Capítulo IV

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Aquella monumental tormenta había logrado desviar nuestro rumbo original unas cuantas millas náuticas hacia el este. Nos dimos cuenta al acercarnos a aquel puerto pintoresco que en realidad habíamos llegado al reino de Irlanda. Específicamente al puerto de Cork. No era lo que habíamos planeado, pero aquel monumental puerto natural nos sedujo al instante, y casi de manera unánime, decidimos explorar aquellas tierras y olvidarnos, al menos por los momentos, de Inglaterra.

—¡Conozco estas tierras Nancy! Alguna vez fueron asentamiento vikingo. ¡Ven! ¡Te daré un recorrido! ¡Te va a encantar!

Mi socia estaba embelesada con la propuesta de aquel marinero del que se sentía obviamente atraída. Su rostro radiante y rejuvenecido transmitía una emoción que me dejaba sin palabras. El hombre la tomó firme de la mano, arrastrándola con determinación hacia el tablón de desembarque. Para mi sorpresa, «la viuda negra», se giró justo unos instantes hacia mí, diciéndome:

—¡Roja! ¡Ven con nosotros! ¡Anda, anímate!

—Pero... El tesoro... Debería quedarme a resguardarlo.

—¿Prefieres eso que acompañarnos?... —Nancy Cooper me lanzó una mirada tan aguda y penetrante como su delgado puñal. Estaba claro que ella seguía manteniendo su misma postura que cuando la conocí. Lo que le importaba era la aventura, no las riquezas que yo le había brindado. Ella siempre seguía los impulsos de su propio corazón.

Así que con el ceño algo fruncido volteé hacia el capitán Morgan, quien estaba parado a mis espaldas y había escuchado mi breve diálogo. Se adelantó a responderme con un tono casi paternal:

—No hace falta que me pidas que cuide de tu parte del tesoro, Roja. Gracias a ti soy un hombre muy rico y gracias a ti superamos la maldita tormenta. Fuiste muy valiente al ayudar reparar la vela con semejante clima y sin importarte tu rango de capitana. ¡Anda! ¡Ve! Ten por seguro que acá estaremos cuando regreses. He mandado a un grupo de hombres de confianza para que negocien una villa discreta, algo cómodo en donde podamos mudarnos y dividirla en partes iguales. ¿Volverás mañana al amanecer, cierto?...

—Miré con admiración y respeto a aquel singular hombre de mar. Sus arrugas, cabellos y barba estaban en consonancia con su aspecto de curtido capitán pirata. Me colocó sus toscas y callosas manos sobre mis hombros en un gesto afectuoso de despedida. Esbozó una sonrisa amplia sin mostrarme sus amarillentos dientes, ladeando un poco la cabeza. El ala de su sombrero oscureció la mitad de su rostro. Por un instante muy corto dudé en confiar en aquel hombre con un ojo de vidrio oculto tras un parche de cuero negro que de vez en cuando removía, mostrando su desafortunado altercado, cuando tiempo atrás, un sucio pirata francés se lo rebanó de un tajo en una pelea cuando el perpetrador se enfadó al perder toda su apuesta; pero decidí hacerlo.

—Agradezco su apoyo capitán. Mañana al amanecer volveré. Tiene mi palabra.  

Valkirias y SirenasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora