14. Entre Sombras y Huidas

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Miércoles, 27/04/11

Desde el mediodía veníamos ensayando y terminando algunos temas que habíamos estado mejorando.

—Yo creo que esta canción no va a pegar mucho con el concepto de todo el disco—Opiné, mientras nos fijábamos qué descartar del set-list del disco—. Además, ya hay varias lentas y siento que queda todo medio bajón.

—Claro, la baladita de amor ya está—Asintió mi hermano mayor, tachando "Por Mil Noches" de la lista que estábamos haciendo.

De repente, el sonido del celular vibrando sin parar me sacó de la conversación.

—Che, Pato, atendé porque tu celular va a explotar—El rubio me pasó mi celular, que explotaba de notificaciones de llamadas perdidas.

Era Almi. Mi corazón empezó a latir rápido con preocupación. El estómago se me hizo un nudo. Le devolví una de las mil llamadas, la ansiedad clavada en cada segundo que tardaba en contestar.

—¿Qué pasó, Al? Me estás bombardeando el celular—Intenté joder, pero sabía que no era casualidad.

El tono quebrado de su voz me cortó la respiración.

¿Qué hacías que no respondías, Patricio? —Su tono histérico, lleno de desesperación, me congeló—. Vení a casa por favor.

—¿Qué pasó, Almi? —Pregunté, esta vez preocupado, el miedo se instalaba en mi pecho.

Francisco me cagó con Ailén, Pato—Sollozó, su voz apenas un hilo roto. Sentí un golpe seco en el pecho, me quedé pasmado.

Me descolgué la guitarra de un tirón y empecé a agarrar mis cosas. El cerebro en piloto automático.

—Estoy yendo, Almi. No hagas ninguna boludez, ¿Me escuchás? Estoy yendo para allá—Pedí, mientras tropezaba por el apuro. Cortó antes de que pudiera escuchar su respuesta.

Con las manos temblorosas, me aseguré de que no me faltara nada antes de salir disparado de la sala. Mis hermanos me miraron, preocupados por mi urgencia, pero no me detuve a explicarles nada. Sabía que cada segundo contaba.

Manejé como un loco, esquivando autos y luces rojas, con la mente atrapada en las palabras de Almi. Mi peor miedo acechaba: Alma hablándome de que nunca había terminado de controlar sus autolesiones. Esa posibilidad me aterraba. No sabía qué iba a encontrar cuando llegara.

Llegué a Palermo en tiempo récord. Estacioné mal, ni me importaba. Corrí hacia su edificio, saltándome el portero eléctrico y usando las llaves de emergencia que me había dado tiempo atrás. Las manos me temblaban al subir al ascensor, el corazón palpitando en los oídos. Todo dentro mío se preparaba para lo peor.

Cuando abrí la puerta de su departamento, el silencio me mataba. No la vi en la sala ni en la cocina. El pánico me apretaba el pecho, cortándome la respiración. Corrí hasta el baño y ahí estaba. Sentada en el suelo contra la bañera, dos botellas de vodka vacías a su lado, un porro a medio fumar. Sus brazos, llenos de cortes, derramaban sangre, y en ese momento no pude saber si eran profundos o no.

—Mierda, mierda—Murmuré, presa del terror, acercándome a ella para sostenerla entre mis brazos.

Su cuerpo temblaba, el rímel corrido por las lágrimas y la remera de Metallica manchada con su propia sangre. Verla así, rota, me destrozaba.

» Almi, ¿Por qué...? —Mi voz apenas quería salir de mi garganta, atrapada por el nudo que la apretaba. La sostuve más cerca de mi cuerpo.

—No sabía qué hacer y vos no estabas, Pato...—Sollozó entre espasmos, su voz tan frágil que casi no la reconocía—. Me desbordé, no pude más.

Ángel EléctricoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora