19. El Peso del Deseo

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Sábado, 14/05/11

Lunes, 16/05/11

Me desperté sintiendo el calor de un cuerpo al lado mío y abrí los ojos como pude, el sol entraba por la ventana y me rompía la cabeza por la resaca que tenía. Analicé la pieza en la que estaba, no era la mía, no me acordaba cómo había llegado ahí. Tenía una vaga idea de quién podía ser porque ya había estado ahí antes, pero no quería que fuera verdad.

Giré la cabeza para encontrarme a Pato desnudo a mi lado, enredado a mi cintura, con sus pelos alborotados y la colita que siempre llevaba. Mi corazón empezó a palpitar rápido, pensando en qué mierda habíamos hecho. No lo podía creer.

Me levanté con sigilo, sabiendo que la había cagado. Necesitaba volver el tiempo atrás para evitar repetir esta estupidez, habíamos complicado todo, habíamos cruzado un límite del que sabía que no íbamos a poder volver. Enredada en esos pensamientos, me cambié y fui al baño, estaba hecha un desastre. El labial corrido, el maquillaje arruinado, el cuello lleno de marcas que nada iba a poder cubrir y el pelo totalmente desordenado.

No podía perder más tiempo ahí adentro, así que dejé de analizarme en el espejo y bajé cuidadosamente de no hacer ningún ruido que pudiera despertar al violero, que iba a querer hablar conmigo apenas me viera, cosa que no podía permitir a permitir. No estaba preparada para ese enfrentamiento.

No tenía plata y casi no me quedaba batería, así que mi única opción fue volverme en micro. La gente en la parada me miraba, dándose cuenta que no había pasado la noche en mi casa por mi ropa que desentonaba con el horario, pero intentaba ignorar las malas miradas porque ya tenía suficiente con mi propia cabeza.

Entré a casa con la culpa golpeándome fuertemente, nada de eso debería haber pasado y necesitaba hablarlo con alguien. Coni fue la primera que se me vino a la cabeza y la llamé, rogando no ser yo quien la despertara porque me iba a matar.

¿Ya estás despierta? Estoy sorprendida, Tana—Jodió la rubia al atender. Sonreí leve mientras prendía un pucho.

—Hubiera seguido durmiendo, pero no me desperté en mi casa—Bufé, intentando esconder lo afectada que estaba—. Necesito hablar con alguien, ¿Podés venir ahora?

Dale, dame diez y estoy allá—Aceptó mi amiga y cortó.

Coni llegó unos veinte minutos después con empanadas, ya era el mediodía, era lógico que tuviéramos que almorzar.

—Gracias, rubia—Sonreí mientras pasábamos al edificio. Subimos por el ascensor casi en silencio, yo estaba sumida en mis propios pensamientos y ella intentaba no invadir mi espacio, conociéndome.

—Ahora contame qué pasó que me hiciste venir hasta acá—Pidió Contu, dejando la caja de empanadas en la mesa, sin poder soportar la incertidumbre.

—Viste que yo tomé mucho ayer—Empecé, pero me apuré al ver la cara expectante de la rubia—. Bueno, pasé la noche con Pato, me lo cogí.

—Sí, todos los vimos irse juntos, no es sorpresa para nadie, Almi—Se rio Coni, al principio sorprendida, pero yo estaba de lo más seria—. ¿Te crees que nadie se daba cuenta, boluda?

—No sé, pero me estoy arrepintiendo y mucho, Co, no quería que pase eso. Pato es una amistad importante, una amistad que valoro y no quiero que eso cambie—Suspiré, liberando eso que tanto me atormentaba.

—Sí, pero ya lo complicaron mucho, de acá no hay retornó—Me recordó Coni, sentándose a comer.

—Ya sé, pero no quiero que cambie nuestra dinámica por un error estando borrachos—Me quejé, también agarrando una empanada.

Ángel EléctricoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora