El fuego que nos une

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ADAM

El aire de la noche se volvía denso, casi sofocante, mientras caminaba por las calles estrechas de Roma. Las luces de los faroles proyectaban sombras largas que se movían conmigo, y mis pasos resonaban en los adoquines de forma inquietante. No podía evitar seguirla; algo en ella me atraía, como si ella fuera el centro de un misterio que necesitaba comprender. Había empezado en Paris, y ahora me encontraba aquí, en Roma, siguiéndola por callejones oscuros sin tener una explicación clara de por qué lo hacía.

La vi entrar en el apartamento con su amiga. Reían y parecían despreocupadas, como si todo en el mundo estuviera bien. Me detuve en la esquina de la calle, manteniéndome en las sombras para no ser visto. Desde mi escondite, observé cómo las luces del apartamento se apagaron y, después de un momento, la calma se instaló en la noche. Sentí una extraña opresión en el pecho, como si algo importante estuviera a punto de suceder.

Y entonces, lo vi. Al principio fue solo un resplandor débil en una de las ventanas, como un parpadeo en la oscuridad. Pero en cuestión de segundos, las llamas se alzaron, llenando el interior del apartamento con su luz anaranjada. Mi corazón se aceleró. ¿Qué estaba pasando ahí adentro?

Me acerqué un poco más, asegurándome de que nadie en la calle me viera, y me escondí detrás de un coche estacionado. Desde allí, pude ver cómo las llamas lamían las paredes del apartamento y se extendían rápidamente. Y en medio de todo eso, la vi a ella. Estaba de pie, paralizada, con el rostro iluminado por el fuego. Sus ojos estaban abiertos, aterrados, pero había algo en su expresión que me hizo pensar que no solo estaba asustada, sino que también estaba confundida.

Entonces, su amiga apareció en la puerta, tirando de ella para sacarla del lugar. Observé cómo salían corriendo del apartamento y se perdían en el pasillo. El fuego continuaba extendiéndose, y desde la calle, escuché las sirenas de los bomberos acercándose. Pero mi mente no podía concentrarse en eso; todo lo que podía pensar era en la expresión de aquella chica y en la forma en que había mirado las llamas, como si las conociera.

Mientras observaba la escena desde las sombras, sentí un escalofrío recorrerme. No era la primera vez que veía algo extraño a su alrededor, pero esto era diferente. Algo más estaba ocurriendo, algo que escapaba a toda lógica. Me quedé allí un poco más, viendo cómo los bomberos llegaban y comenzaban a sofocar las llamas. Se veía alterada, sus manos temblaban, y su amiga la sostenía, tratando de calmarla. Pero yo sabía que algo en su mirada no encajaba.

Escuche como el bombero les daba la dirección de un hotel al que podrían ir y dio la casualidad de que era en el que yo estaba alojado. Sabía que la tendría cerca, así que regresé al hotel.

Mi mente no dejaba de dar vueltas a lo que había visto. Me recosté en la cama, mirando el techo, y casi sin notarlo me quedé dormido.

Un resplandor pequeño, un punto de luz, apareció en la palma de mi mano. Al principio, pensé que era un reflejo de la lámpara, pero no, era algo más. Era fuego, un pequeño destello que surgía de mi piel.

Me quedé paralizado, observando cómo la llama danzaba en mi mano, pequeña pero intensa. No me quemaba, y aun así, la sensación era extraña, como si estuviera sosteniendo un pedazo del sol. Cerré el puño con fuerza, intentando apagarlo, y la llama desapareció. Me quedé mirando mi mano, incapaz de comprender qué había pasado.

Fue entonces cuando lo entendí. Algo en Roma había desencadenado esto. Algo que tenía que ver con aquella chica y con el fuego que la rodeaba. Recordé sus ojos en el restaurante, cuando la vela se apagó y luego se encendió de nuevo como por arte de magia. Recordé la forma en que había observado las llamas en el apartamento, como si fueran una parte de ella. Y ahora, esto. Todo comenzaba a encajar de una manera que me asustaba.

Me desperté sobresaltado. Algo me decía que necesitaba respuestas, y la única manera de obtenerlas era acercándome más a ella. Sabía que, tarde o temprano, las cosas se revelarían, y quería estar allí cuando sucediera.
Pensé en ella y en apenas un segundo me encontré en su habitación. Su amiga estaba durmiendo y ella se encontraba en la terraza, parecía más tranquila, pero sus ojos seguían cargando una sombra que no podía ignorar. Me escondí en un rincón oscuro. No sabía qué estaba buscando exactamente, pero algo en mi interior me decía que debía estar cerca.

La vi sobresaltarse y mirar sus manos, y de repente, ocurrió. Una  pequeña llama apareció en su mano, igual que en mi sueño. Pero esta vez, no era un sueño. Ella miró la llama, asustada, intentando apagarla. Pero la llama creció, como si respondiera a su pánico. En ese momento, lo entendí todo.

Salí de las sombras, acercándome lo suficiente para que ella me escuchara pero sin que me viera completamente. Me incliné, mi voz apenas un susurro.

—El fuego eres tú.

Se quedó inmóvil, como si mis palabras la hubieran congelado en su lugar.
Y en un abrir y cerrar de ojos me encontraba de nuevo en mi habitación. Sabía que había plantado una semilla de duda en su mente, y que, eventualmente, ella buscaría la verdad.

Todo este tiempo, el fuego la había seguido, y ella no se daba cuenta de que provenía de ella misma. Pero ahora lo sabía, y aunque no entendía cómo ni por qué, sabía que ese fuego estaba conectado a algo mucho más grande. Algo que ambos tendríamos que enfrentar, juntos o separados.

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