Sombras y promesas

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El eco de mi súplica resonó en el claro, mezclándose con el susurro del viento. A mi alrededor, el mundo parecía detenerse, como si el tiempo mismo se resistiera a avanzar sin ella. Sentía que mis palabras se desvanecían en la noche, pero algo dentro de mí se negaba a aceptar que ese fuera el final.

Apoyé una mano en su pecho, justo sobre la herida, y cerré los ojos, invocando cada pizca de energía que aún nos quedaba. No era solo un intento desesperado de aferrarme a ella; era una conexión más allá de las palabras, de las heridas, y de la misma muerte.

Sentí la energía fluir desde mí hacia ella, traspasando barreras invisibles. Mi mente se llenó de recuerdos, de cada instante que habíamos compartido, de cada mirada, cada sonrisa que había guardado en lo profundo de mi alma. Era como si, de alguna forma, esa conexión pudiera traerla de regreso, devolverla de las sombras.

El aire a nuestro alrededor se hizo denso, como si algo más estuviera presente en el claro, observando, decidiendo. Abrí los ojos solo para ver una leve chispa recorrer su piel, una energía oscura y misteriosa que parecía emanar de mí y fundirse en ella. Mis manos temblaron, pero no me retiré; al contrario, presioné con más fuerza, dispuesto a darle cualquier parte de mí que necesitara para regresar.

—Elaine, te necesito —murmuré, mi voz quebrándose—. Tienes que regresar... por favor.

Y entonces, un débil aliento escapó de sus labios. Sus dedos se movieron ligeramente, como una respuesta silenciosa. La chispa de vida volvió a ella, minúscula, pero suficiente para que yo sintiera la esperanza encenderse en mi pecho. Sus ojos se entreabrieron apenas, como si la luz le molestara, pero en ellos vi un destello de reconocimiento, de lucha.

—¿Adam...? —su voz era apenas un susurro, pero escucharla fue como si el mundo entero volviera a cobrar sentido.

—Estoy aquí —respondí, conteniendo el llanto que amenazaba con desbordarse—. No voy a dejarte, Elaine. No hasta que estés a salvo.

Sosteniéndola con más firmeza, la envolví con mi energía, compartiendo cada resquicio de mi fuerza. La vida comenzaba a regresar a sus ojos, pero yo sabía que no habíamos terminado. La batalla no era solo física; algo oscuro había intentado arrebatármela, y mientras ella estuviera a mi lado, no dejaría que se la llevaran.

Acaricié su rostro, prometiéndome que encontraría la forma de mantenerla viva, de protegerla de ese abismo que había intentado reclamarla. Porque por primera vez en mucho tiempo, entendí que había algo en esta vida que significaba más que todo lo que había conocido, algo que era capaz de destruirme y salvarme a la vez: ella.

Los ojos de Elaine parpadearon, sus pupilas aún veladas por el dolor y la confusión, pero podía sentir cómo su vida volvía a aferrarse a este mundo. Aunque sus labios temblaban, se esbozó en ellos una leve sonrisa, una que fue suficiente para encender en mí una llama de esperanza.

—Adam... pensé que no... que no llegaría a verte de nuevo —susurró, su voz como un hilo, quebrada pero viva.

Me incliné hacia ella, sintiendo una mezcla de alivio y terror que me quemaba por dentro. Sabía que había algo oscuro tras lo que acababa de pasar, un intento por arrancármela que no había sido solo la bala. Había fuerzas jugando con nosotros, y aunque aún no entendía del todo qué o quién estaba detrás, sabía que no podía quedarme quieto. No cuando la muerte estaba esperando el más mínimo descuido para arrebatármela.

—No permitiré que te vayas, Elaine. No mientras yo esté aquí —murmuré con la voz firme, sintiendo que esa promesa era más que palabras. Era un juramento.

Sus ojos se posaron en mí con una mezcla de ternura y desconfianza, como si supiera algo que no podía decirme, como si llevara una carga invisible.

—Adam... no puedes... detenerlo —jadeó, tratando de sostenerse, su mirada perdiéndose en algún punto entre el dolor y la tristeza—. Hay algo... algo que... —su voz se cortó, y el terror en su rostro fue un golpe para mí.

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