Un viaje silencioso

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Nada más despertarme desayuné y me vestí y pensé con todas mis fuerzas en el rostro de la chica que anoche, sin tener muy claro si mis poderes iban a funcionar así. Siempre he pensado en lugares, no en personas. Pero en cuestión de segundos ya no estoy en mi apartamento, si no en la calle. La busco con la mirada y veo que efectivamente, a funcionado, y la chica se encuentra a solo unos metros de mi, mirando lo que parecía ser un mapa.

Se dirigió hacia la estación de tren. El corazón me latía con fuerza mientras me desvanecía y aparecía entre la multitud. Observé cómo compraba un billete y se dirigía a la plataforma. Mi mente estaba llena de preguntas. ¿Adónde iría?

Mientras el tren se preparaba para salir, la seguí. Ella se sentó junto a la ventana, sumergida en un libro que había traído. A medida que el tren comenzaba a moverse, me di cuenta de algo: este viaje no era solo sobre seguirla, era sobre encontrarme a mí mismo en el proceso. La soledad que había sentido durante tanto tiempo parecía desvanecerse con cada kilómetro que recorría.

El paisaje cambiaba a través de la ventana, y la luz del sol se filtraba por el cristal, creando patrones de luz que danzaban en el interior del tren. La observé mientras leía, la luz iluminando su rostro con un halo dorado. Mi corazón latía más rápido; cada página que pasaba se sentía como un nuevo capítulo en su vida y en la mía.

Se bajó en la segunda parada y al salir del tren caminó por las calles empedradas, admirando las obras de arte que decoraban las paredes. Un artista callejero llamó su atención, y me detuve a una distancia segura mientras ella reía y conversaba con él. Su risa era una música que resonaba en mi pecho, y no podía evitar sonreír al escucharla.

A medida que la seguía, me di cuenta de que no solo estaba intrigado por su belleza. Había algo en su forma de estar presente en el momento, de absorber la vida a su alrededor, que me hacía desear entenderla mejor. La forma en que se maravillaba ante cada rincón, cada color, cada sonido era contagiosa. Ella parecía estar en sintonía con la ciudad de una manera que yo había olvidado.

La luz dorada iluminaba su rostro, y sentí un impulso casi irresistible de acercarme a ella. Pero sabía que no podía; mi mundo y el suyo eran radicalmente diferentes. Sin embargo, no podía apartar la mirada.

A medida que el tiempo pasaba, mi curiosidad se transformó en un deseo más profundo. Quería saber más sobre ella, sobre lo que la había llevado a París, sobre lo que buscaba en su viaje. La forma en que se dejaba llevar por la magia de la ciudad me hacía querer compartir esos momentos, aunque solo fuera desde la distancia. Sin embargo, no tenía la intención de revelarme. No era el momento adecuado.

Estaba decidido a seguirla más allá de París. Tenía que conocerla, aunque solo fuera a través de su viaje. A pesar de mis habilidades, de mi capacidad de moverme a través del espacio y el tiempo, seguía sintiendo una extraña presión en mi pecho. Nunca antes había sentido la necesidad de seguir a alguien de esa manera. No solo era un capricho, era un impulso profundo y significativo.

Mientras caminábamos por las calles de Paris, una mezcla de admiración y confusión me llenaba. El bullicio del mercado cercano me rodeaba con sus aromas vibrantes: pan recién horneado, flores frescas y especias. Todo se sentía tan vivo, y allí estaba ella, como si fuera la musa de este lugar. Observaba cómo se detenía de vez en cuando para inspeccionar un puesto de frutas o admirar un dibujo expuesto en una pequeña galería. Cada vez que se detenía, yo me quedaba atrás, un espectador invisible de su curiosidad inagotable.

Se acercó a un artista que pintaba en la plaza, su atención completamente capturada por los colores que mezclaba en la paleta. Me vi impulsado a acercarme un poco más, asomándome entre la multitud, mientras la escuchaba hablar un perfecto francés con el pintor. Había una dulzura en su voz, una chispa de alegría que iluminaba la escena. Me imaginé cómo sería su risa en un lugar diferente, en un entorno familiar. Me pregunté si alguna vez había sentido la misma curiosidad por alguien más, si alguna vez había estado tan atrapada por el deseo de conocer un extraño.

Luego, como si el universo quisiera que me sintiera más cercano a ella, el pintor la invitó a posar para un retrato rápido. Observé, cautivado, cómo ella aceptaba, sonriendo mientras se acomodaba en una pequeña silla de madera frente a él. Mientras él comenzaba a trazar líneas con su pincel, ella lo miraba con atención, completamente inmersa en el momento. Su expresión era de concentración y alegría, y yo me preguntaba qué pasaba por su mente.

Cuando el pintor levantó su pincel para mostrarle el resultado, su rostro se iluminó con una sonrisa que me hizo sentir como si el tiempo se detuviera. Esa sonrisa me llenó de un impulso renovado. Aprovechando la oportunidad, me acerqué un poco más, al punto de poder escuchar su conversación.

—Es increíble—, dijo ella, observando la obra. —Nunca me había visto así antes.

El pintor sonrió, con expresión satisfecha.

—Captar la esencia de una persona es lo que hace que el arte sea especial—,respondió.

—Eso es hermoso—, dijo, sonriendo. —Nunca lo había pensado de esa manera.

Sin embargo, a pesar de la magia que envolvía la escena, sabía que no podía acercarme demasiado. El juego de ser un observador me resultaba familiar, pero esta vez había algo más en juego. Cada mirada furtiva, cada sonrisa que se escapaba de sus labios me hacía anhelar un contacto más real, más directo. Pero seguí en silencio, como un espectador en una obra de teatro, incapaz de alterar el curso de los acontecimientos.

El sol comenzó a caer, la luz dorada bañó la ciudad, y ella se despidió del pintor. Observé cómo se alejaba, perdida en sus pensamientos, y la seguí de nuevo, sintiendo que mi propio viaje se entrelazaba con el suyo. No sabía a dónde la llevaría, pero la perspectiva de seguirla me llenaba de un propósito renovado. En ese momento, la tristeza de mi propia soledad se hizo aún más palpable. ¿Por qué estaba tan ansioso por acercarme a ella? ¿Qué significaba todo esto?

Ella continuó explorando, y yo me mantuve a una distancia prudente, perdiéndome en los pensamientos que giraban en mi mente. Mientras la veía sumergirse en las historias que la rodeaban, me di cuenta de que mi deseo de seguirla iba más allá de la simple curiosidad. Quería descubrir no solo quién era ella, sino también quién era yo en su presencia.

La seguí de cerca, ahora casi hipnotizado por su manera de moverse por la ciudad. Era como si estuviera danzando entre la multitud, absorbiendo cada pequeño detalle de su entorno.

Caminamos hacia el río Sena, donde la luz del atardecer reflejaba los edificios históricos y creaba una atmósfera de ensueño. Ella se detuvo para observar el paisaje, y por un instante, pude ver la asombrosa belleza de París a través de sus ojos. Fue como si el mundo se hubiera detenido, y todo lo que había deseado en mi vida cobró sentido en ese momento.

Pero el tiempo no se detiene, y después de unos minutos, ella se dio la vuelta y comenzó a caminar de nuevo hacia el tren de vuelta a su apartamento. Sin pensarlo, la seguí. A medida que pasábamos por las luces parpadeantes de los cafés y los sonidos de la música en vivo, sentí que estaba viviendo una experiencia que iba más allá de mis propios límites. Cada paso que daba tras ella era como una liberación, una forma de romper las cadenas de la soledad que me habían mantenido prisionero.

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