Cap: 46 Mi madre

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Narra: Adaria

Ella se acercó a la cabina, y con una sonrisa satisfecha, pulsó un botón en el panel cercano. Un sonido mecánico resonó en la habitación cuando el agua comenzó a drenar por los laterales de la cabina, escurriéndose rápidamente hasta que solo quedó un charco en el suelo. Las puertas se abrieron con un siseo, y la mujer cayó de rodillas, su cuerpo golpeando el suelo con un eco sordo. Durante unos segundos, permaneció inmóvil, su piel pálida y huesuda resaltando aún más bajo la luz clínica del cuarto.

Entonces, lentamente, sus párpados temblaron, y abrió los ojos.

—Ella es tu madre, Adelia Morrison —dijo Adela con una voz cargada de triunfo—. Y yo soy Adela Pridhouts.

Mi madre.

Mis manos temblaban de ira cuando grité con toda la fuerza que pude reunir.

—¡No eres una Pridhouts! —La furia en mi voz se desbordó, encendiendo el aire con cada palabra—. Solo eres una maldita que tomó lo que no era suyo por pura envidia y necesidad.

La expresión de Adela cambió en un instante. Su rostro se endureció con una mezcla de enojo y desprecio. Pero antes de que pudiera responder, un movimiento a nuestra derecha captó nuestra atención. La mujer que había estado en la cabina se quitó la máscara de respiración que había tenido todo ese tiempo y, con esfuerzo, levantó la cabeza. Sus ojos, cansados y vacíos, vagaron por la habitación hasta encontrarse con los míos.

Sus ojos castaños, antes vibrantes y llenos de vida, ahora eran sombras de lo que alguna vez fueron. Su cabello, un rubio opaco, colgaba en mechones débiles sobre su rostro. Su piel era de una palidez inquietante, y su cuerpo... apenas un esqueleto cubierto de piel. La imagen me heló hasta los huesos.

Se parecen bastante...

Adela, al ver que la mujer estaba despierta, se acercó a ella y, sin piedad, la tomó del cabello, tirando de su cabeza hacia atrás. La mujer jadeó de dolor, pero su cuerpo estaba tan débil que apenas pudo resistirse.

—Qué bueno verte despierta, hermanita —se burló Adela, con una sonrisa cruel deformando sus labios—. Ella —dijo, señalándome— es una de tus hijas. ¿La reconoces?

La mujer, temblando, me miró, sus ojos vagando por mi rostro como si intentara comprender lo que estaba viendo. Sus labios temblaron antes de que las palabras lograran salir de su boca, su voz rota y apenas un susurro.

—M-mi… hija... —balbuceó, su voz cargada de dolor y confusión—. No... no le hagas daño, Adela, p-por favor... ya has tomado mucho.

Su súplica, tan débil y desesperada, me atravesó como una daga. Estaba viendo a mi madre, reducida a una sombra de lo que una vez fue, suplicando por mi vida ante la misma persona que la había robado todo. Y ahí estaba Adela, disfrutando de cada segundo, su risa apenas contenida, mientras tiraba con más fuerza del cabello de la mujer.

Mi corazón latía con fuerza, y una mezcla de rabia e impotencia me consumía.

Adela disfrutaba de su control, como un gato jugando con su presa. Pero sabía que, de alguna manera, tendría que encontrar una salida. No iba a dejar que todo terminara aquí, bajo su dominio. No después de lo que había descubierto.

—Shhh, no me digas qué hacer.

Su voz goteaba con una mezcla de desdén y diversión. Mi cuerpo se tensó al escucharla, pero no aparté los ojos de ella.

—Te has metido mucho en tu papel de madre todos estos años, ¿no? —solté entre dientes, sin siquiera ocultar mi desprecio.

Ella se giró lentamente hacia mí, dejando a Adelia a un lado como si fuera una marioneta rota, inútil ahora que había cumplido su propósito. Su mirada se clavó en mí, fría y cruel, como un depredador que observa a su presa antes de dar el golpe final. Pero lo peor fue la sonrisa: falsa, serpenteante.

Amor sangriento (Compatibles) Libro:#1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora