Al igual que en un sueño recurrente y vívido, la reina Eleonor abrió sus ojos contemplando por primera vez el inframundo. Pasaron algunos instantes para percatarse que se encontraba acostada en una barcaza; la misma embarcación que el brujo hechicero había acondicionado para su viaje al más allá.
Desde niña había escuchado un sinfín de historias acerca del Helheim, reino de los muertos, destino de las almas perdidas según la tradición nórdica. Efectivamente se encontraba entre sombras, miseria y desolación. Aunque era una sensación que la hacía experimentar una extraña y contradictoria inquietud. ¿No se supondría que, por estar muerta, debería sentirse en paz, serena y desprendida de cualquier preocupación mundana?...
—Bienvenida.
La voz sonó nítida en su cabeza; provenía de todas partes, sin determinar ninguna en específico. Por instinto, Eleonor se incorporó de la barcaza, la cual estaba completamente quieta, estable, como sujeta o enterrada ya que al caminar sobre ella no se balanceó ni un poco. Sin embargo, Eleonor tuvo la certeza que la misma estaba efectivamente flotando en una inmensidad etérea, un mar de bruma, o de nubes espesas muy grises, según quien lo apreciara.
Al principio pensó encontrarse en alguna lúgubre cueva de amplias paredes, pero no, se encontraba a cielo abierto; era una gran bóveda celeste (o parecida a ella), ya que en ésta no brillaba estrella alguna. Todo a su alrededor estaba como cubierto por un gran manto de densa oscuridad, envuelta en gélidos matices grisáceos, muy oscuros e inquietantes.
Y tuvo esa incómoda sensación de encontrarse internamente desnuda, descubierta, totalmente vulnerable. Alguien o algo la observaba con lujuria y voracidad sobrenatural. Por primera vez Eleonor sintió un miedo tan intenso que quedó paralizada sin poder evitarlo. Esa sensación la llevó a dejar de avanzar e hincarse. Estaba petrificada por completo.
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Valkirias y Sirenas
Kısa HikayeUna aventura épica que entrelaza piratas con vikingos.