Epiologo.

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Narra: Adaria.

Abrí los ojos al sentir una suave caricia en mi mejilla. Por instinto quise atacar, pero me contuve al notar que las caricias provenían de pequeñas manos delicadas.

Era una niña.

Me moví un poco, y ella se sobresaltó.

—¿Dónde estoy? —mi voz sonó ronca, y carraspeé antes de aceptar un vaso de agua que me ofreció. Bebí un largo trago—. Gracias.

—Estás en la casa del abuelo.

—¿Y quién es tu abuelo?

La niña tomó mi mano, guiándome por la casa. Era una cabaña acogedora, de madera, cálida y sencilla. Los suelos crujían suavemente bajo nuestros pasos, y el aroma a madera quemada impregnaba el aire.

Al llegar al exterior, vi a un hombre mayor sentado en un tronco. Con una cuchilla afilaba metódicamente una rama.

—Abuelo, la señorita despertó —anunció la niña con una sonrisa, acercándose al hombre, quien levantó la vista para mirarme.

—Vaya, ya era hora —respondió, estudiando mi rostro con una mirada aguda—. Has estado dormida durante cuatro días. Empezaba a pensar que habías cruzado al otro lado.

—Le agradezco mucho por haberme salvado... pero creo que ya debo irme. No quiero ser una molestia.

El hombre soltó una risa suave y ronca, como si la idea de ser una carga le resultara absurda.

—No eres una molestia, niña.

—Quédate un poquito más, por favor —suplicó la niña con una mirada suplicante. La observé por un momento, sopesando la idea.

—Bueno... —me encogí de hombros, sin saber qué más decir.

—Eres muy hermosa, como la princesa de la que me hablaba mi abuela —dijo la niña con una sonrisita, sus ojos brillando de inocencia.

Me agaché hasta su altura, esbozando una pequeña sonrisa.

—¿Ah, sí? —ella asintió con entusiasmo—. Pues yo creo que tú eres la verdadera princesa aquí —acaricié su mejilla suavemente, y ella rio, encantada.

—¿De verdad? —preguntó, sus ojos iluminándose aún más. Asentí.

—Entonces juguemos a que soy la princesa, ¿y tú...?, ¿qué serías? —preguntó con curiosidad.

El hombre, sin levantar la vista de su trabajo, habló en dirección a la niña:

—Tiene el porte de una guerrera valiente.

La niña sonrió ampliamente.

—Entonces yo seré la princesa, y tú serás la hermosa guerrera valiente. ¿Sí?

Su inocente alegría era contagiosa, y no podría haberle negado nada a un ángel tan puro como ella. Asentí, devolviéndole una leve sonrisa que apenas curvó mis labios.

—Claro.

Jugamos durante una hora, su risa llenando el aire como una melodía, hasta que un ruido distante rompió la tranquilidad. El hombre se acercó a nosotras, su rostro endurecido.

—Mira, niña —dijo con voz baja pero firme—, sé que eres la chica de la leyenda. Te reconocí por tus ojos y por los días que has estado dormida. Te están buscando. Los detectores te han sentido cerca. Debes irte.

Mis ojos se abrieron con sorpresa, incapaz de procesar sus palabras de inmediato.

—¿Qué...? ¿Quiénes me están buscando?

—No hay tiempo para preguntas —dijo mientras nos empujaba suavemente hacia la parte trasera de la casa—. Salgan por la puerta trasera, llévate a la niña contigo. Yo los distraeré.

—Puedo enfrentarme a ellos —repliqué, con la confianza que me daba la costumbre de pelear.

El hombre negó con seriedad.

—No conoces esta ciudad por completo. Antes de que puedas hacer algo, ya estarás atrapada.

No había espacio para más discusiones. La niña y yo escapamos por un callejón oscuro, corriendo lo más rápido que nuestras piernas lo permitían. Apenas habíamos avanzado cuando el sonido de un disparo resonó a nuestras espaldas. Instintivamente miré a la niña, quien me devolvió una mirada aterrorizada. Sin embargo, seguimos corriendo, nuestras respiraciones entrecortadas por el esfuerzo.

No logramos llegar lejos. Unos vehículos nos cortaron el paso, bloqueando la calle. De ellos salió una mujer de cabello negro, acompañada de dos hombres. Había algo familiar en su porte, algo que me hizo fruncir el ceño en confusión.

—Pero mira lo que tenemos aquí —dijo la mujer con una sonrisa que no llegó a sus ojos—. Siempre supe que volverías a donde perteneces.

La estudié con desconfianza.

—¿Quiénes son ustedes? —pregunté, sintiendo una inquietud creciente. Esa mujer... me resultaba conocida de alguna manera, y al mismo tiempo había en ella un extraño parecido conmigo.

—Oh, querida nieta —dijo con un tono paternalista que me hizo estremecerme—. Veo que no sabes mucho sobre mí. Pero no te preocupes, eso está por cambiar.

Reí, incrédula.

—No, me temo que se ha equivocado de persona. Mi abuela está muerta.

La mujer sonrió con una frialdad calculada.

—Es increíble lo que el dinero puede hacer, ¿no crees? —dijo con una voz venenosa—. Unos cuantos billetes pueden falsificar cualquier información.

Sacudí la cabeza con cautela, sintiendo cómo la tensión crecía en mi pecho.

—Eres una chica muy hermosa. No esperaba que mi hija tuviera una hija tan bella. Genes Morrison, sin duda. Belleza digna de una reina.

El apellido "Morrison" resonó en mi mente como un eco. Era el apellido de mi madre, lo sabía bien, y también sabía que provenía de esta ciudad. Pero... ¿cómo era posible que esta mujer, que debería estar muerta, estuviera aquí, frente a mí?

Sentí que el suelo bajo mis pies se tambaleaba. Había caído en otra mentira. Todos habían mentido. Y yo también.

—Me presento —continuó ella con una sonrisa extraña—. Soy Adhela Morrison, tu abuela materna, la antigua Reina de este lugar. Y tú, querida, eres mi nieta. He pasado años buscándote, esperando el día en que tomes tu lugar como quien realmente eres.

—¿Y qué se supone que soy? —pregunté, sintiendo que el aire me faltaba.

Su mirada se endureció.

—Una reina.

Amor sangriento (Compatibles) Libro:#1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora