Capítulo IV

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A la mañana siguiente, Nancy y yo iniciamos el entrenamiento.

—En Inglaterra mi esposo había sido un destacado militar. Su coraje e inteligencia le permitieron un desempeño sobresaliente en la escuela naval. Su nombre era Henry Martin. El mayor de tres hermanos. Sus superiores vieron sobresalir sus cualidades como soldado y estratega, además destacaba su don natural de líder innato. Años más tarde le propusieron navegar hacia este nuevo continente, y volverse secretamente un cazador de bucaneros bajo las órdenes del imperio británico.

Las mujeres no habíamos logrado formar parte de este tipo de actividades, jamás. Pero mi esposo me apoyó porque nunca tuvimos hijos. Y me di cuenta que la escuela naval era lo mío. Él fue mi maestro y mentor.

—¿Estuvo de acuerdo en enseñarte y entrenarte?... Vaya.

—En verdad logré convencerlo. Si le brindas un excelente sexo a un hombre, puedes lograr eso y más.

—Lo tendré en cuenta. —Nancy finalizaba de anudar algunos enceres improvisados con los que practicaríamos defensa personal.

—Y porque Henry en verdad me amaba. Fue capaz de perdonarme tiempo después. Un día, estando en alta mar, sus hombres le informaron que habían encontrado a un polizón.

—¿Fuiste capaz?... —Nancy estaba claramente sorprendida.

—Sí. Sabía que podía ser marinera. Al principio Henry tuvo que lidiar con la estúpida superstición de que llevar una mujer a bordo era señal de mala suerte. Además de mantener a raya el estado permanente de lujuria de sus marineros más peligrosos.

—No debió ser nada fácil.

—Al principio creí que había cometido la estupidez más grande de mi vida. Pero, pensar en superar todas esas dificultades me hacía sentirme muy motivada, atenta, viva. No le tengo miedo a los desafíos. Además, adoro navegar, ser pirata; todo eso me fascina. Y durante los meses que duró la travesía, logré demostrarlo.

Una vez hubo un motín. Algunos marineros descontentos con su capitán y su esposa polizonte buscaron alzarse. Henry les hizo frente, pero no logró vencerlos. ¡Al verlo morir frente a mí, me encolericé! Tomé el control del barco. Pasé a ser conocida como la «La Viuda Roja», por el color de mis cabellos, y por toda la sangre que corrió aquel fatídico día. Asesiné a los cabecillas con mi espada. A sus secuaces los lancé amarrados de pies y manos por la borda.

—Mis abuelos, mis padres y mi esposo fueron pescadores. El mar nos ha brindado siempre todo lo necesario para vivir. —Nancy se volteó hacia la hermosa ensenada frente a nosotras, como para corroborar sus palabras. Luego volteó su rostro sereno hacia mí, prosiguiendo.

—Provengo también de Inglaterra, al igual que tú. Huíamos de la miseria. Éramos pobres. Buscábamos nuevas y mejores oportunidades. Llegué a estas tierras para formar una familia y vivir en paz. Tuvimos cuatro hijos, todos muy sanos y hermosos. Mi esposo siempre fue bueno conmigo y siempre se mostró satisfecho y feliz con nuestra familia y más cuando fuimos prosperando en esta tierra de gracia.

—Hey. ¿Acaso no crees que puedas volver a concebir?... Sigues siendo joven y atractiva...

—¿Tú qué sabes?... —La posibilidad le hizo cambiar a Nancy muy brevemente de semblante. Por primera vez la noté ligeramente esperanzada.

—Prefiero aprender primero a ser una excelente mujer pirata como tú. Esa es mi prioridad ahora. Luego, ya veremos.  

Valkirias y SirenasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora