Comimos, bebimos y reímos de lo lindo. Ryan nos recomendó comer en una hostería que gerenciaban unos conocidos suyos. Un lugar hermosísimo, muy discreto y cercano a los terrenos en donde operaba la destilería Midleton, lugar que fabricaba un excelente whisky irlandés, el cual nos animó a los tres a consumirlo por varias horas, luego de almorzar como dioses.
—¡Este whisky me ha hecho olvidar por momentos el buen ron de las bodegas del capitán Morgan!
Debía tener una expresión muy particular, porque Nancy y Ryan no dejaban de mirarme conteniendo por instantes el impulso de reírse a carcajadas. Nuestros vasos chocaron al unísono mientras nos tambaleábamos ligeramente. Estaba levemente ebria y ellos no lograban disimular su complicidad y deseo perverso de divertirse a mis instancias. Sabía que los dos también estaban muy tomados, pero creo que les resultaba entretenido verme en ese estado porque prácticamente nunca permitía que el alcohol me controlara. Cumplir esa norma me había salvado la vida el día que los españoles atacaron a mansalva con sus cañones la taberna en Isla Tortuga.
—¡Los españoles han vuelto! —Grité a todo pulmón, señalando con convicción hacia la entrada de la destilería. Ryan y Nancy dieron un respingo, levantándose torpemente de sus asientos. Al voltearse casi chocan el uno con el otro.
—¡Debieron ver sus caras! —les solté—. riéndome burlonamente.
—Estoy seguro que habríamos podido hacerles frente. Por mis venas corre sangre vikinga. —Balbuceó Ryan con actitud de autosuficiencia, ignorando por completo de que estaba en ese momento desarmado e indefenso por la borrachera. Nancy solamente me vio con cierta decepción, pero luego recuperó su buen ánimo y colocando su mano sobre mi hombro me dijo balbuceante:
—Conseguiste engañarme esta vez Roja. Porque estoy más ebria que tú. Lo dejaré pasar. Solo te pido que no te acostumbres.
—No fue para tanto. Pero descuida, no volverá a ocurrir. Mañana no recordarás nada, te lo prometo.
Y alcé triunfante la botella de whisky sobre mi cabeza con intención de servirnos otra ronda.
Antes que anocheciera los tres quedamos vencidos por el alcohol y una reparadora siesta nos ayudó a recuperar fuerzas. En la hostería nos trataron con mucha amabilidad y discreción. Habíamos terminado durmiendo juntos en la misma amplia cama matrimonial que tenían reservada como una de las mejores del lugar. Al tomar conciencia y terminar de sentirme completamente despierta, atiné a preguntarle a mis dos acompañantes, quienes aún desnudos y soñolientos reaccionaron al escucharme hablar:
—¡Hey! ¿Y cómo terminamos los tres acá? ¿Pueden ustedes explicarme?...
—Pusimos en práctica una antigua tradición vikinga.
— Así es.
Ryan y Nancy me miraban con picardía, acurrucados y apenas cubiertos por la pulcra sábana. Me habían respondido con naturalidad. Notaba que más que abochornarlos, mi actitud les volvía a divertir de lo lindo sin yo pretenderlo. Ryan se adelantó a darme los detalles.
—Luego de varias rondas más de ese excelente whisky, comencé a contarles lo mejor que pude, sobre la leyenda de las tres princesas vikingas, Birgit, Agnete y Noah, hijas de los reyes del norte, Aydan y Eleonor. Y sobre sus costumbres y cultura nórdica. Por alguna razón, me pediste saltar la historia de las hermanas, interesándote más por las tradiciones paganas. Ahí fue que te revelé el que para los vikingos el sexo grupal no representaba un tabú como en la cultura cristiana.
—Ah, ¿sí?... —Me erguí ligeramente en la cama y plegué mis rodillas hacia mi pecho, en un gesto instintivo.
— Prosigue por favor. —Le solicité a Ryan con cortesía e interés sincero. Sabía que él me miraba con deseo y admiración secreta. Había estado dentro de mí y dentro de Nancy y me costaba creer que una cosa semejante como esa había pasado.
—...Tratos así eran comunes en esos tiempos. Nancy deseaba que tú te nos unieras. ¡Y a mí esa idea me encantó! La norma para los vikingos es que la mujer que desea compartir cama con su pareja y una acompañante adicional, debe dar primero su consentimiento. —Concluyó Ryan.
Levanté uno de mis brazos con disimulo, trayéndome un pliegue de sábana para evitar que ambos me vieran sonrojada. Busqué con la mirada el rastro de prendas que habíamos dejado en la habitación. Y saltando de la cama, fui agachándome lo más rápido que pude tomando al azar lo que me permitiría vestirme de manera improvisada. Sabía que esa noche había sido particularmente intensa.
—Me voy chicos. Falta poco para que amanezca y debo regresar al «Corsario Negro».
—¿No puedes negar que fue una velada divertida?... —Me soltó Nancy mientras sujetaba frenética ambas manos de Ryan estrujándolas contra sus senos de forma vulgar y desenfrenada.
—No. Todo lo contrario. Reconozco que al menos anoche, dejamos de ser sirenas de mar y nos volvimos unas completas valkirias, por haber disfrutado los ricos placeres de los dioses.
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Valkirias y Sirenas
Short StoryUna aventura épica que entrelaza piratas con vikingos.