El fuego de mi interior

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El resto de la semana en París fue un torbellino de emociones y experiencias que no hubiera esperado.
El calor en mi piel había disminuido, pero una sensación persistente de algo inminente no me abandonaba. Sabía que no podía quedarme en el apartamento mucho tiempo, así que me preparé para salir y enfrentar el día.

Mi plan era explorar Montmartre, el famoso barrio de artistas que siempre había sido un lugar de inspiración y creatividad en París. Salí del apartamento con una energía renovada, decidida a dejar atrás el sueño extraño y los pensamientos sobre Luke. Sin embargo, mientras caminaba por las calles, mi mente seguía volviendo al fuego, al hombre en el sueño y a la sensación abrumadora de estar siendo observada.

Llegué a Montmartre justo cuando el sol empezaba a elevarse, iluminando las empinadas calles y los pequeños cafés que ya comenzaban a llenarse de turistas y locales. El ambiente artístico del lugar me ayudó a despejar un poco la cabeza. Me dejé llevar por el sonido de la música callejera, los pintores que trabajaban en sus lienzos y los aromas de los croissants recién horneados.

Mientras deambulaba, llegué a la Basílica del Sacré-Cœur, un imponente edificio blanco que se alzaba sobre la colina. Decidí entrar, buscando un momento de tranquilidad en medio de todo lo que había estado sintiendo. El interior era impresionante, con sus vitrales brillando bajo la luz matutina, creando un ambiente de paz. Me senté en uno de los bancos de madera y dejé que la calma del lugar me envolviera.

Pero, mientras estaba allí, una sensación extraña comenzó a aflorar nuevamente. No era miedo, exactamente, sino una inquietud familiar. Cerré los ojos por un momento, tratando de concentrarme en mi respiración y despejar mi mente. Sin embargo, en cuanto lo hice, una imagen del fuego del sueño regresó, intensa y clara. El recuerdo del calor envolviendo mi cuerpo fue tan vívido que casi pude sentirlo otra vez en la piel.

Abrí los ojos de golpe, con el corazón acelerado. Algo no estaba bien. Sabía que los sueños a veces podían ser intensos, pero esto era diferente. Sentía que había una conexión entre el sueño y lo que estaba sucediendo ahora. Salí rápidamente de la iglesia, tratando de recobrar el control de mis emociones. El aire fresco me golpeó en la cara, pero la sensación de ser observada permanecía.

Decidí perderme por las calles de Montmartre, esperando que caminar me ayudara a sacudir esa sensación extraña. Mientras recorría las pequeñas tiendas de recuerdos y los puestos de comida, vi una galería que me llamó la atención. Era pequeña y discreta, pero algo en la puerta abierta me invitó a entrar. Dentro, las paredes estaban llenas de cuadros y fotografías de diferentes estilos, desde lo abstracto hasta lo hiperrealista.

Deambulando por la galería, encontré una pequeña sala en la parte trasera que estaba casi vacía. Solo había una pintura colgada en la pared, y cuando me acerqué, sentí un escalofrío recorrerme. Era una imagen de una mujer rodeada de fuego. No había detalles en su rostro, pero la escena era inquietantemente parecida a mi sueño. El fuego la envolvía, pero, al igual que en mi sueño, no parecía quemarla. Al contrario, la figura parecía formar parte de las llamas.

Me quedé allí parada, mirándola en silencio. ¿Era posible que hubiera algo más en este sueño que solo un producto de mi mente? Un sudor frío recorrió mi espalda, y di un paso atrás. ¿Y si lo que había experimentado era una señal de algo? Pero, ¿de qué? Me pregunté si debería hablar con alguien sobre esto, pero temía parecer paranoica. ¿Quién me creería?

Decidí dejar la galería y continuar mi día, intentando concentrarme en disfrutar de la ciudad. Sin embargo, el resto de la semana, esa sensación de estar atrapada entre dos mundos no desapareció. El fuego seguía apareciendo en mis sueños, cada vez más vívido, cada vez más difícil de ignorar. Comencé a investigar en mi tiempo libre, buscando alguna conexión con lo que estaba experimentando. Encontré referencias a antiguos mitos de diosas del fuego, relatos de personas que soñaban con llamas y, en algunos casos, creían que representaba un despertar interno, una transformación profunda.

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