Decidí continuar mi viaje, buscando respuestas en cada lugar que visitaba. Fui a Japón, donde un anciano monje me habló de los antiguos poderes elementales que algunas personas poseían. Me dijo que mi conexión con el agua era solo el principio y que debía aprender a controlarlo antes de que el poder se volviera incontrolable.
*
El monje me miró con ojos profundos y serenos, como si pudiera ver más allá de lo que mostraba mi exterior.
—El agua fluye, cambia y se adapta. Pero también puede ser destructiva si se desborda. Lo mismo ocurre con tu poder —dijo con voz pausada. Sus palabras se quedaron grabadas en mi mente mientras me retiraba del templo y me perdía en las calles de Kioto, donde la belleza y la serenidad de los paisajes me envolvían.
La idea de aprender a controlar mis habilidades me llevó a inscribirme en un dojo local. Allí, un maestro de aikido me enseñó a canalizar mi energía y a encontrar el equilibrio entre cuerpo y mente. Cada mañana, al amanecer, me encontraba en el tatami, respirando hondo y dejando que mi mente se despejara. Con cada movimiento, sentía cómo el agua dentro de mí respondía a la calma que intentaba cultivar.
Sin embargo, el fuego seguía presente, siempre al borde de mi conciencia. La voz del anciano resonaba en mi mente: "Controla el agua antes de que el fuego se vuelva incontrolable". En una de mis prácticas, mientras giraba y caía, una ráfaga de aire se levantó alrededor de mí, como si las corrientes de la naturaleza me abrazaran. Fue entonces cuando comprendí que el viento también tenía un papel en esta danza elemental.
A medida que mi conexión con el agua se fortalecía, empecé a notar una transformación en mi percepción del entorno. Los ríos y los lagos parecían cantar cuando me acercaba. Cada corriente de agua se volvió un susurro, guiándome y ofreciéndome un sentido de paz. En una de mis sesiones de meditación junto al río Kamo, experimenté un momento de profunda claridad. El agua fluyó hacia mí, formando pequeños remolinos que giraban a mi alrededor. Podía sentir su energía, cómo me nutría y me llenaba de vida. Sin embargo, en el fondo de mi mente, el fuego aguardaba su turno, recordándome que era parte de mí y que no podía ser ignorado.
A medida que los días se convertían en semanas, mi entrenamiento en el dojo comenzó a dar frutos. Cada mañana, me despertaba con el canto de los pájaros y la luz suave del amanecer, sintiéndome más conectada que nunca con mi entorno. Practicaba los movimientos de aikido con una fluidez que antes me parecía inalcanzable. Las lecciones del maestro resonaban en mí, y sentía que cada golpe y cada caída eran un paso hacia el dominio de mis habilidades.
Un día, mientras meditaba en la orilla del río, decidí intentar algo diferente. Quería ver si podía influir en el flujo del agua de una manera más activa. Concentré mi mente, cerré los ojos y visualicé cómo el río respondía a mis pensamientos. Imaginé que el agua se alzaba en espirales, formando figuras en el aire. Al abrir los ojos, quedé boquiabierta al ver que, efectivamente, las aguas se habían agitado ligeramente, como si el río hubiera sentido mi presencia.
Esa sensación de conexión fue electrizante. Pero, a medida que mis habilidades crecían, también lo hacía mi inquietud. La voz del monje volvía a mí con cada éxito. Si el agua podía ser destructiva, ¿qué pasaría con el fuego que aún latía dentro de mí?
Con esos pensamientos en mente, decidí buscar más respuestas. En una de mis caminatas por el centro de Kioto, entré en una librería antigua y encontré un libro desgastado sobre las tradiciones espirituales de Japón. En sus páginas, leí sobre la dualidad de los elementos y cómo, a lo largo de la historia, algunos individuos habían sido capaces de dominar varios elementos a través de la meditación y la práctica. Sentí una punzada de esperanza, pero también de preocupación. La idea de que alguien pudiera dominar el fuego y el agua a la vez era intrigante, pero también aterradora.
