18. Un Beso No Cambia Nada

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Viernes, 13/05/11

—Hasta por debajo de las piedras aparece este hijo de puta—Me quejé, acostada en las piernas de Pato.

Ese día, al ingenioso de Francisco, se le había ocurrido aparecer en la disquería para hablar conmigo. No sé qué querría, no lo dejé hablar porque lo saqué del local amenazándolo con llamar a la policía si no se iba. Lo único que llegó a decirme fue que yo seguía siendo suya, cosa que me descolocó por completo.

—No sé para qué te busca, es un pelotudo—Bufó mi amigo, acariciándome la cabeza con delicadeza.

—Sí... necesito salir—Solté, mirando al morocho a los ojos.

—Y, bueno, salgamos—Él se encogió de hombros—. ¿Hoy no tocan con Metanoia?

—No, vamos directamente de gira—Sonreí, levantándome del sillón—. Tengo que ver que ponerme. Vos agarrá mi celu y avisales a las chicas, a los de la banda, a tus hermanos. Y llamá a tus amigos, hacemos previa acá.

—Ah, te entusiasmaste—Se rio el violero, agarrando mi teléfono.

Sacaba ropa de mi placard, queriendo estar linda esa noche, tenía ganas de salir a divertirme. Terminé eligiendo una remera pegada de encaje traslucida con un corpiño negro abajo, una mini tableada, medias de red, botas negras y campera de cuero.

Tipo diez empezaron a caer todos en casa, éramos como quince, todos charlando, tomando y picando boludeces que yo tenía en casa. Pato y yo estábamos más cariñosos que otros días, abrazándonos con más frecuencia y sonriéndonos ante cada roce.

—A ver, toquen algo ustedes—Pidió uno de los amigos de Pato, refiriéndose a todos los que ahí sabíamos tocar la guitarra.

—Trae las eléctricas, Almi—Pidió Rodri, aunque era un quilombo conectar todas.

—Yo te ayudo—Sonrió Pato, levantándose del sillón para agarrar mi Stratocaster, mi Les Paul y la Gibson SG. Los demás charlaban mientras nosotros conectábamos todo a los amplificadores y los pedales.

—A ver, dale, díganme una—Pedí, colgándome la Stratocaster.

—Eh, "Talismán" de Rata—Pidió Sofi, tomando un vaso de fernet—. Pero que la cante Pato que es muy fan.

Asentimos y los dos empezamos a tocar la canción de Rata Blanca. A veces me llegaba a sorprender la capacidad vocal que tenía ese pibe.

Te agradezco que sanes mi alma, sobrevivo encontrando en tus ojos el resplandor de un verde talismán—Cantó el morocho, mirándome a los ojos a mí, haciendo que se me revolviera un poco el estómago—. Si al final esta vida es un sueño, solo sé que a tu lado me quiero despertar. Amanecer una vez más.

Después de terminar "Talismán", Pato bajó la guitarra y se acercó a mí, su presencia todavía más notoria después de esa interpretación cargada de emoción. Los ojos del morocho me seguían de manera constante, como si entre las risas y el caos, yo fuera lo único que realmente captaba su atención. Yo, a su vez, notaba cada mirada, cada roce que Pato me daba sin querer o queriendo, y sentía que algo estaba a punto de romperse entre nosotros. Su piel se erizaba cuando él la tocaba, pero seguía intentando convencerse de que solo era atracción física.

—Vamos a romperla hoy, ¿eh? —Sonrió Pato, acercándose lo suficiente como para que su brazo rozara el mío. Yo sentía el calor de su cuerpo invadiendo el mío, pero me limité a sonreír mientras me acomodaba el pelo.

—Obvio, vamos a romperla, Sardelli—Respondí con picardía, intentando ocultar el leve nerviosismo que sentía al tenerlo tan cerca.

Finalmente, la previa llegó a su fin y decidimos encarar para el boliche. Al llegar, el ambiente vibraba con la música y la adrenalina de la pista de baile. La música fuerte, las luces parpadeantes, y la sensación de que todo era posible esa noche nos envolvía a todos. Ninguno estaba del todo sobrio cuando entramos, entonces nos mandamos directamente a bailar. La música era copada, muy ochenta, noventas, cosa que nos agradaba a todos.

Ángel EléctricoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora