Cap: 47 Locura, poder y obsesión.

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(sin editar).

Narra: Adaria

Desperté sintiendo el ardor en mi piel, como si mis venas fueran ríos de fuego. Mis brazos pesaban, cada movimiento era como si tirara de cadenas invisibles. Intenté abrir los ojos, pero fue un esfuerzo inútil. Solo logré entreabrirlos lo suficiente para ver un techo agrietado y paredes desnudas, manchadas por el tiempo y el abandono. Todo mi cuerpo se sentía agotado, como si me hubieran drenado hasta el último vestigio de energía.

Parpadeé lentamente, obligándome a observar mi entorno. Estaba en una habitación que apestaba a humedad y medicamentos rancios, pero el estado del lugar sugería que nadie había prestado atención a su deterioro en años. El colchón bajo mí era duro, y cada fibra áspera de la tela rozaba mi piel como si estuviera hecha de púas.

Y entonces lo vi. Varios frascos de vidrio alineados en una mesa, todos llenos de mi sangre. Mi estómago se revolvió. ¿Cuánta me habían sacado? ¿Para qué? Lo sabía... lo sabía demasiado bien.

Adela, la mujer que me mantenía secuestrada, entró en la habitación con una sonrisa que me heló la sangre. Se movía con una tranquilidad calculada, como si todo esto fuera parte de un juego al que ya estaba acostumbrada. Sus ojos brillaban con una crueldad que había aprendido a reconocer.

Tomó asiento frente a mí, cruzando las piernas con elegancia perturbadora. Tras ella, una mujer con uniforme de enfermera—aunque todo en su aspecto gritaba peligro—se acercó, sosteniendo una jeringa llena de lo que claramente era mi sangre. Observé con impotencia cómo la administraba directamente en el brazo de Adela, y mi mente gritó lo que mis labios apenas podían articular.

“¿Está loca?”

—¿Sabes por qué hago esto? —preguntó Adela, con una sonrisa torcida en sus labios. Parecía disfrutar cada segundo de mi miseria.

Negué débilmente, sintiendo cómo la rabia burbujeaba bajo la superficie, pero mi cuerpo... mi cuerpo no respondía. Odiaba sentirme así, débil, indefensa. Vulnerable.

Adela entrecerró los ojos, saboreando mi desesperación como si fuera un banquete.

—Tu sangre me dará más años de vida.

No pude evitar reír, aunque mi risa fue corta, interrumpida por una tos violenta que dejó un sabor metálico en mi boca. Llevé la mano a mis labios y al retirarla, la sangre manchaba mis dedos. Sentí que el suelo se desmoronaba bajo mí.

—Estás... loca —murmuré con la voz ronca, casi inaudible.

Pero me ignoró, como si mis palabras no fueran más que el eco de un pensamiento irrelevante.

—Tu sangre es dulce porque, esos años en los que te llevaba a las torturas y te administraban cosas extrañas, obtuviste resultados que no esperábamos. Tu sangre es dulce y adictiva en el paladar —prosiguió, su voz tomando un matiz morboso, como si realmente disfrutara del recuerdo—. Y según hemos averiguado, tienes habilidades que ningún otro ser humano tiene.

El aire se volvió más pesado, cada respiración era una lucha. Giré la cabeza, jadeando, sintiendo un tirón doloroso en mi cuello. Mis ojos encontraron las intravenosas clavadas en mis muñecas, administrándome un líquido desconocido. La sensación era horrible, como si algo oscuro y viscoso se escurriera por mis venas.

—¿Qué... me estás haciendo? —logré articular, mi voz apenas un susurro.

Pero ella no respondió. Solo me observó, como un científico examinando una criatura que ya no podía defenderse. Sabía que no diría más, al menos no por ahora. Mi sangre, mis habilidades... todo era parte de su enfermizo plan, y yo estaba atrapada en su red.

Amor sangriento (Compatibles) Libro:#1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora