Al llegar al restaurante, elegimos una mesa en la terraza, desde donde podíamos ver las luces de la ciudad iluminando las antiguas calles de Roma. El lugar era acogedor, con mesas de madera cubiertas por manteles blancos y velas que parpadeaban suavemente en el centro. La noche estaba clara, y una suave brisa nos envolvía mientras hojeábamos el menú.
Karina, siempre tan entusiasta, me recomendó un plato de pasta que, según ella, era el mejor de Roma. Nos reímos al recordar nuestras aventuras pasadas y cómo siempre lograba convencerme de probar cosas nuevas. Pedimos una botella de vino, y la conversación fluyó con facilidad, llenando los espacios con risas y anécdotas.
En un momento, mientras Karina hablaba sobre el lugar que visitaríamos al día siguiente, noté que la vela frente a mí se apagó repentinamente. Observé la pequeña llama desaparecer, dejando solo un hilo de humo que se elevó en el aire. No había viento ni razón aparente para que se apagara, pero intenté no darle importancia. Miré a Karina para ver si se había dado cuenta, pero ella seguía hablando, ajena a lo que había pasado.
De pronto, la vela se encendió sola. La llama apareció de nuevo, brillante y constante, como si nunca hubiera dejado de arder. Sentí un escalofrío recorrerme, pero no dije nada. Karina no parecía haberlo notado, y preferí no interrumpir la conversación. Era como si lo que había ocurrido solo fuera para mí, un recordatorio de que algo extraño me seguía acompañando.
—Entonces, ¿qué opinas? —preguntó Karina, sacándome de mis pensamientos.
—¿Perdona? —respondí, tratando de recuperar el hilo de la conversación.
—Te preguntaba por tus sueños. Dijiste que habías estado soñando cosas raras últimamente —me recordó.
Tomé un sorbo de vino, pensando en cómo explicar lo que me había pasado en París y Luxemburgo. Le conté sobre los sueños con fuego y el hombre que parecía aparecer una y otra vez. Karina escuchaba con atención, asintiendo de vez en cuando. Su rostro reflejaba una mezcla de preocupación e interés, como si tratara de entender algo más allá de lo que le estaba diciendo.
—No sé qué significa, pero no me puedo quitar la sensación de que algo se está tratando de comunicar conmigo —dije finalmente.
Karina frunció el ceño, pensativa.
—Quizás estos sueños y las experiencias que has tenido, como lo de la fuente en Luxemburgo y ahora la vela... —miró la llama por un segundo antes de continuar—... sean parte de un mismo patrón. Algo que te sigue y que, de alguna manera, está conectado contigo.
Me quedé paralizada ante su comentario, puesto que juraba que no se había percatado del incidente con la vela. Aun así, decidí tomarme su comentario de forma sarcástica.
—Eso suena un poco aterrador, ¿no crees? —intenté bromear, aunque en el fondo sentía que había algo de verdad en sus palabras.
—No tiene por qué serlo. Puede que sea solo un camino hacia algo que necesitas descubrir —respondió con una sonrisa tranquilizadora—. Y Roma puede ser el lugar donde empieces a ver con claridad.
Me apoyé en la silla, dejando que sus palabras resonaran en mi mente. Todo lo que había pasado, desde los sueños hasta los momentos inexplicables, me hacía sentir que estaba en el centro de algo que aún no entendía. Pero con Karina a mi lado, me sentía más segura.
La noche continuó sin más interrupciones extrañas, y seguimos hablando de nuestros planes en Roma. Karina estaba decidida a que aprovecháramos cada momento, explorando todos los rincones, desde el Vaticano hasta las pequeñas callejuelas llenas de historia y encanto. Su entusiasmo era contagioso, y aunque las preguntas seguían presentes en mi mente, me dejé llevar por la calidez de la conversación.
Terminamos la cena con un postre tradicional y nos quedamos un rato más, disfrutando de la atmósfera de la noche romana. La vela, esta vez, permaneció encendida, iluminando la mesa con una luz suave que parecía recordarme que, aunque las respuestas no fueran claras aún, tenía tiempo para encontrarlas.
Después de la cena, Karina y yo decidimos dar un paseo por las calles de Roma. La noche estaba en su apogeo, y la ciudad tenía una belleza distinta bajo la luz de las farolas. Las calles, aunque no del todo vacías, estaban mucho más tranquilas que durante el día, y el murmullo de conversaciones lejanas, mezclado con el sonido de nuestros pasos sobre los adoquines, creaba un ambiente casi mágico.
Caminamos sin rumbo fijo, dejándonos llevar por los callejones estrechos y los rincones que se abrían inesperadamente hacia plazas iluminadas. Pasamos por la Piazza Navona, donde los artistas callejeros aún pintaban retratos y los músicos tocaban melodías suaves que se deslizaban en el aire fresco de la noche. Karina y yo nos detuvimos un momento para observar a un violinista que interpretaba una pieza melancólica. Por un instante, me pareció que la música conectaba con algo profundo en mí, algo que no lograba comprender del todo.
—Es como si Roma tuviera su propio latido —comentó Karina, rompiendo el silencio.
—Sí, es como si todo aquí tuviera vida propia —respondí, sintiendo una conexión con sus palabras.
Continuamos caminando, y cuando llegamos a la Fontana di Trevi, el lugar estaba casi vacío. Solo quedaban unos cuantos turistas sacando fotos y algunas parejas compartiendo momentos íntimos junto al agua. Karina y yo nos acercamos a la fuente, el murmullo del agua llenando el espacio como una melodía suave. El mármol blanco brillaba bajo la luz de la luna, y la fuente parecía un lugar sacado de un sueño.
—Es mucho más tranquila a esta hora —dijo Karina, mirando las estatuas de Neptuno y los caballos de mármol que parecían emerger de las olas.
—Sí, es como si fuera otro lugar, diferente al que vimos durante el día —respondí, observando cómo el agua se movía con suavidad.
Nos sentamos en el borde de la fuente, disfrutando de la calma del momento. Por un rato, no dijimos nada, y simplemente dejamos que el sonido del agua y la brisa fresca de la noche llenaran el silencio. Era reconfortante estar allí, y aunque la sensación de extrañeza seguía presente en mi interior, me sentía en paz.
—¿Sabes? —dijo Karina de repente—. A veces, creo que las ciudades tienen una forma de hablar con nosotros. No con palabras, claro, sino con sensaciones, con momentos que parecen creados solo para ti.
La miré, intentando captar el significado de sus palabras.
—¿Te refieres a lo que hemos estado hablando? —pregunté—. ¿Crees que Roma me está hablando de alguna manera?
Karina sonrió y se encogió de hombros.
—Tal vez. O tal vez eres tú la que está más receptiva a todo lo que te rodea. —Se quedó en silencio un momento, como si pensara en cómo expresar sus ideas—. Has estado sintiendo y viendo cosas que parecen un poco fuera de lo común. Tal vez sea el momento de que empieces a prestar más atención, a ver qué es lo que te están tratando de decir.
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Elemental
Romance"Después de romper con su pasado, Elaine se embarca en un viaje por el mundo en busca de libertad y autodescubrimiento. Pero extraños sueños y un poder elemental que apenas entiende la llevan a un camino inesperado. Cuando se encuentra con Adam, un...