Mis noches se llenaron de dudas. Soñaba con llamas y torrentes de agua, a menudo luchando por controlar ambos. En una de esas noches, la voz del anciano monje se materializó en mis sueños: "Todo poder requiere responsabilidad, y sólo tú decides cómo usarlo". Al despertar, su mensaje resonaba en mi mente, y decidí que no podía seguir ignorando la parte de mí que representaba el fuego.
Finalmente, un día, mientras recorría el Mercado Nishiki, vi a un hombre mayor, con una mirada intensa y una presencia imponente, que parecía estar esperando a que me acercara. Tenía un estandarte que mostraba llamas danzantes y, al verlo, sentí que el fuego que ardía dentro de mí respondía.
—¿Buscas respuestas? —preguntó, su voz profunda y resonante.
Asentí, sintiendo una conexión instantánea. Me explicó que él era un maestro en el arte de controlar el fuego y que había estado esperando a alguien como yo. Me invitó a un pequeño santuario en las afueras de la ciudad, un lugar donde el fuego y el agua coexistían en equilibrio.
Agradecida, acepté su invitación y, al llegar al santuario, quedé asombrada por la belleza del lugar. Un pequeño estanque cristalino rodeado de rocas, donde el fuego de pequeñas fogatas crepitaba en el aire. Era el escenario perfecto para entender la intersección de mis dos poderes.
El maestro comenzó explicando cómo el fuego, en su esencia, no era solo destrucción. Era creación, transformación, y también protección. Aprender a trabajar con el fuego significaba aceptar su naturaleza y no temerle.
Las primeras lecciones fueron desafiantes. Practicamos la respiración y la visualización, encendiendo pequeñas llamas en nuestras manos y luego apagándolas con solo un pensamiento. Al principio, me costó comprender cómo podía invocar el fuego sin perder el control. Las llamas danzaban, a veces peligrosamente cerca de mi piel, pero con cada práctica, sentía que el fuego se convertía en una extensión de mí misma.
Un día, después de una intensa sesión, el maestro me llevó a un claro en el bosque donde el sol se filtraba a través de los árboles. Me pidió que me sentara en el suelo y cerrara los ojos.
—Siente la tierra bajo ti. Permite que la energía de la tierra fluya hacia ti, anclándote. Luego, visualiza el agua y el fuego en tu interior. Imagina que ambos elementos comienzan a bailar juntos.
Seguí sus instrucciones, y mientras respiraba hondo, imaginé que el agua y el fuego se entrelazaban en una danza armoniosa dentro de mí. Sentí un calor y una frescura fluir al mismo tiempo. Fue un momento de pura claridad y conexión. Abrí los ojos y vi cómo las llamas y el agua danzaban a mi alrededor, formando figuras brillantes que se reflejaban en el estanque.
—Has comenzado a dominar tus poderes —dijo el maestro, sonriendo con orgullo—. Pero recuerda, la clave está en la calma. No permitas que el fuego se vuelva una amenaza, ni que el agua te ahogue.
Con sus palabras resonando en mi mente, decidí que no podía quedarme en Japón para siempre. Había aprendido tanto sobre mí misma, pero sabía que el mundo aún tenía mucho que ofrecerme. La voz del anciano monje y las enseñanzas del maestro del fuego estaban conmigo, guiándome en cada paso de mi camino.
Así que empaqué mis cosas y me dirigí a mi siguiente destino. Quería explorar cómo se manifestaban mis habilidades en diferentes culturas. Mi corazón estaba lleno de emoción y ansias de aventura. Aún quedaba mucho por descubrir, y ahora tenía la convicción de que, con práctica y determinación, podría encontrar un equilibrio entre el agua y el fuego que ardía en mi interior.
Con ese pensamiento en mente, cerré los ojos y respiré profundamente, permitiendo que el aire fresco de Japón me rodeara, sintiendo la energía vibrante que me guiaba hacia lo desconocido. La aventura apenas comenzaba.
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Elemental
Romance"Después de romper con su pasado, Elaine se embarca en un viaje por el mundo en busca de libertad y autodescubrimiento. Pero extraños sueños y un poder elemental que apenas entiende la llevan a un camino inesperado. Cuando se encuentra con Adam, un...