09. Entre Botellas y Rímel Corrido

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Sábado, 09/04/11

Domingo, 10/04/11

Esos días me había dado cuenta más que nunca de la distancia de Pato, sintiéndome algo perdida. Las peleas con Francisco eran más frecuentes que nunca y me sentía atrapada. Pero ya no tenía a quién recurrir, ya no tenía a mí escape habitual con quién, por un ratito, todo era risas, buena música y charlas divertidas. Me faltaba Pato y recién me daba cuenta de que se había convertido en alguien común en mi día a día.

Pero entendía que se había cansado de tratar de entenderme, de aguantar mis constantes descargos para que al final yo siempre lo terminara alejando. Yo tenía mis razones, pero era demasiado orgullosa y demasiado miedosa para apretar "llamar" y decirle las cosas de frente.

Las chicas estaban ahí para mí, siempre. Pero entendía que ellas, a diferencia de mí, tenían más responsabilidades entre sus trabajos y estudios. Era imposible para ellas verme todos los días.

Entonces esos días se convertían en un torbellino que tenía que afrontar sola entre varias botellas de vino y algunos porros que me ayudaban, solo por un momento, a escapar.

—¡Señorita! —La voz de una mujer llamó mi atención, sacándome del trance en el que me había metido—. Estoy hace una hora intentando que me atienda, es increíble esto.

—Disculpe, estoy teniendo un mal día—Intenté sonreírle, amable, pero la señora se empeñaba en seguir mirándome mal—. ¿Qué necesitaba?

—Estaba buscando el último disco de Maro Antonio Solís en CD—Comentó la señora.

—Me parece que se vendió el último ayer, pero no estoy segura—Respondí, apretando los labios.

—¿Y le cuesta mucho fijarse? —Se quejó ella, mirándome hostil.

—En eso estoy—Murmuré, intentando contener mi frustración mientras chequeaba en mi computadora—. Sí... ayer vendimos el ultimo.

—¿Y no sabe cuándo vuelve a reingresar? —Siguió insistiendo.

—No estoy segura... eso depende de los proveedores—Expliqué, con calma.

—¿Pero usted trabaja acá? No puede ser que no sepa nada de lo que le pregunto—Bufó la señora, incrédula.

—Disculpe, señora, pero esas cosas no dependen de mí, normalmente no soy yo la que está cuando llegan las cosas—Seguí, intentando mantener la compostura.

—Deje, ya veo que no sirve para nada—Me cortó la tipa, haciéndome fruncir el ceño. Se fue diciendo algo de que era imposible encontrar a alguien con dos dedos de frente.

Rodé los ojos y mi primer impulso fue agarrar el celular para contarle a Pato y descargar un poco esa bronca. Pero me detuve con mi mano en mi bolsillo, a medio movimiento, frenándome.

Ese tipo de cosas me estaban pasando con frecuencia, solía olvidarme de esa fría distancia que yo había puesto. Y me arrepentía. Sabía que lo había lastimado, lo vi en sus ojos esa noche, pero no podía dejar que se metiera tanto en mi vida. No quería que viera lo rota que estaba. Era más fácil alejarlo... aunque doliera.

Mi único escape era hablar por el grupo que tenía con los Sardelli, esperanzada de que Pato me responda como siempre. Aunque, últimamente, aparecía cada muerte de obispo en ese grupo.

Esa noche también lloré aferrada a un recuerdo de mi relación que no iba a volver, pensando en cómo todo había empezado en un escape furtivo de una reunión que a ninguno le interesaba, los dos con nuestros poco inocentes quince años. Pero nuestra relación empezó años después, con la llegada de nuestros dieciocho. De alguna manera las cosas con Francisco se sentían frescas, nuevas y algo peligrosas, cosas que hace tiempo habíamos perdido. Últimamente esa relación solo me traía amargura.

Ángel EléctricoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora