25. La Cruel Noche Porteña

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Viernes, 15/07/11

Miraba su carita cansada, apoyada en la ventana fumando un pucho de uva mientras miraba a la nada. No entendía lo que le pasaba últimamente, pero se iba del planeta cuando nos quedábamos en silencio y su cabeza empezaba a hablarle.

Estuvo todo bien un tiempo, en donde sentía que ella empezaba a dejarse amar, pero ahora se alejaba otra vez y no lo entendía. Me estaba escondiendo algo y no lo podía descifrar por mucho que me devanara los sesos intentando entender.

Me acerqué a ella y la abracé por la cintura, dejando un beso en su mejilla que ella aceptó con una sonrisa, acariciando mi pelo con sus dedos.

—¿Estás cansada, morocha? —Pregunté, acariciando su abdomen con tranquilidad.

—Demasiado, mi vida—Susurró Almi, apoyándose en mí. No pude reaccionar ante el apodo, sonriendo plenamente. Pero ella parece que se dio cuenta de esa pequeña inconsciencia, porque se tensó—. Perdón, no quiero que malinterpretes las cosas.

—No, tranqui, está todo bien—Sonreí algo forzado, no podía negar que esa aclaración me había afectado un poco, pero no quería que lo notara. No podía dejar que notara que era cada vez más difícil distinguir las cosas.

—Yo en un rato me tengo que ir porque quedé en salir un rato con Simo, si querés quedate un rato más acá—Comentó la morocha, sonando despreocupada mientras apagaba la colilla del cigarrillo en el cenicero.

Sonreí asintiendo mientras ella giraba y me daba un abrazo que me decía todo lo que de su boca no quería salir. No la entendía, había estado todo bien hasta esos últimos días, creí que Almi por fin se estaba abriendo, que por fin se iba a dar cuenta que no funcionábamos como solo amigos, pero otra vez se alejaba de mí, me alejaba a mí. No podía entender qué era lo que estaba haciendo que cambiara tan abruptamente otra vez.

Me frustraba que siguiera cerrándome las puertas a su vida, que no me dejara ver el panorama completo, que siguiera protegiéndose. No sabía si es que era yo él que hacía las cosas mal o si ella lo hacía inconsciente. Pero de todas formas tenía un interno miedo de perderla entre todo ese remolino de emociones, que se diera cuenta de que en su vida yo no tenía un lugar real que ocupar y se fuera.

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—¿Por qué estás tan nerviosa, morocha? —Preguntó Pato, mirando como yo me maquillaba para salir esa noche.

—No, no estoy nerviosa—Negué intentando sonar despreocupada. Yo odiaba mentirle a Pato y esconderle cosas cuando él siempre había estado para mí, pero yo no quería meterlo en ese tema, en esa oscuridad que significaba volver a mí pasado e iba escondérselo cómo pudiera.

—Bueno, Almita, yo me voy yendo a casa—Avisó el morocho un rato después, cuando yo terminaba de atarme el pelo en dos trenzas cocidas. Él se acercó y dejó un beso en mi sien, le sonreí leve—. Cualquier cosa llamame y yo vuelvo.

—Dale, nos vemos—Sonreí y dejé un corto beso en sus labios, con la esperanza de que eso me calmara un poco. Escuché la puerta cerrarse y decidí subir el volumen de la música para que apagara el sonido de mis propios pensamientos.

Para ponerme en tono con lo que sería esa noche estaba escuchando Metallica, "Die, Die My Darling" se reproducía en ese momento, haciéndome tararear mientras movía el cuerpo al ritmo de la canción.

Decidí ponerme un remerón de Deftones, un short de jean negro y mis borcegos de caña alta del mismo color, insegura de producirme mucho más que eso para algo que me estaban obligando a hacer. Esos días me había mentalizado para intentar pasarla bien, dejando de lado las drogas, el alcohol y el ambiente que habría. Lo único que me consolaba era que el Ruso iba a estar ahí y me iba a acompañar, lo que me garantizaba algún tipo de seguridad.

Ángel EléctricoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora