Adam y el costo del poder

17 4 0
                                    

ADAM

Tenía dieciséis años cuando descubrí por primera vez que podía teletransportarme. No fue una revelación dramática ni un evento mágico como en las películas. Fue, como todo lo importante en la vida, completamente inesperado.

Era una tarde normal. Estaba en mi habitación, escuchando música mientras intentaba hacer los deberes, algo que siempre encontraba increíblemente aburrido. Recuerdo haber sentido una enorme frustración por las matemáticas. Me estaba volviendo loco, tratando de resolver una ecuación imposible cuando de repente, deseé con todas mis fuerzas no estar allí.

—¡Quisiera estar en cualquier otro lugar! —grité, tirando el cuaderno al suelo.

Y entonces ocurrió.

De un momento a otro, el mundo a mi alrededor cambió. Ya no estaba en mi habitación. Estaba... en la cocina. Miré a mi alrededor, totalmente desconcertado.

—¿Qué diablos...? —murmuré, sintiendo el latido de mi corazón golpearme en las sienes.

Todo parecía normal, pero sabía que algo extraño había pasado. Yo no había caminado hasta la cocina. No había bajado las escaleras. Simplemente, estaba ahí, sintiendo una especie de adrenalina corriendo por mis venas. Mis manos temblaban mientras intentaba procesar lo que había sucedido.

—No puede ser... —me dije a mí mismo, casi en un susurro.

Me quedé quieto, cerré los ojos, y pensé en mi cuarto de nuevo. Visualicé cada detalle: la cama desordenada, los pósteres en la pared, mi cuaderno tirado en el suelo. Deseé con todas mis fuerzas estar allí de nuevo.

Y entonces, en un abrir y cerrar de ojos, lo estuve.

Mis rodillas casi cedieron por el shock. Me tambaleé hacia la cama y me dejé caer, incapaz de comprender lo que acababa de pasar. ¿Qué estaba sucediendo? Respiré hondo, tratando de calmarme. Mi mente corría en mil direcciones. Esto no podía ser real, ¿verdad?

Me levanté de un salto, con la cabeza aún dando vueltas. Volví a cerrar los ojos y esta vez pensé en la entrada de mi casa. "Si puedo hacerlo otra vez, sabré que no estoy loco", pensé.

—Vamos... —murmuré entre dientes, concentrándome.

De nuevo, un tirón en el estómago, como si el aire a mi alrededor cambiara de presión. Abrí los ojos y ahí estaba, en la entrada de mi casa. Mis pies estaban firmemente plantados en el suelo de madera, justo al lado del perchero. Solté un jadeo y me apoyé contra la pared. Esto estaba pasando. No me lo estaba imaginando.

—¡Dios! —exclamé, sin poder contener una carcajada nerviosa. Mis piernas temblaban de la emoción y el miedo.

Pasé el resto de esa tarde experimentando con mi nuevo "poder". Primero me transporté de una habitación a otra, luego intenté lugares más lejanos: el patio trasero, la acera frente a mi casa. Cada vez que lo hacía, sentía ese mismo tirón en el estómago, y el mundo se desvanecía solo para reaparecer en otro lugar.

Mi primera gran prueba llegó cuando decidí teletransportarme a la escuela. Sabía que estaba jugando con fuego. No tenía idea de si había límites a lo que podía hacer, o si me estrellaría contra una pared invisible. Pero la curiosidad me consumía. Así que, una mañana, justo antes de salir de casa, me concentré en la entrada de la escuela. Cerré los ojos y me lancé.

Cuando los abrí, estaba frente al enorme edificio gris, con estudiantes yendo y viniendo por todas partes. Nadie me miraba de forma extraña, nadie notaba nada. Había funcionado. Había saltado kilómetros en un abrir y cerrar de ojos.

Unos días después, intenté algo más atrevido. Mis amigos me habían invitado a una fiesta en una ciudad vecina, pero como de costumbre, no tenía cómo llegar. El transporte siempre había sido un problema para mí. A los dieciséis años, aún no tenía coche, y depender del autobús era un desastre.

Elemental Donde viven las historias. Descúbrelo ahora