Capítulo II

2 0 0
                                    

Aunque no tenía muchas fuerzas, me dispuse a defender mi reputación y a dar el todo por el todo.

Palpé una de mis botas, extrayendo una daga que siempre guardaba para ocasiones extraordinarias. Intuía que otros hombres vendrían también por mi captura. Sabían que un botín semejante nos alejaría para siempre de ser bucaneros y caza fortunas. Por seguridad, había pautado enterrarlo en un lugar apropiado de aquella isla, dejando su ubicación exacta descrita en un mapa. Eso era lo único que les interesaba.

Y ese mapa estaba en mi poder.

Empapada en sangre, la ruta hacia mi libertad se encontraba en un lugar apartado, al cual debía dirigirme de inmediato.

«Tendré que desenterrarlo y llevarme solo lo que me sea posible cargar». Otra vez mi sentido de la moderación se manifestó con sabiduría. Me puse en pie con dificultad, dirigiéndome hacia el suroeste. Debía aprovechar aquel caos a mi favor. Pero antes, era necesario encontrar el modo de frenar la sangre que seguía manando de mi abdomen. Entre las sombras del bosque, me fui deslizando hasta que logré refugiarme en la que, aparentemente, era la casa de algún pescador.

El interior estaba oscuro, aunque enseguida me di cuenta que no estaba sola. El gruñido amenazador de un animal me advirtió hostilmente su presencia. Un perro guardián inmediatamente se abalanzó contra mí. Por fortuna, el can buscó morder una de las pocas piezas de la armadura de mi antebrazo que se mantenían firmes. Con torpeza, pero con certera precisión, logré apuñalarlo con mi daga.

Ambos quedamos muy quietos en el suelo de la cabaña.

El brillo de unas antorchas en la lejanía, me hicieron reaccionar. Como pude, me reincorporé, dando tumbos. Me sentía cada vez más débil. Por un breve instante alcancé a ver unas prendas limpias colgadas (la ropa de los niños de esa casa), busqué torpemente colocarlas sobre la profusa herida.

De repente, una voz temblorosa de mujer me advirtió entre las sombras:

—Está perdiendo mucha sangre. Necesita ser curada de inmediato.

Apenas alcancé a ver su rostro, y supongo que ella al ver el mío, se compadecería.

Me desmayé.

Al volver a abrir los ojos, había amanecido. Estaba acostada en el fondo de una pequeña barcaza. Me llevé la mano al vientre, corroborando que aquella mujer, a pesar de haberme metido como una intrusa a su casa y haberle asesinado a su perro, había decidido ayudarme.

—Esos mismos hombres que te buscan mataron a mi esposo y a mis hijos hace dos días. Preguntaban por "La Viuda Roja". Yo estaba afuera con mi perro cuando sucedió, pero logré reconocerlos. Y también a ti.

Su mirada era una mezcla de admiración, rabia y tristeza a la vez.

—Con tu ayuda, te prometo que al menos tendrás una mejor casa, y otro perro. —Le dije.

—Y una nueva vida. —Concluí.

Valkirias y SirenasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora