecinaba sería largo y arduo, sabía que ella estaría conmigo, aunque no físicamente, al menos en espíritu.

La besé en la frente antes de salir, dejando que la calma de su presencia me llenara, sabiendo que tendría que llevar esa paz conmigo mientras me sumergía en el caos.

El trayecto hacia el Barrio Gótico fue corto, pero cada minuto que pasaba sentía cómo se acumulaba la presión en mi pecho. El lugar del crimen estaba acordonado cuando llegué, con la policía manteniendo a raya a los curiosos. La escena era perturbadoramente similar a las anteriores: callejón oscuro, la luz del amanecer luchando por penetrar entre los edificios altos y antiguos, y un cuerpo abandonado como si fuera un objeto desechable.

Me acerqué lentamente. El comisario ya estaba allí, sus ojos clavados en la víctima, su rostro una máscara de profesionalismo, aunque podía ver el cansancio en sus ojos. Este caso estaba empezando a afectarnos a todos.

-¿Qué tenemos? -pregunté, agachándose junto al cuerpo, que aún estaba cubierto parcialmente por una sábana.

-El mismo modus operandi -dijo el comisario, su voz baja y controlada. -Múltiples heridas de arma blanca, todas precisas, todas fatales. El tiempo de muerte coincide con las otras víctimas. Este tipo no comete errores.

Descubrí el cuerpo con cuidado, tratando de no dejar que la vista me afectara. Era un hombre joven, no mayor de treinta años. Su rostro estaba congelado en una expresión de terror, sus ojos abiertos como si el último momento de su vida hubiera sido de puro pánico. Sabía que este caso me iba a perseguir, como todos los demás, pero tenía que mantenerme centrada.

-Tenemos que detenerlo antes de que lo haga otra vez -dije, casi para mí misma. Era una declaración obvia, pero era una manera de recordarme que no podía permitirme fallar. Este asesino no podía seguir suelto.

Pasamos horas en la escena, recopilando pruebas, analizando cada detalle. Todo apuntaba a que este asesino era metódico, calculador, y lo peor de todo, disfrutaba de lo que hacía. Había un patrón, pero encontrarlo en medio de tantas variables era como buscar una aguja en un pajar.

Al final del día, volví a casa agotada, tanto mental como físicamente. Aitana estaba allí, esperándome, y el simple hecho de verla me devolvió un poco de energía.

-¿Cómo te fue? -preguntó, su voz suave, mientras me envolvía en un abrazo.

-No es fácil -respondí, dejando que su calor me reconfortase. -Este caso... es uno de los peores que he tenido. Pero vamos a atraparlo, lo sé.

Ella me miró a los ojos, como si intentara leer más allá de mis palabras.

-Sé que lo harás. Eres increíble en lo que haces, Lidia. Solo recuerda que no tienes que cargar con todo sola. Estoy aquí, siempre.

Asentí, sintiendo una mezcla de gratitud y cansancio.

-Gracias, Aitana. No sé qué haría sin ti.

-Ni lo pienses -dijo, dándome un beso en la frente. -Ahora, vamos a relajarnos un poco. Te prepararé algo de comer.

Nos dirigimos a la cocina, y mientras ella calentaba la cena, me sentí un poco más en paz. Aitana tenía esa habilidad de calmar mis tormentas internas, de recordarme que, aunque mi trabajo fuera importante, no lo era todo. Había algo más en mi vida, algo que valía la pena proteger y cuidar.

Esa noche, mientras nos sentábamos juntas en el sofá, mirando una película que apenas seguía, sentí cómo las tensiones del día se disipaban lentamente. Sabía que el caso aún estaba allí, esperándome, pero también sabía que tenía a alguien a mi lado que me ayudaría a sobrellevarlo. Y eso, más que cualquier otra cosa, era lo que me daba fuerza para continuar.

El asesino estaba allá fuera, en algún lugar, y no descansaría hasta detenerlo. Pero por ahora, me permití un pequeño respiro, aferrándome a la certeza de que, pase lo que pase, no estaría sola en esta batalla.

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Se está poniendo fea la cosa con los casos

Regalo por el segundo balón de oro de Aitana 😍

Nos vemos en la próxima

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𝐃𝐎𝐁𝐋𝐄 𝐉𝐔𝐄𝐆𝐎 • Aitana BonmatíDonde viven las historias. Descúbrelo ahora