Capítulo 2: Sueños y busqueda

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Después de la visita de Amy, la misteriosa mujer francesa, V comenzó a experimentar sueños recurrentes que lo atormentaban noche tras noche. Estos sueños no eran meras fantasías; eran intensamente vívidos y cargados de simbolismo, como si intentaran comunicarle algo importante, algo que estaba más allá de su comprensión consciente.

Cada noche, V se sumergía en un mundo onírico que le era tan familiar como aterrador. Este mundo no se parecía en nada al que conocía en su vida diaria; era un lugar de pesadilla, un reflejo distorsionado de la realidad que lo atrapaba en una constante lucha por su vida.

Los sueños de V siempre comenzaban del mismo modo. Se encontraba en un vasto desierto de rocas negras, donde la tierra parecía hervir bajo sus pies, y el cielo estaba permanentemente teñido de un rojo sangriento, como si estuviera en llamas. El aire en este lugar era denso y pesado, cargado con el olor acre del azufre y el rugido lejano de lo que podría haber sido un volcán en erupción. No había ninguna vida visible en este paisaje infernal, salvo por las criaturas que emergían de las sombras, deformes y aterradoras.

Estas criaturas eran una amalgama de pesadillas, seres de oscuridad creados por la sombra misma. Sus cuerpos estaban compuestos de una sustancia negra y viscosa, con extremidades retorcidas y garras afiladas que dejaban surcos profundos en el suelo a medida que avanzaban. Sus ojos, cuando se hacían visibles, brillaban con una malevolencia que helaba la sangre. De sus bocas surgían susurros que prometían dolor y desesperación, palabras que V no entendía del todo, pero que resonaban en su mente como ecos de antiguas maldiciones.

En cada sueño, V estaba huyendo. No recordaba cuándo había empezado a correr, pero siempre sentía que las criaturas estaban a un paso de atraparlo. La desesperación lo impulsaba, sabiendo que si caía en sus garras, no habría escape. Sin embargo, la persecución no era lo más aterrador; lo que realmente lo llenaba de miedo era la sensación de que ya había estado allí antes, que este era un ciclo sin fin del que no podía escapar.

En medio de esta desesperación, siempre aparecía una figura que le ofrecía una chispa de esperanza: el Ayudante. Este ser, a pesar de su apariencia demoníaca, era su protector. Con su largo cabello blanco ondeando en el viento infernal, el Ayudante parecía flotar más que caminar, y en su mano derecha blandía un sable de luz azul oscuro, una espada que emitía un brillo frío y espectral.

El Ayudante no hablaba, pero su presencia transmitía un poder y una determinación inquebrantables. Con el sable de luz, repelía a las criaturas que se acercaban demasiado a V, cortando a través de ellas con una habilidad y una furia silenciosa. Cada golpe del sable era acompañado por un destello azul que iluminaba brevemente la oscuridad, antes de que la sombra volviera a cerrar el espacio. Aunque las criaturas parecían interminables, el Ayudante siempre encontraba la manera de mantener a V a salvo, aunque fuera solo por un poco más de tiempo.

Uno de los sueños más vívidos que V experimentó involucró un momento de desesperación extrema. Las criaturas lo habían acorralado contra un precipicio que caía hacia un abismo sin fondo, y el Ayudante luchaba con todas sus fuerzas para mantenerlas a raya. Fue entonces cuando el Ayudante hizo un gesto con su mano libre, y un portal se abrió en el aire, un vórtice luminoso que destellaba con una luz cegadora y ofrecía a V una posible salida.

Sin pensarlo, V corrió hacia el portal, pero justo antes de atravesarlo, una de las criaturas logró alcanzarlo con sus garras. Sintió un dolor agudo cuando la garra rasgó su rostro, desde debajo del ojo izquierdo hasta cerca de la nariz, replicando la cicatriz que ya tenía en la realidad. El dolor fue tan real que por un momento pensó que todo era verdad. Sin embargo, no se detuvo y cruzó el portal, cayendo al otro lado, exhausto y herido.

Antes de que el portal se cerrara, V miró hacia atrás y vio al Ayudante, que seguía luchando contra las criaturas, sacrificándose para darle tiempo para escapar. El portal se cerró de golpe, separando a V del Ayudante y dejándolo solo en un nuevo entorno, esta vez más parecido al mundo real, pero con un aire de irrealidad persistente.

V despertaba de estos sueños con el corazón latiendo con fuerza y un sudor frío cubriendo su frente. Lo más perturbador era que la herida en su rostro, la que había sentido tan claramente en el sueño, coincidía con la cicatriz que llevaba desde que fue encontrado en la cueva. Este detalle lo sumía en una profunda confusión: ¿Podrían estos sueños ser recuerdos de algo que realmente había ocurrido? ¿O eran simplemente una manifestación de su mente tratando de darle sentido a la cicatriz que había llevado durante tanto tiempo?

Estos sueños no eran simples pesadillas para V; sentía que estaban tratando de revelarle algo, de mostrarle fragmentos de un pasado que él no podía recordar conscientemente. La aparición del Ayudante, la lucha constante, y el dolor que sentía en los sueños parecían demasiado reales para ser ignorados. Esto lo llevó a cuestionar la naturaleza de sus sueños y su propia identidad. ¿Eran estos sueños una advertencia, un eco de un pasado perdido, o simplemente la creación de una mente atormentada? V sabía que no podía seguir ignorándolos, que debía buscar respuestas, aunque no estuviera seguro de dónde empezar.

Al cumplir 18 años, V fue finalmente liberado del orfanato. El Profesor Xabier, un hombre de 75 años que había sido tanto el director del centro como uno de los pocos adultos en los que V confiaba, lo llamó a su oficina el día de su partida. Xabier, con su rostro marcado por los años, se veía severo pero lleno de empatía, consciente de la carga que V llevaba consigo.

En un ambiente cargado de emociones, el Profesor Xabier le entregó un sobre que Amy había dejado años atrás para él. V lo tomó con manos temblorosas, sabiendo que este podría ser el único vínculo que tenía con su pasado y su identidad. Pero antes de que V pudiera despedirse, Xabier decidió contarle algo que hasta entonces había guardado en silencio. Con una voz tranquila, le relató cómo fue encontrado de niño en una cueva del macizo de Larra, solitario y con la cicatriz que aún marcaba su rostro.

Xabier también le explicó el motivo por el cual comenzaron a llamarlo V. Le contó que en los primeros días tras su llegada al orfanato, V no hablaba, no interactuaba con nadie, pero repetidamente dibujaba una especie de "V" cada vez que tenía la oportunidad, en trozos de papel, en la arena del patio, incluso en las paredes. Este comportamiento desconcertó al personal del orfanato, pero fue Xabier quien decidió usar esa "V" como su nombre, pensando que quizá era la única pista de su identidad.

Xabier explicó que, a pesar de los esfuerzos por descubrir su origen, nunca se halló ninguna pista, y que él había hecho todo lo posible por ofrecerle una vida estable en el orfanato. Le recordó que, aunque dejaba el orfanato, no estaba solo en su búsqueda, y que las respuestas que tanto anhelaba podrían estar más cerca de lo que pensaba.

Este momento fue decisivo para V. Mientras sostenía el sobre en sus manos, sintió que finalmente tenía algunas respuestas, aunque no todas. Sabía que su vida estaba a punto de cambiar drásticamente, y aunque el futuro se presentaba incierto y solitario, también se abría una nueva posibilidad para desentrañar los misterios de su origen.

V el origen Donde viven las historias. Descúbrelo ahora