La realidad

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Los días se convirtieron en semanas, y las semanas en meses. La rutina que había comenzado en aquel café se volvió monótona, una serie de días difusos que se superponían como las capas de una pintura desgastada. La tensión entre Luke y yo crecía, un silencio palpable que se instalaba en nuestro hogar como un huésped no deseado.

Al principio, intenté hablar. A menudo, cuando él llegaba del trabajo, encontraba el valor para preguntarle sobre sus días, sobre sus amigos. Pero cada vez que lo hacía, su mirada se tornaba distante, y sus respuestas eran cortas, casi evasivas. A medida que el tiempo pasaba, las pequeñas discusiones se transformaron en gritos. La desconfianza que había empezado como un leve susurro se convirtió en gritos desgarradores que retumbaban en las paredes de nuestro apartamento.

- ¡No me mientas! -gritaba yo, mi voz resonando por el pasillo. - Sabes que hay algo que no me cuentas.

- Eres demasiado sensible -respondía él, su tono frío como el acero. - Siempre sacas las cosas de contexto. No puedo vivir así.

Cada pelea dejaba una herida, y a medida que las noches se convertían en días, la soledad se cernía sobre mí como un manto pesado. A veces me encontraba sentada en el sofá, rodeada de paredes que parecían cerrarse sobre mí, con el eco de sus palabras aún resonando en mi cabeza. Luke siempre encontraba la manera de hacerme sentir que era yo la que tenía problemas. Me decía que era insegura, que mi necesidad de claridad arruinaba todo. Y, en esos momentos de calma, él me miraba como si en su mundo yo no existiera.

Las horas se deslizaban, y la vida exterior se volvía un vago recuerdo. Las salidas se redujeron a una o dos veces al mes, y cuando salíamos, siempre había un aire de tensión que me seguía como una sombra. En el fondo, sabía que Luke disfrutaba de su mundo, de las interacciones fuera de casa, mientras yo me quedaba en un rincón, sintiéndome cada vez más invisible.

Mis amigas comenzaron a notarlo. Sus mensajes de preocupación se tornaron frecuentes, pero yo los ignoraba. No quería hablar de lo que realmente pasaba. Me esforzaba por mostrarles la imagen perfecta de nuestra relación, aún cuando las noches se convirtieron en largos periodos de insomnio, mis pensamientos volviendo una y otra vez a la infidelidad que no podía ignorar. Esa misma pregunta que me atormentaba: "¿Por qué no soy suficiente?"

Luke a veces me decía que estaba ocupado, que tenía cosas que hacer. Con el tiempo, su ausencia se convirtió en una constante en mi vida. La soledad era abrumadora; las horas se alargaban, y las paredes del apartamento parecían encogerme. Pasaba días enteros sentada en el mismo lugar, viendo cómo la luz del sol se desvanecía, sintiendo que el tiempo se deslizaba entre mis dedos.

Una tarde, decidí hacer un esfuerzo. Me vestí con la mejor ropa que tenía, me peiné y traté de lucir como la mujer que él una vez amó. Cuando él llegó a casa, sus ojos recorrieron mi figura, pero no había en ellos la chispa que esperaba. Solo un leve asentimiento, como si me hubiera convertido en un mueble más del apartamento.

- ¿Vas a salir? -me preguntó, con desdén.

- Solo quería... quería que tuviéramos una noche especial -respondí, mi voz temblando.

- No tengo ganas. Estoy cansado -dijo, alejándose hacia la cocina.

Ese fue el momento en que supe que había perdido a Luke. No a la persona que era, sino a la que solía ser para mí. La sensación de vacío se intensificó, un agujero negro que devoraba mis esperanzas.

Los días continuaron pasando, marcados por el ciclo de mis intentos por acercarme a él y su rechazo a lo que ofrecía. Las palabras se volvieron cuchillos, y las discusiones a menudo terminaban con él marchándose a la habitación, dejando que la oscuridad llenara la casa.

En noches de insomnio, me sentaba en el borde de la cama, escuchando su respiración. A veces, me asomaba a la ventana, mirando hacia la vida que se desenvolvía fuera. Las risas de la gente, las luces parpadeantes de la ciudad, eran un recordatorio constante de lo que había perdido. Y me preguntaba: ¿por qué no podía ser parte de eso?

Luke seguía volviendo tarde a casa. Las excusas eran siempre las mismas: trabajo, reuniones, amigos. A veces encontraba mensajes en su teléfono, y la angustia que me causaban se convertía en un dolor punzante que me dejaba paralizada. Una vez, al revisar sus redes sociales, vi una foto de él con otra mujer, riendo, con una mirada que me era familiar, pero que me hizo sentir como un fantasma en su propia vida.

La soledad se volvió mi única compañera. Las horas que pasaba sola en casa se sentían como un castigo, y la angustia crecía como un eco en mi mente. Ya no era solo la desconfianza; era la certeza de que estaba atrapada en una relación que me consumía, que no sabía cómo salir. A veces me despertaba en medio de la noche, con el corazón acelerado, preguntándome si había alguna manera de recuperar lo que habíamos perdido. Pero, al mismo tiempo, el miedo a enfrentar la realidad me mantenía paralizada.

Con el tiempo, mi mundo se volvió un ciclo de rutinas vacías y enfrentamientos. La soledad, la ira y la tristeza se entrelazaban en una espiral que parecía no tener fin. En el fondo, sabía que tenía que tomar una decisión, que no podía seguir viviendo así. Pero cada vez que pensaba en marcharme, recordaba los momentos de felicidad, las risas que habían sido tan reales, y me convencía de que aún había esperanza.

Sin embargo, la esperanza se desvanecía lentamente, y en su lugar quedaba la soledad. La sensación de estar atrapada en una relación tóxica era un peso que no podía soportar más. Me miraba al espejo, y la mujer que veía ya no era la misma. ¿Dónde había quedado la Elaine llena de vida y sueños? La búsqueda de respuestas se había convertido en un viaje solitario, y me encontraba en una encrucijada, con la necesidad de elegir entre el amor y la libertad. Pero el miedo a estar sola era un enemigo aún más poderoso.

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