29. El Peso del Silencio

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Jueves, 01/09/11

Viernes, 02/09/11

El departamento olía a marihuana desde hacía horas, yo estaba tirada en el sillón con la guitarra y algunas líneas de ese polvo destructor seguían en la mesita ratona. Mi mente se sentía más despierta bajo el efecto de la blanca, más creativa, más fácil de manejar.

El timbre sonó y me levanté despacio, entre puteadas por haberme desconcentrado. Respondí el portero eléctrico.

—¿Hola? —Pregunté con la voz algo gangosa.

Soy yo, enana, abrime—La voz de mi hermano hizo que mi corazón comenzara a palpitar descontrolado. No podía verme así—. ¿Enana?

—Bancame, Alex, ya bajo—Respondí y empecé a ordenar todo el lugar, escondiendo la coca y abriendo todas las ventanas para que el olor a porro se fuera.

Me lavé la cara intentando que mis ojos no se notaran tan rojos y cansados. Bajé por el ascensor suspirando, mi hermano era el último que quería que viera mi estado actual, mi destrucción.

Le abrí a Alexis con una sonrisa y su expresión denotó que estaba más que sorprendido por verme de esa manera, casi irreconocible para sus ojos que me recordaban como una piba sana y no como eso que estaba viendo.

—¿Estás bien, Almi? —Murmuró el castaño, su semblante solo mostraba inquietud.

—Sí, Alex—Sonreí mientras pasábamos al ascensor—. Solamente estoy durmiendo un poco mal.

—Sí, y comiendo muy mal también—Agregó Alex, mirando mi deterioro físico con preocupación.

Entramos a mi departamento y realmente me sentí avergonzada del desastre que era al ver otra vez una mueca de intranquilidad en la cara de mi hermano.

—¿Querés unos mates? —Pregunté animada, pasando a la cocina para ver si tenía algo para comer que pudiera ofrecerle.

—Dale, enana—Sonrió el castaño, sentándose en la mesa—. ¿Qué hacías? ¿Te interrumpí en algo importante?

—Estaba componiendo un poco, nada muy importante—Me encogí de hombros, intentando no atropellarme con las palabras—. ¿A vos por qué te dio por aparecer? ¿No tenés que estudiar?

—Sí, pero me escapé un ratito, necesitaba respirar—Suspiró Alex, mirándome mientras yo ponía el agua en la pava y preparaba la yerba en el mate—. ¿Posta que estás bien, enana?

—Sí, Alex, dios—Bufé, mostrando esa irritabilidad que últimamente me caracterizaba—. No te metas, por favor...

—Está bien, pero me preocupa, Almi... te ves muy reventada—Murmuró mi hermano sin cohibirse ante mi actitud.

—Estoy cansada, están siendo días difíciles—Suspiré, sentándome en la mesa frente a Alex—. Perdí a alguien muy importante por culpa mía y... la cagué mucho.

—Bueno, Al, pero no estás mal solo por eso, se te nota en la carita que te pasa algo más—Insistió el castaño, agarrándome de las manos.

—Alex, cortala por favor, no quiero hablar de esto—Lo interrumpí, sabiendo que sería incapaz de soportar su decepción si se enteraba de lo que realmente pasaba.

—La última vez que te vi así fue cuando te juntabas con Angelina—Terminó de decir mi hermano, ignorando por completo mi petición.

—Dios, Alexis, no estoy tan mal, estás exagerando—Bufé, levantándome otra vez para sacar el agua del fuego.

—No exagero, te conozco—Retrucó el castaño, pero antes de que yo pudiera responder mi celular empezó a sonar.

Atendí al ver que era Guido, quien no solía llamar y me preocupé un poco pensando en que tal vez algo le había pasado a Pato.

Ángel EléctricoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora