PARÍS

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Me detuve un momento frente a la entrada, respirando hondo, ajustando la mochila sobre mis hombros. Mi vuelo salía en poco menos de tres horas, pero ya podía sentir el peso del tiempo sobre mí. Un tic-tac invisible, una cuenta atrás para un cambio que no sabía si estaba preparada para afrontar. Sin embargo, ahí estaba, enfrentándolo.

Tras pasar por los controles de seguridad, me encontré vagando sin rumbo fijo por la zona de embarque. Me acerqué a una tienda de souvenirs y agarré una postal con una vista panorámica de la ciudad. La miré durante unos segundos, pensando en lo surrealista que se sentía estar despidiéndome de esta ciudad que había sido mi hogar durante tanto tiempo. Lo más extraño de todo era saber que, en unas horas, estaría en un lugar completamente diferente, donde nadie me conocía, donde todo sería nuevo.

Me dirigí a una de las cafeterías cercanas y pedí un café con leche. Mientras esperaba, noté que mis manos temblaban ligeramente, una mezcla de nervios y emoción. Me senté junto a una ventana que daba vista a la pista, observando cómo los aviones despegaban y aterrizaban. Cada uno de esos vuelos era una historia, una aventura, una vida moviéndose en direcciones opuestas.

*

Cuando mi vuelo finalmente fue anunciado, una sensación de irrealidad se apoderó de mí. Caminar por el pasillo hacia la puerta de embarque fue como cruzar una línea invisible entre mi antigua vida y lo que estaba por venir. Con un simple "Bienvenida a bordo", me encontré dentro del avión.

Tomé asiento junto a la ventana, agradecida de tener ese pequeño rincón de soledad en medio del avión lleno. A mi alrededor, otros pasajeros se acomodaban, algunos ya dormidos incluso antes del despegue. Cerré los ojos un momento, tratando de centrarme, de calmar la marea de pensamientos que revoloteaban en mi mente. Recordé lo que Karina me había dicho antes de salir: "Disfruta cada segundo. No dejes que el miedo te gane". Intenté aferrarme a esas palabras.

El rugido de los motores marcó el inicio del despegue. Mientras el avión se elevaba, las luces de la ciudad se iban haciendo cada vez más pequeñas, hasta convertirse en diminutos puntos brillantes en la oscuridad. Me quedé mirando por la ventana, sintiendo una mezcla de nostalgia y liberación. Estaba dejando atrás todo lo que conocía, todo lo que me había sostenido hasta ese momento.

El vuelo transcurrió entre pensamientos dispersos y pequeños momentos de sueño.

Cada vez que cerraba los ojos, veía imágenes de París: la Torre Eiffel, las calles adoquinadas, los cafés llenos de vida. Intentaba imaginar cómo sería caminar por esos lugares, ser parte de esa ciudad. Al mismo tiempo, pequeños recuerdos de casa se filtraban, haciéndome dudar por un instante. ¿Había hecho bien en dejar todo atrás? ¿Sería París todo lo que esperaba?

*

El avión comenzó a descender justo cuando los primeros rayos de sol empezaban a iluminar el horizonte. Sentí un nudo en el estómago cuando el piloto anunció nuestra llegada a París. Esto era real. Estaba aquí, en el lugar que había soñado durante tanto tiempo.

A medida que el avión tocaba tierra, el corazón me latía más rápido. El paisaje fuera de la ventana era diferente, pero aún así, había algo familiar en la luz suave de la mañana que bañaba el aeropuerto de Charles de Gaulle. El avión se detuvo finalmente y, junto con los demás pasajeros, me levanté, recogiendo mis pertenencias. Mi mochila pesaba menos de lo que había imaginado, o tal vez era el peso de mis expectativas lo que hacía que todo pareciera más liviano.

Salir del aeropuerto fue como atravesar una puerta hacia un nuevo mundo.

El aire fresco de París me recibió cuando puse un pie fuera. Inhalé profundamente, cerrando los ojos por un momento. No era solo el comienzo de un viaje; era el comienzo de una nueva versión de mí misma, una versión que estaba decidida a descubrir el mundo y, en el proceso, descubrirme a mí.

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